Como badajo

  • Alejandra Fonseca
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Tener automóvil es una necesidad que desde luego no todos pueden costear por lo que termina siendo un privilegio. Quienes lo tenemos sabemos de la comodidad que significa y sobre todo, por el ahorro de tiempo a pesar del pesado transito que pueda haber en las calles. Sería deseable tener un sistema de transporte de primer mundo para trasladarnos y usar menos el automóvil. Pero nuestro país no lo ofrece, por lo que, cuando es necesario y deseable, usamos el transporte público que hay.

Suena pedante decir que me gusta viajar en los diversos transportes públicos cuando puedo. Me agrada observar y escuchar a las personas con quienes comparto el viaje. Y a veces, sobre todo cuando ando de paseo, es obligatorio descubrir nuevas rutas que me llevan a mi destino. 

De hecho recién anduve por la ciudad de México donde acostumbro usar los diversos transportes públicos que la ciudad ofrece. Tenía que ir a un lugar al que no había ido antes por lo que pedí instrucciones al respecto. Llegue a la base e hice cola para abordar el camión. Las personas empezaron a subir. La fila se movía con agilidad pero llego un momento en que se detuvo. Yo no entendí a que se debía ya que el camión iba medio vacío. Al preguntar me informaron que ya no había asientos y que si quería ir parada podría subir. Lo hice. Pague mi boleto y me ubique al frente.

Después de un rato el camión se echo a andar y, como siempre, busque de donde agarrarme para no caerme y sentirme más segura. Este camión tiene una nueva modalidad: las barras fijas que dan del frente hacia atrás están muy altas por lo que les pusieron un asidero que cuelga de un plástico móvil para que personas de estatura baja, se puedan aferrar. Estos asideros parecen de esas argollas de las que penden los gimnastas para dar su espectáculo de ejercicios aeróbicos.

Total que de ahí me agarre. Y mientras el camión arrancaba y frenada, se detenía y andaba yo me sentía como competidora en las olimpiadas, pero más ‘chingona’ al sostenerme con una sola mano. Soy pequeña de estatura y delgada de complexión, por lo que ya se podrán imaginar que asida de esa argolla chocaba con las personas que estaban a mi alrededor a quienes pedía disculpas por los ‘llegues’ que les daba, mismos que no podía controlar porque no encontraba de donde asirme con mayor firmeza. En ese vaivén involuntario, reí de muy buena gana ya que parecía yo badajo de campana. 

Alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes