José Emilio Pacheco

  • José Alarcón Hernández
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Siempre que hay un deceso se expresa: “… qué bueno era, qué inteligente…”, lo cual es correcto.

Es una condición humana exaltar los méritos de quienes se han ido, no siempre de los que aún están.

Ahora, muchos leerán la obra de José Emilio Pacheco Berny, quien fue un ser humano como todos, con razones, emociones y pasiones.

En febrero de 2009, durante la Feria del Libro de Minería, el escritor prolífico y singular, que no se consideraba así por su humildad, dijo que tenía ya nueve años sin publicar.

“No he pensado dejar de escribir, pero cada vez me es más difícil”.

En esas fechas, el poeta de memoria extraordinaria y de gran capacidad narrativa de las vivencias y sentimientos, ya había escrito la mayoría de sus obras.  

Sus temas preferidos fueron el amor, el pasado, el futuro, la niñez, la política, los problemas sociales, etcétera.

Para él, la poesía significaba “una práctica, un ejercicio espiritual, una manera de dialogar y actualizar nuestra tradición, pero también de mostrar las cicatrices, los deseos, temores y corajes de un hombre que camina y recorre desnudo su ciudad, que le recorre, furioso, triste y esperanzado, la superficie rugosa y gris a esa piel urbana que lo fascina”.

Su versatilidad es resultado de una imaginación sin límites, de una vocación de estudio, de un arduo trabajo y de una férrea voluntad para comunicarse.

“Siempre he querido escribir cuentos, la novela me parece inalcanzable y me conformo con leer y admirar las que otros hacen”.

“Los géneros no son compatibles, un cuento es lo más cercano a un poema, no en términos de prosa poética, sino de concentración e intensidad”.

“En mi caso, la poesía no basta; el relato es un complemento necesario”.

“Mientras viva seguiré corrigiéndome”, afirmaba.

Octavio Paz dijo que la obra de José Emilio es “para mirar la vida hasta la muerte”.

José Emilio se definió como “un observador consternado, que opta por la cobardía ante los acontecimientos en su país y en el mundo”.

Pensaba que las palabras no alcanzaban a decirlo todo: “las ubicuas palabras”.  

El también periodista, ensayista, traductor, intelectual, investigador, poseía una gran cultura.

Llegó a la cúspide de los connotados por su propio esfuerzo y por su inteligencia que cultivó.

¡El hombre y sus circunstancias!

Los seres humanos, “grandes y pequeños”, todos tienen la capacidad de llegar al éxito.

Si es verdad que “somos imagen y semejanza de Dios”, ¿Será posible llegar a ser Mozart, Einstein, Aristóteles…?

En fin, el pasado 26 de enero, partió uno de los maestros de la Literatura Mexicana, quien nunca se alineó al “sistema”.

Fue un hombre generoso, sin protagonismos, que no daba entrevistas.

 Al periodista Moore le dijo:

“Usted que me ha leído y no me conoce.

No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos

Qué más da que sean míos/de otros/de nadie.

En realidad los poemas que leyó son de usted:

Usted, su autor, que los inventa al leerlos”.

José Emilio nació el 30 de junio de 1939, en la ciudad de México.

Estudió letras y derecho en la UNAM. Allí inició sus actividades literarias, en la revista Medio Siglo.

Fue profesor en universidades de Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, así como investigador del INAH y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.     

Algunas de sus obras poéticas:

El reposo del fuego, 1966; No me preguntes cómo pasa el tiempo, 1969; Irás y no volverás, 1973; Los elementos de la noche, 1973; Islas a la deriva, 1976; Ayer es nunca jamás, 1978; Jardín de niños, 1978; Desde entonces, 1980; Breve antología, 1980; Los trabajos del mar, 1982; Fin de siglo, 1984; Álbum de zoología, 1985; Miro la Tierra 1986; Ciudad de la memoria, 1989; El silencio de la luna, 1994; Tarde o temprano, 2010.

Sus obras narrativas:

La sangre de Medusa, 1958; El viento distante y otros relatos, 1963; Morirás lejos, 1967; El principio del placer, 1972; Las batallas en el desierto, 1981, en 1987; La sangre de Medusa y otros cuentos marginales, 1990.

Obtuvo varios reconocimientos como: el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y el Premio Miguel de Cervantes.

De la muerte se burlaba, con sentido del humor: 

“A cierta edad me insinúo en los surcos que me dibujan, en los cabellos que comparten mi gastada blancura. Yo, tu verdadera cara, tu apariencia última, tu rostro final que te hace Nadie y te vuelve Legión, hoy te ofrezco un espejo y te digo: Contémplate”.

En septiembre del año pasado, al leer su poema Como la lluvia, en el Museo Nacional de Antropología, expresó: “Creo que ya es el momento de la retirada”.

Algunos escritores de su generación son: Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Eduardo Lizalde, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo, Salvador Elizondo y Carlos Monsiváis.

Por cierto, cuando este último murió, en junio de 2010, José Emilio dijo:

“Para mí es una pérdida irreparable. Termina una amistad de medio siglo, pero no acaba la deuda con su inteligencia y con su agudeza”.

Un año antes, en junio de 2009, Monsiváis fue el encargado de homenajear a su amigo José, por sus 70 años. Entonces, leyó el poema:

“Odio:

Para ser dios a la palabra odio le falta una letra y le sobra otra.

No obstante ejerce la potestad absoluta sobre nosotros.

Hay declaraciones contra todo excepto contra el odio.

En los edificios vemos letreros: No entre, no pase, no se detenga, no pregunte, no hable.

Jamás he visto ninguna que ordene: No odie.

El odio como el aire lo llena todo.

Su expansión satura de rabia al mundo…”.

Mis correos:
vivereparvo45@yahoo.com.mx
vivereparvo45@hotmail.com

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José Alarcón Hernández

Lic. en economía, con mención honorífica. Diputado Local dos veces y diputado federal dos ocasiones. Subsecretario de Educación Superior de la Entidad y Subsecretario de gobernación del Estado. Autor de 8 libros publicados por la Editorial Porrúa. Delegado de la SEP Federal en el Estado. Actualmente Presidente del Colegio de Puebla. A.C.