Alma, fuera de la BUAP

  • Miguel Ángel Rodríguez
.

La Universidad Autónoma de Puebla terminó con el proceso de selección 2013 y, como cada año, va en ruta ascendente la cantidad de jóvenes sin derecho a la educación, sin derecho a conquistar, por la vía del estudio, una buena vida. Son semillas dejadas caer en el vacío.

Es un ahorro del Estado que ritualmente, en la época de lluvias, de siembra, sacrifica la vida, cierra el paso a un horizonte de libertades, de derechos, a la mayoría de los jóvenes aspirantes a una formación universitaria. Las manecillas del reloj corren en sentido contrario al ciclo de fecundidad del tiempo agrícola: contra los hombres y las mujeres de maíz.

Alguien me contó que entre la alta tecnocracia de la educación superior de México suele concebirse a ese cruel proceso excluyente, quizá para naturalizarlo sin culpa,  como un desecho normal del sistema de educación superior. Por más que pienso no encuentro argumento teórico o fundamento filosófico -y mucho menos moral- en los que apoyar tales juicios de valor. Más bien creo que es una burocracia con exceso de suficiencia, de intelectuales cortesanos que han renunciado a la mirada autónoma, reflexiva y crítica que les correspondía ejercer en la sociedad mexicana.

Este año la UAP, por ejemplo, admitió alrededor de 20 mil y rechazó a cerca de 28 mil estudiantes, la mayoría de los cuales viven en condiciones de pobreza extrema y provienen de zonas urbanas y de comunidades rurales e indígenas.

Y millones de moscas zumban dentro de la universidad pública y un aire de sepulcro se respira. Y el amargo silencio me hace gárgaras en los umbrales del pensamiento.

Y pienso en Alma, una animosa estudiante de la Sierra Norte de Puebla a la que conocí en la telesecundaria Tetsijtsilin –las piedras que cantan. En un privilegiado Altépetl, fragmento de una pintura romántica, los estudiantes aprenden y construyen en comunidad formas de vida digna, y lo hacen porque tienen garantizada una educación culturalmente pertinente. Con respeto a la lengua y a la cultura.   

Yo era por entonces coordinador de un proyecto de intervención educativa que se llamaba Nuestra Escuela Pregunta su Opinión (NEPSO, 2006), era una creativa estrategia de conocimiento que al mismo tiempo se experimentaba en Argentina, Brasil, Chile y Colombia, era un trabajo conjunto con UNESCO Brasil. El proyecto continúa dando frutos, pero ahora como programa de conocimiento transversal, en algunas escuelas de la Sierra Negra. Lo llamamos programa de Aprendizajes Solidarios (As).

No digo que haya sido NEPSO y sus virtudes pedagógicas, pues ya les hablé de la admirable telesecundaria de San Miguel Tzinacapan, pero cuando Alma era estudiante de telesecundaria alcanzó, por dos años consecutivos, el primer lugar regional por sus capacidades y habilidades comunicativas en español. Y, por si fuera poco, Alma terminó el bachillerato con un promedio de 9.8 –el más alto de su generación.

Alma quiere estudiar la carrera de derecho y se vino a la capital para ingresar a la BUAP, con su breve pero sobresaliente trayectoria académica estaba segura de aprobar el examen de selección. Ordenó sus papeles oficiales, consiguió hospedaje como pudo y se inscribió en tiempo y forma.

Con el nerviosismo y la angustia de quien se juega el todo por el todo en una sola carta se presentó el día del examen a la universidad pública. Luego contó en silencio los largos días que la separaban del veredicto. Y la fecha llegó.

La lista de resultados le anunciaba que había obtenido 687 puntos, 28 por debajo del mínimo para ingresar a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Me habló para comunicarme, con inmensa tristeza en la voz, su sentimiento de frustración. Sin saber qué hacer, ni a quién recurrir, le prometí ingenuamente que la ayudaría. Dormí muy mal esa noche, dándole vueltas al enigma: ¿a quién puedo ver para que nos ayude?, ¿quién con sensibilidad razonable me escuchará?, ¿me acusarán de pretender ensuciar la transparencia del examen universitario?

