Éxodo

  • Víctor Reynoso

La película el Éxodo ha tenido un éxito relativo. Bastante ligada al relato bíblico, recupera una de los mitos más importantes del judaísmo y del cristianismo, y por lo tanto de la cultura occidental: la liberación del pueblo judío de su esclavitud en Egipto. Independientemente de la calidad y el éxito de la película, el valor mitológico y simbólico de esa liberación para ser poco para la cultura occidental de principios del siglo XXI, al menos por tres razones: la forma en que presenta la intervención divina; la liberación particular de un pueblo, y la cuestión del individuo.

Dios interviene de manera directa, explícita y violenta en el Éxodo. Escoge al líder de su pueblo, Moisés, y lo motiva y conduce para realizar la liberación. Doblega al orgulloso faraón, al mandar las diez plagas a Egipto. Abre el Mar Rojo para que los judíos pasen por él, y lo cierra después para ahogar al faraón y los suyos. Otorga a su pueblo las tablas de la ley (escena que no está en la película). Y lo castiga por adorar al Becerro de Oro (tampoco está).

Esta intervención directa, explícita, violenta, es ajena a la sensibilidad occidental contemporánea. Cualquier persona en la cultura occidental con un poco de sentido común sabe que “Dios no actúa así”. La acción de Dios, en su caso, es compleja y misteriosa, no clara y unívoca. Por eso tiene valor la frase de Viktor Frankl, austriaco de origen judío: “a Dios se le puede hablar, pero de Dios no se puede hablar”. Entiéndase lo que se quiera por esa palabra, el Dios contemporáneo no puede ser el Dios del Éxodo.

El segundo problema es el de la universalidad o la particularidad del mito. Para los judíos no hay duda: el Éxodo es un símbolo de liberación de un pueblo en particular: el judío. Independientemente de que haya o no una base histórica para el Éxodo, es decir, independientemente de que sea una verdad con base en la historia o una “verdad” meramente simbólica, se refiere a un solo pueblo, Israel, que todavía hoy lucha por su sobrevivencia (frente a enemigos muy distintos a los faraones).

Para las distintas versiones del cristianismo se trata por el contrario de un mito universal, válido para toda la humanidad, o más precisamente, para todo el cristianismo. Y aquí es donde hay problemas de interpretación. Si toda la humanidad, potencialmente, es el pueblo que se libera en el Éxodo, ¿quiénes son los egipcios? La vieja historia de los buenos y los malos, los oprimidos y los opresores. Para algunos no hay duda: los pueblos del tercer mundo que lucha contra el imperialismo. Pero cada vez es más difícil esa interpretación. Ni esos pueblos ni ese imperialismo son homogéneos. Ni hay una sola forma de opresión.

Finalmente, la espiritualidad o religiosidad contemporánea requieren una dimensión individual. El Éxodo narra una liberación colectiva, de un pueblo completo. ¿Le dice algo al individuo? Todos tenemos de qué liberarnos. Nos oprime nuestros prejuicios, traumas, visiones limitadas de nosotros y de los demás, relaciones destructivas. ¿Ayuda en algo el mito del Éxodo para esa liberación individual? Puede que sí, pero hay que sobre-interpretar. Hay que hacer interpretaciones barrocas que entre más barrocas menos sentido tienen.

El Éxodo mantiene un valor estético. Hay algo hermoso en la liberación de un pueblo pobre y esclavizado frente a un imperio orgulloso y sumido en el lucro. Pero su valor simbólico y mítico parece estar muy lejos de nosotros.

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Víctor Reynoso

El profesor universitario en la Universidad de las Américas - Puebla. Es licenciado en sociología por la UNAM y doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México.