Vive Latino: los rebeldes de Televisa

  • Juan Pablo Proal
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El festival Vive Latino cumple este fin de semana quince años. ¿Debemos celebrar? Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), Ocesa, Coca Cola y los grandes monopolios que se benefician de mercar con la rebeldía estarán rebosantes de alegría; no así la libertad, el arte, la competencia, los promotores culturales independientes y la democracia, los más afectados  por el trepidante crecimiento de este monopolio del espectáculo.

La reciente suspensión del festival de rock pesado Hell and Heaven aportó más pruebas para reforzar la versión de que CIE, Ocesa y su socio, Televisa, recurren a prácticas monopólicas para borrar a la competencia. En reiteradas ocasiones, promotores opuestos a este consorcio han denunciado el acoso que sufren por atreverse a ejercer el derecho de ejercer la libertad de empresa, uno de los elementos característicos de la naturaleza del sistema democrático.

Pedro Moctezuma, uno de los organizadores del festival Electric Planet Music, celebrado los pasados 14 y 15 de marzo, denunció en entrevista con el periódico “El Economista” que Ocesa, de forma desleal, programó ese mismo fin de semana una actividad de corte similar: el Electric Daisy Carnival México. Cristopher Ruvalcaba, organizador del frustrado Hell and Heaven, aparte, señaló: “La competencia es dura; te cierran las puertas y es una guerra sucia, en cuanto llamas la atención de la gente que controla los recintos en el DF no te los rentan o te imponen cosas” (“El Universal”, 15 de marzo de 2014).

Ocesa controla los foros más importantes de la capital del país: Palacio de los Deportes, Foro Sol, Teatro Metropolitan, José Cuervo, Foro Polanco, Plaza Condesa, Centro Cultural Telmex, Teatro Blanquita… Es el tercer lugar a nivel mundial como promotor de espectáculos y el valor de CIE asciende a 600 millones de dólares (“El Economista”, 27 de enero de 2013). El control que ha acumulado este monopolio está basado en su estrecha relación con el poder.

CIE fue una de las principales beneficiadas por las secretarías de Relaciones Exteriores y de Medio Ambiente y Recursos Naturales para la realización de la cumbre del cambio climático, celebrada en diciembre de 2010 en Cancún, Quintana Roo,  con contratos por 599.2 millones de pesos (“La Jornada”, 29 de agosto de 2011). También obtuvo recursos millonarios para las celebraciones del Bicentenario de la Independencia; tan sólo en diciembre de 2010, una de las filiales de CIE se embolsó 22 millones de pesos por servicios de difusión para Pronósticos para la Asistencia Pública, de acuerdo con el portal de compras del gobierno “Compranet”.

Administradora Mexicana de Hipódromos, otro de los negocios de CIE, fue de los principales beneficiados con los permisos para operar casas de apuesta autorizadas en 2006 por el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel. Hasta ese entonces contaba con 91 centros de juego en todo el país (Proceso 1573). Y no sólo eso, Ocesa también estuvo involucrado en la detención ilegal de seis integrantes de la Organización Social Deportiva y Ecológica Magdalena Mixhuca, a quienes en 2012 se les dictó auto de formal prisión por “allanamiento de establecimiento mercantil agravado”, cuando en realidad defendían su derecho a hacer uso de un espacio público concesionado por el gobierno capitalino a Ocesa, a pesar de que las instalaciones fueron concebidas para el bienestar de la ciudadanía (Proceso, 1839).

No está de sobra recordar que Televisa, una de las empresas que más han dañado a la sociedad mexicana, pagó 107.2 millones de dólares para adquirir el 40 por ciento de Ocesa.

Con este historial, es pertinente reflexionar si en verdad los quince años del Vive Latino, una de las cartas fuertes de Ocesa, merecen ser celebrados. Es paradójico que por los escenarios de este festival han pasado artistas ligados a causas sociales, Greenpeace afilie a jóvenes para mejorar las condiciones del medio ambiente y Coca Cola promocione sus campañas sociales. Los asistentes representan a una generación que pretende cantar por la libertad, la autenticidad y gozar la música. Tremendo galimatías.

