Poesía, filosoía, política

  • Fidencio Aguilar Víquez

El mundo moderno es el de los simulacros.

Gilles Deleuze, 2009: 15.

Platón desconfiaba de los poetas, no se puede dejar a la imaginación las nobles tareas de la polis de educar a los seres humanos en el bien y en la virtud. Para ello, más bien, se requería el rigor y el método de la razón, desde la gramática hasta la dialéctica, gobernar es seguir la sana razón: prudencia para lograr la justicia y para establecer las leyes. Gobernar es seguir los principios eternos, las ideas eternas, del orden natural, es decir, del cosmos cuyo reflejo micro es el humano. Y así inició la búsqueda, el estudio y el interés por el sentido de lo eterno.

Desde Maquiavelo y Hobbes, la política se volvió ciencia empírica, no ya búsqueda de lo ideal sino, sobre todo, asimilación de lo fáctico: política no es lo que se desea sino lo que de hecho ocurre. Y surgió la búsqueda, el estudio y el interés por el sentido histórico, es decir, la filosofía de la historia y las teorías de la eficacia.

Pero nuestro tiempo muestra las crisis tanto de la búsqueda de lo eterno como del interés de lo histórico. O sea, tanto el principio de identidad, buscado en las formas eternas y el sentido de la repetición, como el principio de la diferencia, se volvieron problemáticos. A partir de Nietzsche, escribe Deleuze, se dejó el interés sobre lo eterno y lo histórico, y se colocó en el centro lo intempestivo: la crítica del tiempo. “Todas las identidades sólo son simuladas, producidas como un <<efecto>> óptico, por un juego más profundo que es el de la diferencia y de la repetición.” (Deleuze, 2009: 16).

La tarea de la filosofía, a la manera del arte contemporáneo, podría ser la del collage, es decir, la de recoger los pedazos de lo que queda para darle alguna forma. Por ello, acaso, debamos contentarnos con un poco de poesía, otro poco de filosofía y otro más de política, que es donde se ve con mayor enfoque el espectro de la simulación en un sentido lato.

Ahora bien, la función de los simuladores es prepararnos para que, casi en automático, pasemos a la realidad, o a lo que llamamos tal, para hacernos cargo de ella. Si otra preparación que el simulacro mismo. El asunto es que llegará o llegaría un momento en que la realidad no es otra cosa que realidad simulada, justamente, ese efecto óptico del que habla Deleuze. ¿No es eso lo que hace la poesía al fundir (o confundir) la realidad y lo imaginario, la realidad y la ficción? Pero es también lo que hace la literatura y, a mi modo de ver, lo que suscita el análisis político, no ya basado solamente en la estadística y los datos, sino sobre todo en la elaboración de una nueva narrativa. A veces para comprender mejor los fenómenos políticos se precisa y se apremia de una novela que cuente mejor lo que <<en realidad>> está pasando.

Sólo como ejemplo, y dejo a la imaginación del lector o lectora la reconstrucción del hecho, se me ocurre mencionar que en una de las sesiones del instituto estatal electoral, quien preside me dejó con la palabra en la boca cuando se presentó intempestivamente un representante del poder legislativo. ¿Qué ocurrió ahí ? ¿O fue una mera figuración?

Pero eso que ocurre ahí ocurre en muchos lados y, lo que es más problemático, ocurre en el discurso acerca de nosotros mismos. Y es aquí donde, pienso y siento, cobra relevancia la poética como modo de acercarse a la comprensión de lo real o de sus signos.

El poema de Octavio Paz, Pasado en claro, me ayuda a entrever esos vericuetos. Pasos mentales, parafraseo, sin caminar caminan en mi interior; el sol abre mi frente, balcón al voladero dentro de mí (versos 2, 6, 18 y 19; Paz, 2004: 75). Es decir, soy un abismo, un auténtico voladero.

Ni allá ni aquí: por esa linde

de duda, transitada

sólo por espejos y vislumbres,

donde el lenguaje se desdice,

voy al encuentro de mí mismo (versos 34 a 38, Paz, 2004: 76).

¿Es el triunfo de qué? ¿De la subjetividad, del invento, de la falta de realidad? ¿Qué es, en el fondo, la realidad? ¿Lo que percibimos (como en un simulador)? No sólo se da fuera, también, por lo visto, se da dentro, dentro de nosotros mismos:

-no hay escuela allá dentro,

siempre es el mismo día, la misma noche siempre,

no han inventado el tiempo todavía,

no ha envejecido el sol,

esta nieve es idéntica a la yerba,

siempre y nunca es lo mismo,

nunca ha llovido y llueve siempre,

todo está siendo y nunca ha sido (versos189 a 196, Paz, 2004: 80).

Esa fusión que describe el poeta, o confusión, es decir, integración y desintegración no es otra cosa que el misterio del ser, de nuestro ser que está, al mismo tiempo, a nuestro alcance y tan distante: cerca y lejos, asible e inasible: “como si yo y mi doble fuesen uno/y yo no fuese ya” (versos 389 y 390, Paz, 2004: 85).

A final de cuentas, ¿qué pasa con el sentido de la realidad? ¿O no sabemos de ésta más que lo que sus signos nos indican? El sabor del poema de Paz queda en el último verso: “Soy la sombra que arrojan mis palabras” (verso 596, 2004: 91). Pero no por ello significa nada, por el contrario, puede significar todo. Y lo que percibo es que esa sombra no sería siquiera posible sin el sol, el lumen de la inteligencia, la Idea, o un lumen misterioso, trascendente.

Referencias bibliográficas:

Deleuze, Gilles (2009): Diferencia y repetición, Amorrortu, Buenos Aires, 2ª. Reimpresión, 460pp.

Paz, Octavio (2004): Obras completas, 12. Obra poética II (1969-1998), edición del autor, Círculo de lectores / Fondo de Cultura Económica, 1a. ed. Barcelona, 2003; 1a. ed. México, 775pp.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).