Los límites de las organizaciones civiles

  • Enrique Cárdenas Sánchez
Su actividad es relevante. Pero es necesario cruzar el umbral para garantizar que ocurran las cosas.

En los últimos años, muchas organizaciones de la sociedad civil han cobrado relevancia pública, al defender diversos temas de nuestra sociedad. Las hay sobre temas de seguridad, de competitividad, de transparencia y rendición de cuentas, de derechos humanos, de lucha contra la corrupción, de finanzas públicas, o las que buscan una transformación profunda hacia un país con igualdad de oportunidades a lo largo del ciclo de vida y que promueva la movilidad social de manera sustentable, como lo hace el CEEY.

Las organizaciones han hecho un gran trabajo en detectar los problemas, diagnosticarlos, proponer soluciones específicas de políticas públicas para la solución de problemas e incluso, realizar cabildeo y activismo para impactar, en forma directa, la acción pública. Por ejemplo, en el establecimiento del Sistema Nacional Anticorrupción resulta incuestionable lo logrado en la discusión sobre los nombramientos de servidores públicos en los puestos centrales de instituciones del Estado mexicano, como el INEGI, el INE, la PGR y otras instituciones, o en la visibilidad de casos de corrupción que han colocado el dedo en la llaga a nivel nacional.

Pero a pesar de estos muchos logros, nuestras organizaciones tienen, por naturaleza, un límite ineludible. Analizan, estudian, diagnostican, señalan, apuntan, persuaden y mueven a la opinión pública… pero no gobiernan ni implementan política pública. No podemos asegurar que las cosas ocurran y que haya un verdadro cambio, no importa cuánto esfuerzo y argumentos se pongan sobre la mesa. Nosotros no decidimos, lo hace la autoridad, el poder, que está cruzando el río, del otro lado.

Quizás el caso más emblemático que tenemos enfrente es justamente el del Sistema Nacional Anticorrupción y su desdoblamiento en los estados. La lucha primero por su establecimiento, y luego por su implementación, ha sido cruenta, dura y con innumerables obstáculos. Éstos van desde procedimientos que empantanan los procesos, hasta nombramientos inconvenientes o hasta claras obstrucciones a los objetivos del sistema, aprobación de leyes secundarias que son a toda luz inconstitucionales sólo para ganar tiempo, y un largo etcétera.  Antes esto, a las organizaciones no nos queda más que insisitir, presionar y mantener la lucha. Pero la verdadera decisión depende de quienes gobiernan.

Por ello digo que las organizaciones comenzamos a tocar nuestros límites de efectividad, o de velocidad, para lograr resultados. El tiempo, para unos, corre lentamente… cada elección es un escalón más para avanzar o retroceder. Para otros, el tiempo que pasa significa frustración, hartazgo, sentir que el país no avanza y que, además, el tejido social se desmorona sin remedio y sin pausa.

Dentro de un sistema de partidos como el de México, en donde es prácticamente la única vía para acceder al poder (de acuerdo con el INE, en el proceso federal 2014-2015 manifestaron su interés 122 aspirantes de distintas entidades, pero de éstas sólo lograron el registro 22 candidatos). Son los partidos la vía más directa para hacer los cambios que deseamos.

Los ciudadanos que participamos en esas organizaciones privadas pero de interés público, y otros genuinamente interesados por el país que no hemos incursionado en la política, nos enfrentamos ante la disyuntiva de brincar o no brincar al otro lado del río. Ese otro lado lo desconocemos de verdad, por más que tratemos con legisladores o funcionarios públicos. Ese otro lado significa un cambio de lugar completamente diferente al que estamos acostumbrados, el que conocemos y en el que nos movemos con seguridad y confianza. Ese brinco se nos ofrece como un brinco al vacío, dotados seguramente de un paracaídas efectivo, bien construido, pero que al fin y al cabo es sólo eso, un instrumento que nos permite aterrizar del otro lado. Y ya estando allá, habría que enfrentar desafíos enormes, algunos inimaginables y riesgosos.

Quienes trabajamos en las organizaciones civiles cuyo mantra es un profundo sentido de servicio público, nos enfrentamos a esa disyuntiva una vez que llegamos al límite de la frustración y del hartazgo de que todo sigue igual, o incluso peor y sin futuro ni esperanza. Habrá que decidir, y el 2018 es un año crucial para hacerlo.

 

[El autor dirige el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C.

ecardenas@ceey.org.mx

@ecardenasCEEY . Este artículo se publica también en El Financiero].

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Enrique Cárdenas Sánchez

Economista, exrector de la UDLAP. ExDirector del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. En 2019 fue candidato a Gobernador de Puebla en las elecciones extraordinarias. Director de Puebla contra Corrupción e Impunidad