Te vendo un perro

  • Víctor Reynoso

Juan Pablo Villalobos acaba de publicar su tercera novela (Te vendo un perro, Anagrama, Barcelona, 2014). Como en las dos anteriores el lector agradece ante todo el humor, bien dosificado, inesperado, resultado de la observación detallada de nuestra vida social. Observación y humor que recuerdan a Ibargüengoitia, pero nada más en eso: la voz y la mirada de Villalobos son propias y distintas.

Su primera novela (Fiesta en la madriguera) trata sobre la vida de un pequeño niño, hijo de narco, que vive prisionero en una mansión rodeada de lujos. La segunda (Si viviéramos en un lugar normal), sobre la vida en una ciudad de los Altos de Jalisco, Lagos de Moreno, en la época de inicios de la transición mexicana. Te vendo un perro tiene como protagonista un anciano que habita un edificio de rentas congeladas en algún lugar céntrico de la ciudad de México.

A pesar de que todos los personajes están aparentemente lejos de la vida universitaria, hay un vínculo con ella. Vínculo que agradezco, como exestudiante de la Facultad de Ciencia Políticas de la UNAM, donde fui torturado con lecturas que, creo ahora, son incomprensibles. El protagonista de la novela tiene como arma un tomo de Teoría Estética de Theodor Adorno. Un arma muy útil: “Había adquirido el mal hábito de intentar resolver todas mis querellas recitando párrafos de la Teoría estética”. Párrafos con los que neutralizaba a vendedores ambulantes, promotores de seguros, agentes de telemarketing y vendedores de sepulcros a plazos (no le funcionó con un predicador mormón, oriundo de Utah). Véase un ejemplo de la prosa de Adorno, capaz de hacer huir a muchos:

La exigencia de responsabilidad total de las obras de arte aumenta el peso de su culpa, por eso hay que contrapuntearla con la exigencia antitética irresponsabilidad. Ésta recuerda al ingrediente de juego sin el cual no se puede pensar el arte. Un tono solemne condenaría al ridículo a las obras de arte, igual que el ademán de poder y magnificencia. En la obra de arte, la renuncia sin condiciones a la dignidad puede convertirse en el órganon de su fortaleza

Desde mi punto de vista no se entiende nada en este párrafo porque no hay nada que entender. Pero muchos me considerarían equivocado, ignorante, y muchas cosas peores. Dirían que no entiendo porque todo eso es demasiado profundo para mí. Que para entenderlo tendría que pasar años leyendo a Marx, Hegel, Kant, Heidegger, etcétera, y entonces entendería yo la profundidad de Adorno, uno de los más visibles exponentes de la Teoría Crítica o Escuela de Frankfort.

Pero no me convencen. Creo que esos argumentos son oscurantistas, irracionales, autoritarios. La lista de autores considerados extraordinarios pero incomprensibles para la mayoría es más o menos larga. Recuerdo a un profesor, fanático de Jacques Lacan, el psicoanalista. Nos confesaba que leía a ese autor y no entendía nada: pero no importa, aclaraba, pues lo leo antes de dormir y sé que la lectura se me irá al inconsciente. No explicaba más. Supongo que el inconsciente hacía las veces de espíritu santo para aclarar lo que la conciencia o la razón veía como total oscuridad.

Cae bien el guiño hacia la vida universitaria puesto en la voz de un taquero jubilado. Que fue taquero no en la Condesa o Coyoacán, sino en la Candelaria de los Patos. Uno de los lugares más representativos, supongo, del “México profundo”.

Cae bien que los protagonistas sean septuagenarios. Algo poco frecuente, creo, en la literatura. Aunque en ella, como en la vida, la edad suele olvidarse o pasar a segundo término. Para terminar, dejo constancia de mi personaje favorito: Juliette, la verdulera, y recomiendo la mirada perspicaz y a la vez ligera con la que Villalobos muestra una parte de nuestra vida social. El humor también es parte del interés público.

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Víctor Reynoso

El profesor universitario en la Universidad de las Américas - Puebla. Es licenciado en sociología por la UNAM y doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México.