Esfinge bailarina

  • Alejandra Fonseca
La esquina. El alto. Los conductores. La chica y sus audífonos. El baile. El embeleso.

Era temprano --9 de la mañana—de un día laboral cualquiera; ubicación: esquina del bulevar 5 de Mayo con avenida 20 oriente en la ciudad de Puebla; personaje: mujer joven –en sus 30—, vestida totalmente de negro --pantalón aguado de tela ligera ceñido a la cintura, playera de manga larga con hombros al descubierto y tenis, de cabellera negra, larga y china; actividad: contoneo al ritmo de una música fantasma para los observadores y que sólo ella escuchaba a través de sus audífonos.

Los conductores obligados a detenernos por el “rojo” del semáforo no pudimos evitar virar la cabeza para mirar la esfinge humana bailando en la esquina. Pensé que la mujer esperaba el “verde” para continuar su paso hacia el parque más cercano y hacer su ejercicio matutino  pero al notar que los semáforos siguieron su danza en el ordenamiento del tráfico y su “verde” pasaba sin ella adelantar su paso, me llamó la atención como imán.

Mi vecino conductor –un taxista de sonrisa fácil—la miraba igual de embelesado que yo y, en el encuentro de nuestras miradas, me dijo espontáneo:

--Todos los días baila en esta esquina.

--Se ve feliz…

Sin ambos dejar de mirarla, el taxista continuó:

--Cuando usted no la ve aquí, se pone en la esquina de atrás, señaló hacia el parque de San Francisco.

--Y lo mejor, dije, le vale madre lo que la gente piense.

--Pero siempre por este rumbo baila por las mañanas.

--Se ve feliz, repetí interiormente convencida.

--Sí, tiene usted razón, se ve feliz…

--Usted sabe, es la segunda mujer que veo en nuestra ciudad que baila sin importar que todos o nadie la vea.

--Yo paso diario por este rumbo y siempre la veo. ¡Me hace el día!, señaló sonriente.

--¡Nos hace el día, somos su público obligado! ¡Cuántos quisieran hacer lo que se-les-de-la-gana sin importar las opiniones de los demás.

--¡Si… cuántos!

La mujer siguió con su rítmico contoneo sin siquiera fijar la mirada en alguno de los paseantes o conductores a su lado o a lo lejos. Ningún autobús repleto de gente que la veía inhibía su baile ni por un segundo: a ella sola, inmensa y hechicera pertenecía la eternidad del momento.

Nos tocó el “siga” y el taxista y yo nos despedimos con un alegre: “¡Que tenga buen día!”. El “hacer lo que se-me-pegue-la-gana” resonó en mi mente y, sin dejarla de mirar por el espejo retrovisor me pregunté entre risas y en voz alta: “¿No seré yo cuando estaba un poco pasadita de peso?”

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes