Ciudadanía y ciudadanos reducidos a elecciones y electores

  • Nicéforo Rodríguez Gaytán

Las próximas elecciones federales serán un referente básico para entender y comprender desde el escarnio político, el comportamiento de los militantes, de los advenedizos y de los cercanos al poder que desean ser ungidos para una posición electoral.

 Una vez que los diferentes partidos políticos determinen sus candidatos y procedan a los registros,  los comentarios en medios de comunicación serán relativos a si son paleros, serviles,  conocidos, desconocidos, expertos, inexpertos, recomendados, arribistas, chapulines, chaqueteros, aconsejados, manipulados, vendidos,  enviados a confundir a los electores y a los opositores en el campo político.

Valga el comentario anterior para señalar que la democracia en México aún tiene muchos retos que enfrentar, uno de ellos es la existencia de formas de organización social que sean capaces de reorientar las acciones de quienes dirigen las instituciones de gobierno. ¿Qué se necesita para que esto ocurra? Simplemente… la presencia activa de ciudadanos que asuman un papel más decisivo en los  asuntos públicos.

En nuestro país la adopción de la concepción de ciudadanía liberal ha llevado al diseño y ejecución de políticas que no tienen un carácter público, debido a la falta de mecanismos formales específicos que garanticen la participación organizada y real de la ciudadanía, pues los ciudadanos son cooptados a través de medios clientelares para legitimar el uso del poder de los gobiernos. Por tanto, los espacios de intervención ciudadana son establecidos y limitados por los gobiernos de acuerdo a su conveniencia,  adecuando el marco normativo para legalizar estas formas de organización ciudadana.

ara Alain Touraine (1992) “la ciudadanía consiste, sobre todo, en una actitud o posición, es decir, la conciencia de pertenencia a una colectividad fundada sobre el derecho y la situación de ser miembro activo de una sociedad política independiente”. (p. 331).

 En relación con esta definición en el caso de México, podríamos cuestionarnos si ¿los ciudadanos están conscientes de lo que implica  ser un ciudadano? ¿se sienten identificados y tienen sentido de pertenencia en la colectividad? Y es que se han asumido posturas individualistas que buscan el máximo del beneficio individual.

De acuerdo con Arteaga Basurto, “la ciudadanía significa fundamentalmente participación social e integración”, (Arteaga B: 2008, p.76),  es decir, ser ciudadano significa asumir un compromiso de corresponsabilidad para el adecuado funcionamiento de las organizaciones institucionales que le brindan bienes y servicios a través de acciones gubernamentales.

D. Millar (1995), determina que la ciudadanía debe ser “activa y directa en el seno de la comunidad política de la que forma parte el ciudadano”  es decir intenta conciliar el concepto de bien común con un pluralismo en la esfera pública, que incluye tanto la deliberación conjunta como el debate entre los diferentes grupos.

La concepción de la ciudadanía neo-republicana, establece “el replanteamiento del concepto de comunidad política considera que la ciudadanía no es sólo un reconocimiento estatal mediante el agregado de derechos, sino también un ejercicio autónomo de la misma en todas sus vertientes: civil, política y social… la comunidad política no es un mero agregado de individuos, sino una entidad real que vincula efectivamente a los individuos… es una identidad independiente y superior a los ciudadanos”. La perspectiva de ciudadanía neo-republicana concibe al ciudadano como un ser participativo en la consecución de sus derechos civiles y en la acción política, esto es, una ciudadanía activa en la que el ciudadano es el “protagonista de la comunidad política, entendida como un conjunto de normas y valores construidos en la deliberación permanente… son abiertos a un pluralismo razonable” (Arteaga B,  2008, p 85).

Como se observa, ser ciudadano y construir ciudadanía, es un proceso bastante complejo, tal vez por ello, se ha reducido a los ciudadanos a electores y la ciudadanía al espacio para realizar elecciones efectivas que permitan a los partidos políticos  formar gobiernos y permanecer en el ejercicio del poder.

Es decir el ciudadano sólo es importante por su voto, les recuerdan por teléfono y hasta son transportados desde sus domicilios a temprana hora para acudir a la famosa fiesta democrática que son las elecciones, pero después ¿qué ocurre? … se pierde el interés en ellos y el ciudadano es ignorado, utilizado y hasta en ocasiones reprimido. Esto es, el ciudadano es minimizado ante el Estado, el gobierno y los gobernantes, total… los ciudadanos hemos cedido por voluntad general, el derecho para que otros representen nuestros intereses y determinen lo que es conveniente.

En suma, hemos legalizado y legitimado nuestra propia dominación y alimentamos al monstruo bíblico de poder descomunal denominado Leviatán así descrito por el filósofo inglés Tomas Hobbes para referirse al Estado quien es el único capaz de garantizar seguridad, condición necesaria para las conservación de las sociedades, debido a la existencia de intereses individuales y las pasiones naturales del hombre, en esta idea, el Estado justifica su existencia y uso de poder para frenar las pasiones naturales del hombre, pero en nuestro contexto actual ¿los ciudadanos tenemos la capacidad y el poder para frenar el supremo poder del Estado y representantes populares, cuando sólo hemos sido minimizados a simples electores?

 ¡Qué maravilla es el diseño de las reglas del juego democrático para la permanencia de las elites políticas partidarias en el poder gubernamental, con el objeto de tomar decisiones a nombre de los ciudadanos!

 

nish76@hotmail.com

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Nicéforo Rodríguez Gaytán

Líder estudiantil. Miembro del PSUM, PMS, PRS y PRD. Estudió de nivel medio, superior y Posgrado en la BUAP. Doctor en Ciencias Políticas UNAM. Profesor investigador, Facultad de Derecho y C.S. BUAP