Trump, el acontecimiento

  • Arturo Romero Contreras
Capitalismo liberal versus capitalismo autoritario y salvaje. Trump representa este segundo.

Llamemos acontecimiento a todo suceder que cambia las reglas de lo posible y lo imposible en un campo social. Trump es un acontecimiento en tanto que ha hecho cosas que antes hubiéramos considerado como impensables. Bien se puede argumentar que Trump no cambia nada en esencia respecto del mundo. No cambia nada porque detrás de él no hay una impugnación del capitalismo como tal, ni del “orden mundial”, sino sólo de cierta forma de capitalismo (el neoliberal) que él (al menos públicamente) coloca como causa de la “ruina americana”. En ese sentido el primer riesgo que comporta Trump consiste en hacernos añorar lo que “perdimos”, de modo que Hillary aparezca como una alternativa radical. Pero la oposición Hillary-Trump era ya, desde el principio falsa por insuficiente, por no llegar hasta el nodo del malestar mundial. Este riesgo lo corre fundamentalmente la izquierda y podemos frasearlo así: idealizar el mundo capitalista-liberal que tanto ha criticado solo porque el escenario que pone Trump es todavía peor. Pero hay otro riesgo al cual también se expone la izquierda y el cual consiste en juzgar sumariamente y concluir que “Trump es lo mismo que Hillary”. No es así. El orden liberal-capitalista encabezado por Obama, es eso: capitalista y liberal. Trump ofrece un mundo capitalista y abiertamente autoritario, combinación que no tiene hoy ya nada de impensable. No se olvide que una cosa es criticar la democracia representativa por insuficiente, que criticar la democracia “tout court”, en abstracto, invocando la fantasía (esa sí totalitaria) de una democracia “directa” y “verdadera” (es decir, sin mediaciones, ni instituciones, como si fuéramos un pueblo de ángeles), o bien denostarla sin ofrecer nada a cambio, lo cual, lejos de permanecer en la queja y la impotencia, abona el camino hacia el autoritarismo: esa otra fantasía en la que se invoca un “verdadero poder” que vencería el “mal”, representado por la partidocracia. Por ello, no debe perderse de vista que las instituciones del mundo liberal no pueden ser sacrificadas sin más, sin esperar un retorno del autoritarismo más salvaje; pero eso no quiere decir que ciertas instituciones fundamentales del mundo liberal sean inseparables del capitalismo. Todo lo contrario.

 

Volvamos pues a Trump. Por un lado, representa una cara más del capitalismo salvaje. Por el otro, su camino ya no es liberal, ni institucional en ningún sentido, sino “salvaje”. Para entenderlo no hay que pensar desde la perspectiva de las élites políticas y su racionalidad, sino a partir de otra figura: la del comerciante. Y hoy el comerciante internacional no sólo hace negocios con mercancías. El mundo contemporáneo ha incluido el “saber” dentro del mercado. No es gratuito que Stiglitz y compañía hayan ganado el premio Nobel de economía por mostrar que los mercados son imperfectos cuando hay asimetría de información. O sea que saber algo que el otro no sabe, cambia todo el escenario. Pero en la cuestión del saber, también puedo pretender que sé o inventar información falsa. El mercado internacional es así y se parece más a un juego de Póker que a un libre intercambio de mercancías. Por ello, Trump lanza tweets: para “bluffear”. Eso significa que la arena política para él es como una gran mesa de póker, un perpetuo antagonismo entre jugadores. Por eso es que él no representa sino la radicalización de lo que ya definía la esencia del capitalismo: la teoría de juegos. Nash eligió para modelar el mundo el dilema del prisionero. Stiglitz lo impugnó criticando las asimetrías del mercado que provienen de las asimetrías de información. Trump afirma las dos cosas: el mundo es sólo un gran juego y es asimétrico ... y así está bien. Verdaderamente estremecedor. Esto es, me parece, lo que debemos entender hoy por "técnica". Hoy la técnica no se define por máquinas, ni por entes, sino por procedimientos y estrategias formalizados, aunque hoy no podamos adivinar el juego todavía.

 

Pero si llamamos a Trump un acontecimiento, es porque ha movido las piezas de tal modo que nuevas cosas son posibles. No es que dichas cosas se vuelvan actuales de la noche a la mañana, sino que se anuncian posibilidades, tanto de lo peor, como de algo mejor. Pero ¿qué puede haber de positivo en Trump? ¿Qué hay en sus ladridos, en su actitud de bully internacional, que pueda abrir una posibilidad distinta para quienes no están en su barco? Tomemos un ejemplo: el del TLCAN. Durante décadas, prácticamente desde su diseño hasta su firma en 1994 y a partir de ahí en cada una de sus consecuencias, la izquierda ha denunciado el tratado de libre comercio por injusto. México debió enfrentarse no sólo a un país más desarrollado económicamente, sino que aquello que podía ofrecer: productos agrícolas, debía enfrentar otra asimetría fundamental: el hecho de que en E.U. el campo estaba subsidiado. Nuevamente se ve cómo los países donde se cumple al pie de la letra el neoliberalismo son los países menos desarrollados, mientras que los desarrollados mantienen los impuestos más altos, subsidian ciertas industrias clave y controlan impuestos. Somos  más papistas que el papa; los ultras del neoliberalismo, los verdaderos dogmáticos. Pero la paradoja es que los países menos desarrollados fueron la punta de lanza del neoliberalismo. Durante mucho tiempo vimos en el “tercer mundo” el pasado, ya superado, de Europa, E.U. y algunos países de Asia. Pero el neoliberalismo alcanzó también al primer mundo y la dominación, que logró ser llevada afuera por un tiempo, retornó al interior. Recordémoslo, el primer mundo se desindustrializó en el siglo XX porque el tercer mundo se convirtió en una gran maquila, la mayoría de la población se hizo obrera de unos cuantos países. Pero esta división centro-periferia no pudo sostenerse y acabó por reproducirse dentro del primer mundo. Grecia sería la periferia europea de la Unión Europea y Detroit se convertiría en una “probadita” del tercer mundo en el corazón del “imperio”. Pronto la flecha del tiempo se invirtió y el mundo desarrollado comenzó a identificar en el mundo subdesarrollado la viva imagen de su propio destino.

 

Regresemos a Trump. Sus críticas implícitas al sistema neoliberal son verdaderas. Pero maticemos: son superficialmente verdaderas. Es incontrovertible el hecho de que el neoliberalismo ha destruido la industria manufacturera americana y que ha generado pobreza en E.U. Es cierto que ese modelo se ha llevado los empleos al tercer mundo. Es cierto que el neoliberalismo ha generado en el país del norte una concentración inusitada de la riqueza y, con ello, se ha vuelto uno de los países más desiguales (¡pero no más pobres, evidentemente!) del globo (ver el artículo en alemán de Sabina Morales: http://www.deutschlandradiokultur.de/handelsstreit-zwischen-usa-und-mexiko-armut-auf-beiden.1005.de.html?dram%3Aarticle_id=377710). Lo que Trump pretende hacer es crear un estado de excepción dentro del mercado (otro más, pero diferente), el cual deberá seguir siendo neoliberal hacia afuera de E.U., pero proteccionista hacia adentro. Es decir, a Trump no le interesa la desigualdad mundial, sino sólo la americana, no le interesa el desempleo mundial, sino sólo el de su país. La “contradicción” de Trump es que quiere un capitalismo proteccionista en casa a costa de un capitalismo aún más salvaje en el resto del mundo. Eso sólo lo puede lograr si empuja, nuevamente, los costos del sistema hacia afuera. Pero la liaison que existe entre todas las economías del mundo y los regímenes políticos (no todos democráticos, por supuesto) que las sostienen no se pueden separar con un escalpelo: las fronteras nacionales no corresponden ya con la geografía económica. Por más que los regímenes políticos estén ligados a los económicos, hoy no constituyen una única esfera indiferenciada.

 

Entonces, ¿qué se puede aprovechar de Trump? Hay que tomar sus razones a medias y expandirlas, generalizarlas hasta que muestren su revés. Es verdad que el neoliberalismo se ha llevado los empleos de E.U. … y que los ha precarizado en el resto del mundo. Es verdad que E.U. ha sufrido una gran concentración de la riqueza … como el resto del mundo. Es verdad que el mundo le ha visto la cara a E.U., como E.U. se la ha visto a todo el mundo por ser éste el juego que todos jugamos. Por eso mismo debemos utilizar esta coyuntura en que Trump impugna el TLCAN para impugnarlo nosotros, algo que hasta ahora había constituido lo impensable mismo. Ahora que Trump implícitamente critica el neoliberalismo, es preciso volver a hacerlo de manera explícita. Es tiempo de penetrar en la densa masa de ideas que durante décadas se tomaron como dogmas del mundo contemporáneo, aprovechando las parciales razones del actual gobierno norteamericano. Trump es para el mundo un acontecimiento. Pero todo acontecimiento puede decidirse en varias direcciones. Queda en manos del mundo decidir si retorna al familiar mundo de la injusticia al que se ha acostumbrado en las últimas décadas (lo que significaba Hillary), o si se arriesga a transformar la crítica implícita que aquel dirige al neoliberalismo, en el germen de una crítica renovada e inédita hacia el capitalismo, que haga de la pregunta por la justicia común, no solo su fin, sino también su medio. 

 

Twitter: @arturoromerofil

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.