Fue el mercado (… también)

  • Arturo Romero Contreras
Ayotzinapa implica al estado. Estado, nación, mercado y crimen organizado. El estado entrega todo

La exigencia de verdad sobre Ayotzinapa es doble: por los responsables directos de los crímenes, pero también por las causas estructurales.

  • 26 de septiembre de 2014, Iguala, Guerrero: 6 personas muertas, 25 heridas y 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa desaparecidos. Involucrados están fuerzas del orden en todos los niveles de gobierno: local, estatal y federal, por acción directa o connivencia y el cártel Guerreros Unidos.
  • Octubre de 2014: se proclama en las calles: “fue el Estado”.
  • 7 de noviembre de 2014: La PGR declara en voz de Murillo Karam, entonces procurador general, su “verdad histórica”, fueron: la policía local de Iguala y los Guerreros Unidos, y los cuerpos fueron incinerados.
  • 6 de septiembre de 2015: El grupo internacional GIEI (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes) desmiente la “verdad histórica” de la PGR.
  • 23 de septiembre de 2016: El crimen sigue irresuelto. Los 43  siguen desaparecidos. Los crímenes siguen impunes.

El lunes 26 se cumplen 2 años de la desaparición forzada de los 43 y la responsabilidad directa o indirecta de las fuerzas del  orden en los tres niveles, incluido el ejército, está fuera de duda. Pero ¿qué significa “fue el Estado”? Intentemos dar algunos elementos para orientarnos un poco en esto de su culpabilidad.

Frente a un crimen no resuelto hay sospechosos, pero no culpables, hasta que se dicte sentencia. Por ello es que la investigación debe seguir por todos los medios. Pero también se impone la necesidad de llevar a cabo una reflexión a todas las escalas, en las que la investigación periodística y la crítica social deben involucrarse.

Comencemos primero con una apreciación histórica. Hay un hilo conductor que va del uso de paramilitares y grupos militares de élite por parte del gobierno durante la guerra sucia en México, al empoderamiento de grupos delincuenciales en esa época para ayudar a combatir la “amenaza comunista”; el hilo continúa con el cambio de “bando” de dichos grupos al crimen organizado (como ocurrió con los Zetas, por citar el ejemplo más conocido) y la militarización del crimen organizado (visible en el uso de armas de alto calibre, pero también en el hecho de que muchos de sus miembros son exmilitares), hasta llegar a la escalada de violencia que gobierna nuestros días y que se evidencia en una extraña e inestable coalición entre grupos criminales y estatales.  

Pero no debemos apresurarnos y concluir que se trata en los hechos de Iguala de la misma y vieja violencia represiva del Estado. Todo resulta mucho más complicado, sobre todo en tiempos donde el Estado se muestra más fragmentado que nunca, el presidencialismo se ha debilitado y la lucha partidista, si no ha cambiado el juego de fondo, sí fuerza a los actores a disputarse el poder, lo que crea enfrentamiento de intereses. No hay en estos casos nada más dañino que pensar que ya se sabe todo y que no hay nada qué explicar. Pensando en nuestro presente: ya nadie puede leer lo que pasó en Iguala como un hecho aislado. Esta violencia no sólo se conecta con los ejemplos históricos que hemos dado, sino que es inseparable de la violencia generalizada que se ha desatado en México desde la infame “declaración de guerra contra el crimen” (que no fue una guerra contra el crimen, sino una violencia desenfrenada que hizo correr sangre tanto de integrantes de cárteles, como de migrantes, de miembros de movimientos sociales y de personas que estaban en el “lugar y tiempo incorrectos”; recuérdese sólo que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad sacó a flote el hecho de que no sólo no había cifras confiables de la cantidad de muertos, sino que “nadie” sabía quiénes eran… excepto las familias que salieron a las calles a marchar).

Esta guerra, que hoy se ha vuelto más silenciosa que nunca, ha implicado no sólo un descontrol de las fuerzas del orden, sino una creciente militarización (¡pero cómo, si en los recortes presupuestales hasta al ejército le tocó!).

 Pero entonces, ¿qué es lo nuevo en todo este escenario? Preguntarnos por lo que tenemos frente a los ojos toma hoy la forma de preguntarnos por el culpable de un hecho: por los muertos, los heridos y la desaparición forzada de los 43. Y si fue el Estado, hay que, al menos, hacer algunas preguntas pertinentes. Cuando se dice “fue el Estado”, ¿qué se quiere decir? Fue “sólo el Estado”, fue “todo el Estado” o ¿fueron más bien “algunos gobiernos” (locales y estatales)? ¿Es el Estado una entidad homogénea? Es decir, ¿reacciona todo el Estado en bloque? ¿No hay en su propio seno una multitud de posiciones, por más que algunas sean las dominantes? ¿Es el Estado un actor más o algo que está por encima de todos los actores políticos, regulándolos? Si el Estado colaboró con el crimen organizado, ¿es que se trata de dos instancias, Estado y criminalidad, o se trata de una sola? ¿Podemos hablar de Estado fallido, de Narcoestado, de Estado corrupto o de corrupción localizada? Silogismo: si fue el Estado, entonces no se puede, como en los casos de crímenes contra la humanidad, pedirle justicia, sino que se requieren instancias internacionales.

