Mapeado el gasolinazo

  • Arturo Romero Contreras
Mentir con la verdad. El mercado. La política. Decisión política con cariz económico. El mapa

Mentir con la verdad. Se comienza con alguna verdad del mercado, se toma una decisión política y se hace pasar a esta última por una decisión puramente económica.

El gasolinazo se debió al aumento de los precios internacionales del hidrocarburo refinado. El gasolinazo obedece a una política fiscal ineficiente, de muy baja recaudación. El gasolinazo es una estrategia desesperada de recaudación, pasando la factura a los ciudadanos y dejando intacta la estructura de corrupción y de sueldos y estímulos a funcionarios. El gasolinazo es, pese a lo dicho, una resultado directo de las reformas hacendaria y energética. Los saqueos fueron sembrados por el gobierno. O, si participaron también ciudadanos, los saqueos reflejan, los haya iniciado quien los haya iniciado, un hartazgo social que puede virar fácilmente hacia una violencia sin dirección. Las marchas contra el gasolinazo han sido fundamentalmente pacíficas. El masivo rechazo del aumento en el precio de las gasolinas y la organización social que se desprendió de ahí muestra un rechazo radical a la política social y económica del gobierno en turno. Las gasolinas no deben estar subsidiadas, pues ello incentiva el uso de combustibles fósiles, además del tráfico, sin hablar de la carga al erario que ello significa. El aumento en el precio de la gasolina refleja una crisis mundial en torno al uso de combustibles fósiles. Es un mito que el aumento en el precio de la gasolina afecte sólo a los automovilistas: el transporte de todas las mercancías en este país depende de vehículos automotores que utilizan diésel o gasolina. El gasolinazo producirá aumento generalizado de precios y, con ello, inflación. El aumento de los precios en la gasolina pone de nuevo sobre la mesa el tema de las energías limpias, pero también el tema del desastre del transporte público, así como el diseño de las ciudades que hoy privilegian fundamentalmente a los automovilistas.

Todo esto es cierto. Pero no todo. Es decir, cada idea tiene su grado de verdad, pero no de forma aislada. El político puede mentir con la verdad. En ello consiste su arma de comunicación. Toda verdad a medias, en tanto encubre otra verdad, se transforma en una mentira global. Un ejemplo: decir que el gasolinazo se debe al aumento en el precio de las gasolinas a nivel internacional. México importa gasolina, la gasolina está subsidiada, por tanto, se vuelve inviable seguir manteniendo ese subsidio de cara al aumento actual. Es verdad que el precio ha aumentado. Es verdad que la gasolina está subsidiada. Es verdad que un subsidio se vuelve insostenible. Es incluso verdad que debe tomarse una decisión respecto a este último. Pero es falsa la conexión de que el gasolinazo se debe única y exclusivamente a ello. EPN ha dado una razón necesaria, pero no suficiente. Y más aún, ha ofrecido una decisión política, como si fuera una decisión puramente económica, es decir, puramente técnica. El neoliberalismo no ha significado un adelgazamiento del Estado en general, ofreciendo más libertades al mercado. Ha significado una renuncia a sus responsabilidades sociales, pero para nada a su poder de coacción (militar, fundamentalmente), ni a su papel legitimador de políticas sociales y económicas (el Estado siempre toma las “decisiones difíciles” de realizar recortes al gasto social), ni a su papel de aliado incondicional de grandes empresas (ayudadas en rescates financieros organizados por aquél), etc. Lo que sí podemos ver es la migración de muchas decisiones de una esfera que correspondían a la política, a una esfera de la economía. Por ejemplo, el gasolinazo no se ofrece como una alternativa a la que se llega después de una deliberación, considerando variables económicas, sociales y políticas, sino que se impone como una consecuencia objetiva de las anónimas fuerzas del mercado. Desde las famosas reformas estructurales hasta el gasolinazo de hoy (posibilitado por aquéllas), todo se presenta como el resultado de decisiones técnicas, necesarias para el sabio economista y arbitrarias sólo por los ojos ignorantes de los ciudadanos.

Mentir con la verdad. Ésta es la divisa del argumento económico. Se comienza con alguna verdad del mercado, se toma una decisión política y se hace pasar a esta última por una decisión puramente económica. Pero no hay que ser complacientes. Del lado de la protesta hace falta también claridad, hace falta pasar de la indignación a la producción de un mapa de razones y causas que rebasen la afectación directa, es decir, que rebasen el modo en que el cambio de precio afecta nuestra vida inmediata. Me explico. Con el capitalismo del siglo XIX tuvo lugar un giro radical en la organización de las relaciones sociales. El dinero, el trabajo y la tierra se convirtieron en mercancías de un carácter muy particular. El dinero dejó de ser un “reflejo” de la riqueza, para transformarse en un fin en sí mismo, sometiendo la producción a su dominio. Lo que cuenta ya no es producir bienes y servicios, sino producir más dinero, es decir, capital, que se traduce en el imperativo del crecimiento económico, de la prosperidad abstracta. La tierra, mercancía finita por excelencia, dejó de ser el espacio para la producción económica (agricultura, ganadería) y la vivienda (incluida la organización de las ciudades) para convertirse en un objeto de acumulación de plusvalor y, asociado a ello, de especulación. El trabajo dejó de ser solamente el modo de producir bienes y servicios en el mundo que luego son intercambiados por otros bienes y servicios, conviertiéndose en una mercancía sujeta a la oferta y la demanda. Siendo el dinero un fin en sí mismo, el intercambio se pone al servicio de la acumulación, que hoy concentra el 90% en el 1% de la población. Siendo la tierra en gran medida privada y al servicio de la ganancia, se producen problemas de vivienda a nivel mundial y de saqueo de las ciudades por parte de los grandes propietarios y desarrolladoras; y el campo se encuentra en manos de grandes empresas transnacionales, ya no de pequeños y medianos agricultores. Finalmente, cuando el trabajo se convierte en mercancía, el desempleo se ve como una “variable” del mercado, frente a la cual el Estado no tiene responsabilidad alguna.

¿Qué significa entonces que el dinero, el trabajo y la tierra se hayan convertido en mercancías? Que ellas estructuran todas las relaciones sociales: el gobierno, la escuela, las relaciones amorosas, la producción científica, todo pasa, de algún modo u otro, por esas mercancías que han devenido los mediadores absolutos. La consecuencia para la vida es particularmente perversa, porque dichas relaciones se tornan fundamentalmente invisibles. Cuando busco desesperadamente trabajo y no lo encuentro o debo aceptar un empleo precario, sin prestaciones, mal pagado o incluso abiertamente en violación de derechos laborales, y no veo el mercado global, yo no veo la situación de la “mercancía trabajo”, yo no veo el sistema económico que ha transformado mi fuerza de trabajo en una divisa con la que otros acumulan ganancias. Yo sólo veo mi hambre, mi desesperación. Cuando pago la renta, no veo el mercado inmobiliario en su conjunto, no veo las decisiones que han llevado, por ejemplo, a una burbuja y las especulaciones que trae asociada. No veo las oscuras reformas que hacen posible que la renta aumente tanto o cuanto. En el conjunto de impuestos no veo a dónde va a parar mi contribución. En suma, hay un conjunto de complicadas estructuras: leyes, decisiones políticas, poderes fácticos, instituciones formales e informales, que no aparecen directamente en mi campo de visión, ni de explicación.

Pero la cuestión es más grave, porque no sólo no puedo ver directamente el complejo entramado de condiciones que determinan mi situación particular, sino que tampoco veo en qué medida mi mera existencia “normal” forma parte de la producción y reproducción de ese entramado. Si tengo la fortuna de comprarme un teléfono celular, no veo lo que hay detrás de esa adquisición. Los minerales son extraídos de alguna región de África bajo condiciones cercanas a la esclavitud o al menos el trabajo forzado. Las piezas son maquiladas en algún país de América Latina con mano de obra barata. Los celulares son ensamblados en China con trabajo infantil, que se sirve de sus pequeños dedos. Es un ejemplo solamente, pero la cadena de producción global y la división internacional del trabajo que requiere, hace que ninguna mercancía en serie se produzca ya sin un momento de ilegalidad, de violación de derechos laborales o de abierta explotación: desde el celular hasta el lápiz con el que tomamos apuntes. Así, cuando mando un SMS, no veo todo el trabajo oculto y las condiciones sociales, políticas y económicas en las que se realizó. Yo mismo, al usar los envases de plástico, no veo a dónde van a parar, no poseo una conexión directa entre la bolsa de cacahuates que abro y los grandes tiraderos de basura. Hay una desconexión entre el mundo vivido, es decir, todo lo que se encuentra en mi entorno, y los condicionamientos que lo hacen posible. Pero también hay una desconexión entre mi vida, lo que hago, y el impacto que tiene sobre los demás. El prójimo es fundamentalmente anónimo, lejano, desconocido.

Así, cuando hablamos del gasolinazo, hay que reconstruir el mapa de condiciones y consecuencias en el que se inserta. Éste mapa deberá dar espacio a todas las frases con las que comenzamos este artículo. Fácilmente podemos ver que hay diferentes causas y consecuencias y que pueden ser lejanas e inmediatas; vemos también que hay diferentes planos: el social, el político, el económico. Podemos apreciar, además, que hay cadenas de causas y consecuencias, y que hay redes complejas. Cuando pensamos en causas y consecuencias usualmente nos imaginamos una cadena: A causa B, que causa C, que causa D, etc. Pero en nuestro escenario tenemos causas complejas, por ejemplo, C sólo sucede, si hay A y B al mismo tiempo. Este es el ejemplo de la mentira gubernamental. Es verdad que el gasolinazo (llamémolso C) está motivado por el alza del precio del combustible (llamemos esto A), pero eso no sucedería si los últimos gobiernos no hubieran privilegiado la producción de crudo (llamémolso B), sin invertir en la refinación, lo que aseguraría la austosuficiencia en el consumo de gasolinas.

