Incursiones

  • Fidencio Aguilar Víquez
.

Estuve tentado a escribir sobre la actitud irreverente de quien preside el consejo general en un espacio que, según sus propias palabras, es sagrado. Pero, como dijo el bufón del espectáculo, esa novela ya es harto conocida. En cambio, me atraparon otros tópicos, algunas praderas y senderos trazados ora por León Tolstói, ora por Octavio Paz, ora por Pablo Neruda.

Hice, entonces, tres incursiones en el bosque de tres breves textos que me dieron para algunas reflexiones. El primer texto trata sobre los cuatro consejos que anotó Tolstói (2001) para seguir mientras se retiraba a la vida del campo. Número uno: lo que has decidido hacer, escribió, hazlo cueste lo que cueste. Dos: lo que hagas, hazlo bien. Tres: ejercita la inteligencia al máximo. Y cuatro: cuando algo se te esté olvidando, no acudas al libro, (sino) intenta reconstruirlo por ti mismo.

Desde luego, eso significa disciplina; muchas cosas no dependen de la genialidad, sino de la disciplina, del seguimiento, de la constancia, del esfuerzo cotidiano. Eso es la determinación de fijar bien lo que se ha decidido. Y la constancia dará la perfección de hacerlo bien, justamente en la medida en que lo que se haga se haga bien. Y si eso vale para los asuntos del cuerpo, cuánto más para los del alma y en particular del intelecto (porque, como cualquier facultad, sólo en el ejercicio se perfecciona). Lo más difícil, para mí, es la cuarta máxima, no acudir a los libros sino reconstruirlo por uno mismo. En efecto, los libros no dejan de ser instrumentos, porque el verdadero conocimiento sólo se encuentra en la cabeza de uno.

La segunda incursión la tomo del poema “Blanco” de Octavio Paz (2006). Me ubico en un pequeño claro de ese inmenso bosque que es este largo e importante poema:

El espíritu

es una invención del cuerpo

El cuerpo

es una invención del mundo

El mundo

es una invención del espíritu

No                                               Sí

¿En qué sentido el espíritu está inventado por el cuerpo? Si inventio lo tomamos literalmente, significa encuentro; inventare es encontrar; y en efecto el cuerpo encuentra el espíritu. O mejor, en el cuerpo se muestra el espíritu, porque el cuerpo mismo lo muestra. Más allá de células, más allá de huesos y músculos, órganos y miembros, el cuerpo muestra que ahí está alguien y ese alguien es más que su cuerpo, aunque también sea su propio cuerpo.

¿Por qué el mundo inventa al cuerpo? O mejor, ¿por qué el cuerpo es una invención del mundo? ¿Cómo encuentra el mundo al cuerpo? Porque encontrar algo es en cierto sentido hacerlo presente, apropiarse de él y luego dejarlo para el beneficio de todos. ¿No será más bien que, como en todos los seres vivos, las circunstancias del mundo configuran su modus essendi, su modo de ser, y su modus operandi, su modo de operar y de comportarse? Sí, sin duda, como el árbol y su fruto (el mundo) hizo que el ser humano levantara la vista y luego su extremidad y así, poco a poco, emergió la mano (el cuerpo).

A final de cuentas, el mundo es una invención del espíritu, del espíritu eterno y del espíritu humano, porque no hay mundo sin la intervención de la inteligencia, antes de esa intervención es naturaleza, cosmos, leyes; pero después de esa intervención es mundo: historia, civilización, cultura. Claro, en un sentido lo es, en otro no. Sí pero no. No pero sí.

La tercera incursión que hice fue sobre el discurso de Pablo Neruda cuando recibió el Nobel de literatura en 1971. Por cierto, ¿sabía usted que el nombre de este poeta chileno era Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto? En él narra una suerte de viaje arduo, difícil, pesado, por tierras inhóspitas, heladas, del polo sur, hasta llegar a un punto donde, junto con sus acompañantes, participa en una danza ritual de comunión con los espíritus que han pasado por ese mágico lugar para, luego, hacer notar que todos los seres humanos tenemos un destino común. El texto que llamó mi atención es el siguiente:

No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto, a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico… (Sáenz, 2011: 1262).

Somos lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos y hasta lo que queremos ser. Y para ello es preciso hacer ese viaje hacia nosotros mismos, hacia ese bosque que somos, donde no penetra la luz del sol. O hacia ese desierto donde no hay una sola sombra que nos albergue y donde casi siempre morimos de sed o, en el mejor de los casos, nos imaginamos oasis que se derriten en nuestras manos.

Como quiera que sea, y como escribe el poeta chileno, es preciso estar en la soledad y en la aspereza del silencio. Y sólo en el silencio se gesta la palabra, sale la palabra y baila y bailamos con ella, y surge el mundo, porque el mundo es hijo de la palabra.

Referencias bibliográficas:

Paz, Octavio (2006): Obras completas, 11. Obra poética I (1935-1970), edición del autor, Círculo de lectores / Fondo de Cultura Económica, 1a. ed. Barcelona, 1996; 2a. ed. México, 1997, 4a. reimp. 2006, 588pp.

Tolstói, Lev (2001): Diarios. 1847 – 1894. 1, edición y traducción Selma Ancira, Era / Conaculta, México, 444pp.

Neruda, Pablo: “Discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura” (1971) en Sáenz, Liébano (2011): Antología universal del discurso político. Los discursos que marcaron la historia de México y el mundo, Sanborns, México, 1255-1267pp.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).