No fue todo el Estado (que es algo bastante más complejo que sus dirigentes y que está más fracturado de lo que se cree, porque además incluye a todas las burocracias y los institutos autónomos); no fue sólo el Estado, pues participó el crimen organizado. Y no, no podemos hablar de un Estado fallido. Las fuerzas armadas nacionales y su movilización por todo el territorio muestran la gran salud del Estado mexicano, que si bien se retira de sus responsabilidades sociales (como salud, educación, justicia), sigue teniendo un gran músculo para controlar a quien “se salga de su sitio”. Hay que decirlo claramente: tenemos demasiado Estado (abocado a funciones de seguridad y control social) y demasiado poco (por el pobre Estado de derecho y el abandono de sus funciones sociales, por no decir del grado de impunidad). Y no, no tenemos un Narcoestado: la caída de capos y el golpeteo del ejército con todos los grupos del crimen organizado indica hasta qué punto la colaboración es conyuntural, estratégica y de corto plazo. No, no debemos engañarnos y suspirar por esos “viejos tiempos en los que el PRI tenía a todos bajo control”. Hoy es no sólo evidente que eso es imposible, sino que obvia el hecho de que es ese mismo PRI el que abonó poco a poco el terreno para crear las condiciones que hoy rigen (con ayuda de todos los colores partidistas). Así que sí, fue el Estado, pero habrá que demorarse en entender qué parte, qué dependencias bajo qué procesos que orientan su actuación (como por ejemplo, las famosas reformas estructurales). Pues bien, no otra cosa ha emprendido el obispo Raúl Vera con su convocatoria a una nueva Constituyente, sino a discutir qué es el Estado mexicano y qué debería ser.

Pero lleguemos ahora sí a esa dimensión que no se discute mucho: el mercado. Me dirán que esto es estrictamente político, que confundo la gimnasia con la magnesia, pero veamos. No defiendo que la causa eficiente de la violencia haya sido directamente económica. Lo que defiendo, es que en estas situaciones justamente, ya no nos bastan las causas eficientes, porque ellas nos conducen a los responsables puntuales, pero no a las causas estructurales; y cuando hablamos de causas estructurales, en este “orden mundial”, llegamos rápidamente al papel político del mercado y al papel económico del Estado. No hay nada más equivocado que pedir “menos Estado” para que el mercado se regule solo. El mercado ha surgido de la mano del Estado y hoy sobrevive gracias a sus políticas económicas y rescates bancarios. Quien dice que al mercado hay que dejarlo como una enredadera salvaje y que pronto decorará un bonito muro de la existencia humana no está hablando seriamente. Pero no menos absurda es la idea de un Estado Leviatán capaz de controlar un mercado tan complejo, diferenciado y autónomo. Así como tenemos demasiado Estado y demasiado poco a la vez, hay que decir lo mismo del mercado, tenemos demasiado (en tanto que cada vez hay menos áreas de la vida que se sustraigan a la mercantilización) y demasiado poco (lo que priva en el mercado son monopolios e inversionistas que usan toda la ayuda de sus puestos gubernamentales; hay todo menos libre mercado y competencia justa; pero si lo hubiera no funcionaría sin Estado).

Para explicar esta liaison política-mercado quisiera traer a colación al filósofo japonés Kojin Karatani, quien ha acuñado el concepto de capital-estado-nación. Con esto actualiza la idea del estado-nación y la inserta en el marco del capitalismo contemporáneo. La tesis es simple, pero potente al tiempo que sutil. Ésta dice: la nación, el Estado y la economía son tres instancias semi independientes, pero anudadas (se trata de un nudo borromeo o “vínculo bruniano”). O sea, que forman una estructura de tres elementos, pero donde cada uno tiene su autonomía relativa. Eso quiere decir que no podemos reducir uno a otro o decir que uno es más fundamental que cualquiera. No podemos entonces entender qué es el Estado, sin su vínculo con la nación (que aquí no abordo, pero que involucra los grupos históricos y sus identidades, así como los arraigos religiosos y étnicos en la población) y con el mercado.

Directamente podemos verlo: el comportamiento del Estado mexicano responde a una política internacional de militarización de los estados occidentales en general. Frente a conceptos como el de seguridad humana, aquí se adopta el modelo guerrero de seguridad nacional. Esto quiere decir que la seguridad interna, propia de civiles, es entregada a los militares de facto y a su lógica. Esto significa a su vez que los ciudadanos son convertidos en permanentes enemigos potenciales. Semejante violencia interna es invocada cuando un Estado pierde su legitimidad y dicha legitimidad ha sido minada en México por su modelo económico: privatizaciones, pérdida del poder adquisitivo, flexibilización laboral. La mano derecha del Estado sale a defender sus concesiones a la economía.

Pero ¿qué relación guarda todavía esto con el crimen organizado? Aquí quiero compartir una tesis que Sabina Morales presentó varias veces en foros en Alemania. Contrario a lo que estamos acostumbrados a pensar, el crimen organizado no es una desviación de la economía capitalista, sino su cumplimiento más cabal. Las concesiones al crimen organizado son de naturaleza comercial y responden a la misma lógica de la inversión de empresas transnacionales. Todo esto exige otro texto, pero demos un par de indicaciones. ¿Cuál es el sueño hoy de toda empresa? Respuesta: la absoluta flexibilización laboral, es decir, la posibilidad de contratar y despedir empleados sin contratos, ni compensaciones, posibilidad de ahorrarse prestaciones laborales… ¿No es esto el crimen organizado, el gran empleador, patrón mayoritario en México? ¿No es el crimen organizado el sueño de todo empresario? Y así como el Estado entrega a la iniciativa privada educación, pensiones y salud, también le otorga de manera peculiar la seguridad a otro empresario. En Ayotzinapa se trató de un grupo del crimen organizado, a quien los policías entregaron a los estudiantes dándoles así la franquicia de las ejecuciones extrajudiciales.

Así que al tenor de todo esto no queda sino decir, sí, fue el Estado, pero también el mercado. 

@arturoromerofil

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.