Todo esto es fundamental a la hora de organizar el material del mundo para interpretarlo. Digamos que el mundo es un espacio. Es un espacio donde tenemos diferentes elementos y diferentes relaciones entre ellos. Los elementos pueden ser los actores políticos y las relaciones, la distribución del poder, por ejemplo. Cada actor tiene cierto poder sobre el otro: poder para aumentar o disminuir la probabilidad de que un tercero haga algo. Yo tengo poder sobre alguien si puedo aumentar o bajar la probabilidad de que haga algo que yo quiero o que me beneficia. El beneficio, claro, puede ser también mutuo, lo que no anula el poder, sino que lo hace recíproco. La teoría de juegos ha trabajado bastante al respecto. Pero las cosas se complican todavía más: ¿cómo unimos en un mismo espacio el mercado internacional, el gobierno de EPN y la sociedad mexicana que protesta? Los espacios son distintos, porque los actores y las relaciones posibles son distintos. Pensemos que el mundo es un espacio hecho de varios espacios. Si tomamos la imagen de un juego de mesa, podríamos decir que el mercado es como jugar Monopoly. Pero al mismo tiempo, tenemos otro tablero, con otro juego: por ejemplo, el ajedrez de la política, donde no hay muchos jugadores, sino sólo dos: un antagonismo que va directo al poder del otro: al rey. Finalmente, no cuesta trabajo imaginarse un tercer tablero, en este caso de Go. El Go es un juego chino (pero jugado en Japón y en Corea con reglas ligeramente distintas) de dos jugadores, sobre un tablero donde se colocan pequeñas piedras que sirven como fichas. El objetivo es rodear con las propias fichas un área mayor del tablero que el contrincante. No es difícil ver que la protesta social es una conquista de espacios, en buena medida mediáticos (pero no sólo, desde luego). Así pues, el gasolinazo nos despliega, al menos, tres tableros: el mercado, el juego del poder institucional y el espacio de la protesta, que hemos ejemplificado con tres juegos (que cualquiera podría reemplazar por ejemplos quizá más afortunados): Monopoly, ajedrez y Go.

¿Cómo jugar en tres niveles a la vez? ¿Cómo se conectan entre sí? ¿Qué efectos tiene una jugada en un tablero en los otros juegos? ¿Cómo se entrelazan los espacios? ¿Son los mismos jugadores los que se involucran en cada juego? ¿Qué reglas valen para los tres tableros y qué reglas valen sólo para dos o sólo para uno? ¿Hay juegos “diagonales” a los otros tres? Interpretar es crear mapas. Analizar situaciones es crear mapas de mapas: mostrando dónde uno se continúa con otro, donde se interrumpe, dónde un mapa refiere al mismo territorio que otro, dónde hay compatibilidad, incompatibilidad, qué rotaciones y traslaciones podemos hacer de ellos. Recordemos tan sólo un ejemplo para ilustrar estas ideas. El mapamundi que representa nuestro planeta en un plano, esa representación del mundo a la que estamos acostumbrados es una proyección. Nuestro planeta es más o menos esférico (aunque visto de cerca resulta casi tan irregular como una papa), pero para poder verlo todo de un golpe necesitamos proyectarlo en un plano. En esta proyección estamos haciendo un mapa bidimensional de un objeto tridimensional. En este proceso perdemos información y producimos ciertas deformaciones. Podemos ver, por ejemplo, que Groenlandia aparece como un pedazo de tierra gigantesco. Pero eso sucede porque está cerca del polo, desde donde se proyecta nuestro mapa bidimensional. Hay mapas que preservan las formas de los continentes, otros preservan las distancias. En cualquier caso no se puede preservar todo, hay que saber elegir lo importante. Lo mismo sucede con las interpretaciones, hay que saber el criterio que nos interesa para poder proyectar un mapa relevante. Sobre este mapa-espacio podremos ya colocar los puntos (los actores, por ejemplo) y sus relaciones (el poder, por ejemplo) para producir una idea general. Pero finalmente, deberemos aceptar que así como hay varios “contextos” o “tableros”, hay varios “espacios” y por lo tanto, varios mapas que debemos apilar (como en esos libros del cuerpo humano, hecho de láminas transparentes, donde podemos ver los diferentes sistemas y aparatos) o pegar (como cuando armamos un cubo, siendo cada cara una “perspectiva” del problema) para producir una interpretación compleja, pero que logre articular eso que constituye nuestra experiencia vivida y el complejo mundo en el cual desplegamos aquella.

Todo acontecimiento político exige pensar en el conjunto de espacios que impacta, así como las complejas relaciones que existen entre ellos. Sin este mapeo, el gasolinazo se quedará en la indignación abstracta y en un ultraje sin consecuencias por parte de la sociedad organizada.   

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.