“Rebelarse, vende. El negocio de la contracultura”, con ese título, los investigadores canadienses  Joseph Heath y Andrew Potter publicaron en 2004 una obra que analiza las estrategias de las grandes corporaciones para acumular riqueza a partir de lucrar con la urgencia de autenticidad de los consumidores. Cita la obra:

“En una sociedad que premia el individualismo y desprecia el conformismo, ser un ‘rebelde’ constituía ya una nueva categoría transicional. ‘Atrévete a ser diferente’, nos dice constantemente la publicidad. En la década de 1960, ser un hippie era una forma de demostrar que uno no era un ‘estrecho’ ni un tonto. En la década de 1980, vestirse como un punk o un ‘goth’ servía para dejar claro que uno no era yuppie. Era una forma de demostrar claramente el rechazo de la sociedad tradicional, pero también una afirmación tácita de superioridad. Equivalía a telegrafiar un mensaje que venía a decir ‘yo, al contrario que tú, no me he dejado engañar por el sistema. No soy un peón descerebrado’”.

Una de las aportaciones del sistema democrático a la sociedad es la libertad de consumo y de decisión. Gracias a la participación de Ocesa en el mercado, los ciudadanos han podido escuchar a grupos extranjeros que de otra forma difícilmente disfrutarían en directo, los artistas que participan también se benefician  y los espectáculos regularmente ofrecen una alta calidad. Sin embargo, al mismo tiempo, el monopolio ha obstaculizado la competencia, la diversidad y ha diluido los festivales y foros independientes. Al mismo tiempo, el Estado, que en reiteradas ocasiones ha hecho simbiosis con CIE, ha adelgazado su oferta, incumpliendo con su deber de garantizar el acceso a la cultura de sus gobernados.

En alguna ocasión le escuché decir al caricaturista Eduardo del Río “Rius” que lo peor del capitalismo no era creer en él, sino vivir en él. Algo así ocurre con El Vive Latino. Es legítimo cantar con los grupos que a uno le provocan sueños hormigueantes, pero coquetea con lo absurdo reproducir letras de libertad, rebeldía y autenticidad en medio de promocionales de las trasnacionales con peor historial ético, en un festival que a gritos tiene tatuado el nombre de Televisa.  

Además, no se trata de arte por el arte, sino, primordialmente, de un negocio. Los boletos cuestan mucho más de lo que un salario promedio puede pagar, las cervezas –que circulan sin restricción desde temprano- tiene precios exorbitantes, lo mismo que antojitos, recuerdos y todo el espíritu mercantil del festival, aspectos contrarios a la naturaleza de las expresiones artísticas.

En su obra “La tarea del artista”, el escritor austriaco Karl Kraus advierte: “Cuando un artista hace concesiones, no obtiene más que el viajero que en tierra extranjera intenta hacerse comprender chapurreando su propio idioma”. Irremediablemente, los artistas que se presentan en el Vive Latino hacen concesiones, con CIE, Ocesa, Televisa y los monopolios de la cultura de masas.

En uno de sus célebres capítulos, la serie de dibujos animados South Park, creada por Trey Parker y Matt Stone, satirizaba a los festivales de rock. En la trama, un grupo de neohippies intentaba ponerle fin a los abusos del capitalismo, organizando, para tal fin, un festival de música. Desde luego, los participantes no cambiaron el mundo: sólo se embrutecieron unos cuantos días.

Al presentar la novela “Hipsteria” (Planeta, 2014) de Ricardo Garza Lau en la Fería Internacional del Libro del Palacio de Minería, el activista Antonio Marvel advirtió: “Los hipsters, depositarios de todo el siglo XX son la consecuencia perfecta de nuestro mundo actual: despolitizados, desclasados, agrupados, hedonistas, egoístas y practicantes de lo que llamo democracia sensorial—sólo cabe la democracia en lo que se conoce-; el hispster es sin que lo advierta, el espejo mismo del sistema que frívolamente combate, como ninguna otra subcultura, los hipsters logran al mismo tiempo alinearse con la rebeldía y con la cultura dominante”.

Los 15 años del Vive Latino son un momento idóneo para reflexionar si cantarle a la libertad en un estadio tapizado con el logotipo de la Coca Cola es una buena idea para mejorar nuestra sociedad, o, por el contrario, es tiempo de combatir al monopolio.

www.juanpabloproal.com

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