Dos visiones, dos lecturas

  • Fidencio Aguilar Víquez
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Es común que a estas alturas, y una vez echado a andar el proceso comicial que culminará en la jornada electoral de junio de 2016 con la elección del mini-gobernador, la opinión pública local comience a hacer sus apuestas y sus lecturas sobre el derrotero que tendrá la mencionada elección.

Esas lecturas, grosso modo, se sintetizan en dos visiones; por un lado, la representada en la lectura del periódico Cambio, con Rueda a la cabeza, cuya interpretación es la siguiente: ya hubo un acuerdo de alto nivel entre Los Pinos y Moreno Valle para que en la elección gane el delfín de éste, por ello, cualquiera que sea el candidato tricolor irá directamente al matadero; la elección no es sino un mero trámite.

Por el otro lado, está la perspectiva de Rodolfo Ruiz y algunas otras plumas que, basados en datos de encuestas publicadas en medios nacionales, plantean una caída libre del mandatario local que podría afectar a su delfín; todo lo anterior provocado por diversas circunstancias que han afectado y molestado a los poblanos que, en suma, no ven bien varias de las decisiones de gobierno y del clima general de polarización y de utilización de las instituciones para golpear a sus opositores y adversarios.

La primera lectura está basada en una supuesta real politik, así son las cosas porque no hay otra manera de hacerlas –acuerdos copulares y decisiones al margen de la sociedad y de las instituciones que supuestamente deberían tomarlas de forma autónoma-, como prueba, brinda datos de inversiones en obra pública y de la conformación de instituciones que por ley deben ser autónomas: la prueba es que, en todos esos casos, se muestra un claro quid pro quo, tu parte y mi parte, dando dando; lo que no muestra esta lectura es qué recibe el inquilino de Los Pinos a cambio de tanta dádiva.

La segunda lectura, además de los datos de las encuestas, parte de un factor que ha ido cobrando fuerza en otras latitudes con regímenes brotados en la democracia pero endurecidos en los hechos, como España o Argentina, donde los ciudadanos, cansados y molestos de tanta arrogancia por parte de sus gobernantes, han decidido dar un giro dando su voto a otras opciones políticas. Ahí han ocurrido sucesos al margen de esos acuerdos copulares y fuera de la lógica de la real politik. Me atrevería a decir que esas situaciones tienen una mejor lectura en la lógica de las relaciones de las masas y el poder (Elías Canetti, el Nobel de Literatura de 1981, tenía toda la razón cuando afirmaba que para comprender el poder no hay que mirar a los políticos –que siempre serán iguales-, sino a las masas; y entendiendo al poder desde las masas, se comprende mejor la dinámica social).

Las dos lecturas, desde luego, tienen su valía, como esfuerzos intelectuales de comprensión de la realidad. Pero la diferencia no radica sólo en dichas lecturas sino, sobre todo, en quienes las hacen. Es más, me inclinaría a pensar que quien sostiene la real politik como premisa, de lo tan convencido que estaba en su efectividad, no dudó en querer chantajear a un actor político local a quien le exigió no ver tlacoyos en sus posturas. Con lo cual me levanta la sospecha de que su lectura cojea del mismo pie que su lector: creer que el pragmatismo no tiene límites.

Sin embargo, considero que, en efecto, la elección del mini-gobernador del 2016 será entre esas dos opciones: por un lado el pragmatismo y, por el otro, la del malestar de la gente. Si triunfa el primero, el malestar de la gente se replegará para volver con mayor fuerza –a la manera de un volcán en erupción-; si triunfa el segundo –y sólo podría hacerlo si hay adecuado encauzamiento de energías (de cauce, desde luego)-, los gobernantes y los partidos políticos comenzarán a pensar en serio que no se puede ignorar por mucho tiempo a la gente.

Desde luego, también el malestar tiene límites y, desbocado, no lleva a nada. De ahí que sea importante darle cauce, sentido, dirección. Si ello ocurre, la fuerza de ese malestar se vuelve positiva. De lo contrario, puede brotar una suerte de anarquismo que a nadie beneficia, la sociedad se polariza y todo se torna propicio para que aparezca un caudillo que, tarde o temprano, como en otras latitudes, termine instrumentalizando instituciones en su beneficio y contra sus adversarios o destruyéndolas para volver a la premisa premoderna de Luis XIV: “El estado soy yo”.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).