¿El mono gramático? [1970]

  • Fidencio Aguilar Víquez

Este texto, poema, narración, o las tres cosas juntas y, al mismo tiempo distintas, a veces texto, a veces poema, a veces narración, es de Octavio Paz; representa, a mi modo de ver, una búsqueda, un camino, un encuentro, una llegada a la meta, una disolución de la meta, una identidad, una unidad, y una evanescencia de la identidad en una suerte de transparencia =pura?, es decir, analogía.

Es el emprender de un sujeto que camina hacia una meta, no sabe cuál pero, al fin, meta, que motiva el andar, el caminar, el viaje. Un sujeto que puede ser un individuo, o un grupo, o un pueblo, que se encamina hacia un santuario, un lugar sagrado:

pueblo abandonado de Galta como el espacio rectangular en que se despliega el oleaje de una multitud contemplada desde los balcones en ruinas por centenares de monos como imagen de la escritura y la lectura como metáfora del camino y la peregrinación al santuario como disolución final del camino y convergencia de todos los textos en este párrafo como metáfora del abrazo de los cuerpos. Analogía: transparencia universal: en esto ver aquello. [Obras Completas, tomo 11, FCE-Club de Lectores; en adelante: OC, 11: 518].

El texto, poema o narración se proyecta como una imagen de un viaje, una aventura, una incursión en los vericuetos de la vida, la existencia, el mundo, el universo entero. El individuo, el sujeto individual, camina en su búsqueda, en la búsqueda de sentido de su existencia. Asciende al santuario o desciende en su interior buscando ese sentido y, al final, en el santuario mismo, ese santuario lleno de monos, presidido por el gran mono, Hanuman, posee y es poseído por Esplendor, la mujer creada del sudor del dios Prajapati, poseída en tiempos inmemoriales, es decir, fuera del tiempo, por diez dioses, y, ahora, en el ritual se entrega al sujeto caminante. “Miro a Esplendor y ella no me mira: (…) No me mira, se ríe y, con un movimiento de cabeza, se interna en su propia risa.” (OC, 11: 511).

Es el poeta, el sujeto que asciende o desciende al santuario, que se busca a sí mismo y encuentra que es distinto a sí mismo. “Mejor dicho: distinto y lo mismo son sinónimos a la luz imparcial de este momento. Todo es lo mismo y es lo mismo que yo sea el que soy o alguien distinto al que soy. En el camino de Galta… (OC, 11: 512).

El mismo y alguien distinto, eso soy, yo, el sujeto itinerante, caminante, el poeta, el yo que busca, el sujeto que quiere alcanzar lo que es porque no lo es, no al menos ahora, no mientras busca, eso que quiere ser, no sabe si ya lo es o, quizá, si alguna vez lo será. Esa búsqueda también es la búsqueda de la escritura, de las palabras, de las letras, del logos. Esa peregrinación del poeta no es sino el camino, el vericueto del poema mismo y su culmen, la palabra final y el silencio.

Dichas o escritas, las palabras avanzan y se inscriben una detrás de otra en su espacio propio: la hoja de papel, el muro de aire. Van de aquí para allá, trazan un camino: transcurren, son tiempo. Aunque no cesan de moverse de un punto a otro y así dibujan una línea horizontal o vertical (según sea la índole de la escritura), desde  otra perspectiva, la simultánea o convergente, que es la de la poesía, las frases que componen el texto aparecen como grandes bloques inmóviles y transparentes: el texto no transcurre, el lenguaje cesa de fluir. [OC, 11: 516].

Esa imagen de que las palabras avanzan hacen recordar el poema “Interior” [Salamandra, 1958-1961]: “Por caminos de pájaros/avanza la escritura” (OC, 11: 316). Caminos, no uno sino varios, no uno sólo, único, sino muchos, diversos, por esos caminos avanza la escritura. Además, son caminos de pájaros, seres voladores, porque la mano que escribe vuela, vuela en libertad, como los pájaros. Es interesante cómo se asocia, o cómo el poeta asocia, la escritura y la libertad, la escritura y el pensamiento, el pensamiento y la libertad (“Pensamientos en guerra/quieren romper mi frente”, Ib.).

Es el mismo sentido que adquiere en El mono gramático: “En los vericuetos del camino de Galta aparece y desaparece el Mono Gramático: el monograma del Simio perdido entre sus símiles.” (OC, 11: 507). Escribir es un ir y venir, un vaivén del pensamiento, del sujeto, de la misma existencia que culmina, termina, y al mismo tiempo no termina sino que continúa.

La escritura es una búsqueda del sentido que ella misma expele. Al final de la búsqueda el sentido se disipa y nos revela una realidad propiamente insensata. ¿Qué queda? Queda el doble movimiento de la escritura: camino hacia el sentido, disipación del sentido. Alegoría de la mortalidad: estas frases que escribo, este camino que invento mientras trato de describir aquel camino de Galta, se borran, se deshacen mientras los escribo: nunca llego ni llegaré al fin. No hay fin, todo ha sido un perpetuo recomenzar. [OC, 11: 509].

Volvamos, entonces, al comienzo. Leo el texto de El mono gramático y, además de estar atento a esa aventura de Octavio Paz en ese lugar, una incursión de la que nos cuenta lo que encontró y que escribe fechando en Cambridge en 1970, voy subrayando lo que me suscita inquietud a mí mismo, inquietud interior. Subrayo un fragmento del primer apartado (de los veintinueve que conforman todo el texto):

No me hacía preguntas: caminaba, nada más caminaba, sin rumbo fijo. Iba al encuentro… ¿de qué iba al encuentro? Entonces no lo sabía y no lo sé ahora. Tal vez por eso escribí =ir hasta el fin?: para saberlo, para saber qué hay detrás del fin. Una trampa verbal; después del fin no hay nada pues si algo hubiese el fin no sería fin. (…) Andamos sin dirección fija pero con un fin (¿cuál?) y para llegar al fin. Búsqueda del fin, terror ante el fin: el haz y el envés del mismo acto. Sin ese fin que nos elude constantemente ni caminaríamos ni habría caminos. Pero el fin es la refutación y la condenación del camino: al fin el camino se disuelve, el encuentro se disipa. Y el fin –también se disipa. [OC, 11: 465].

Así me sentí al momento de leer ese fragmento, casi compaginando con el poeta: sin hacerme preguntas, sin rumbo fijo, sin saber lo que me esperaba, o lo que me espera (aunque al final, ese encuentro con Esplendor, me hace querer ocupar el lugar del poeta para poseerla y ser poseído por ella). Debe haber un fin, de otra manera no habría camino y yo no me habría puesto a caminar; pero nadie conoce ese fin, yo no conozco ese fin, acaso me lo imagino, y me lo imagino porque he escuchado de otros que lo platican y lo describen: el fin es esto, es lo otro, lo de más allá.

Sigo leyendo y más adelante llama mi atención otro fragmento, el último del apartado dos:

La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Constante ir y venir: la sabiduría está en lo instantáneo. Es el tránsito. Pero apenas digo tránsito, se rompe el hechizo. El tránsito no es sabiduría sino un simple ir hacia… El tránsito se desvanece sólo así es tránsito. [OC, 11: 468].

Esa dialéctica de la fijeza y el tránsito, de la permanencia y del cambio, de la unidad y la diversidad, incluso del ser y del aparecer, prácticamente resume toda la labor de la humanidad, o algo así como la historia de la humanidad y de su búsqueda de sí misma. Pues en efecto, desde que el ser humano comenzó a preguntarse por las cosas, por el cosmos, por el universo, por sí mismo, fue descubriendo que hay cosas que permanecen y cosas que cambian. Comenzó a descubrir que, al tiempo que todo cambia, todo permanece. O, como escribe Paz, que casi todo cambia y casi todo permanece. Por eso la sabiduría está en lo instantáneo.

En esa sensibilidad Paz es enteramente posmoderno, porque también, como toda criba posmoderna, conjunta y disuelve la palabra y el silencio, el lenguaje y la escritura, la realidad y la ficción. Porque los seres humanos vivimos y nos desenvolvemos entre esos polos; y eso es algo que podemos tomar prestado de Paz, cuya lectura es sugerente, atractiva, seductora, esclarecedora para mover las aguas de la interioridad.

El texto, desde luego, da para más. Pero no ha sido sino una primera aproximación a ese caminar ahí plasmado. Por cierto, el Instituto de Ciencias Jurídicas será el “locus” de la reflexión sobre el poeta mexicano, en vísperas del centenario de su nacimiento que se cumplirá en 2014. Los conocedores de su obra se darán cita el 6 y 7 de este mes para tal efecto.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).