Al día siguiente busqué, por vez primera en treinta años de labores, una excepción a la homogeneidad de la evaluación universitaria. Un ábrete sésamo imposible.

Esperé al funcionario que coordina la maestría que yo fundé, al que tantas veces he visto y al que tan bien conozco desde los tiempos del Partido Comunista. Sin preámbulos le dije que quería hablar con él de una estudiante muy destacada que quería estudiar derecho, se llama Alma, alcancé a decirle antes de que me arrebatara la palabra con un gesto de indignación para tarjeta postal.  Con el dedo índice meciendo en el aire, me advirtió que ni él ni su jefe podían hacer nada de eso, que no estaban acostumbrados.

Mi entrevista terminó abruptamente, pues el coordinador estaba muy ocupado, tenía una reunión muy importante con unos almirantes de la marina interesados en conocer el programa de la maestría. Me encabroné con la respuesta y con la actitud, pero celebré a mi modo que el funcionario de marras no recordara o pasara por alto que soy el co-autor del programa del posgrado y el responsable de la actualización de dos de ellos: Historia del Pensamiento Político y Filosofía Política.    

Anécdotas universitarias al calce, el caso de Alma ilustra claramente las terribles condiciones de desigualdad contra las que compiten los estudiantes de comunidades rurales e indígenas de Puebla a la hora de aspirar a ingresar a la Universidad Autónoma de Puebla. El nuevo rector de la BUAP, el maestro Alfonso Esparza, debiera intervenir urgentemente para enderezar el entuerto. ¿A qué me refiero…?

La aplicación de un mismo examen para todos los estudiantes debe desaparecer, pues es inequitativo y excluyente. Nuestra universidad, señor rector, debe adecuar los criterios de evaluación a la garantía de los derechos humanos fundamentales, entre los que brilla el derecho a la educación pública de calidad. Y los debe adoptar a la brevedad porque son principios filosóficos y criterios técnicos redistributivos de un Bien estratégico fundamental: la educación pública. Es un imperativo moral.

Ya el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) desechó del sistema de educación básica los exámenes homogéneos y, de paso, enterró la tortura que para la niñez mexicana significaba la prueba ENLACE. Y el centro de la reforma es el reconocimiento a la diversidad de condiciones materiales y culturales de los estudiantes, es el fin –formal, por lo menos- de la injusticia que representaba juzgar con criterios iguales a los desiguales.

Me gustaría abordar el tema de los puntajes y el de los porcentajes de las evaluaciones universitarias homogéneas, porque creo que ahí se revela el mecanismo sacrificial de la juventud mexicana.

Manuel Gil Antón desarrolla esta idea de manera impecable. Nos dice: “Si, pongamos por caso en el esquema de un experimento mental, un muchacho parte de condiciones sociales y educativas previas que lo colocarían –si origen fuese destino inevitable– en una calificación inicial de 40 aciertos, y merced a su empeño, al estudio con otros, al esfuerzo sostenido consigue obtener 80 aciertos en la susodicha prueba, ha logrado menos que otro que obtiene 100, sin duda; pero si el segundo arrancó de condiciones propicias equivalentes a 80 “buenas”, advertimos la diferencia: el primero tiene, como aproximación al mérito de su esfuerzo, un 100% de incremento en sus condiciones de origen, y 20 puntos menos en el logro medido por aciertos; el segundo, claro está, obtiene más puntaje y quizá eso le permita entrar a la Prepa 6, pero el valor relativo del mérito, advertido por el diferencial entre las condiciones de origen y las de llegada, es menor: 25 por ciento.”

Desde esa perspectiva Alma debiera tener derecho a un lugar en la Universidad Autónoma de Puebla, no sólo por la destacada trayectoria estudiantil que la llevó a la conquista de reconocimientos oficiales en el dominio del castellano –por cierto su segunda lengua, ahora aprende inglés y enseña náhuatl- sino porque el puntaje obtenido trasciende con creces sus condiciones de origen y el mérito relativo claramente suficiente para ser estudiante  de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la BUAP.  

A su corta edad, Alma, la pertinaz estudiante de la Sierra Morena, se dedica a investigar y dar cuenta de Las condiciones de existencia de la juventud indígena en México y ya participó, como ponente, en congresos de Colombia, Oaxaca y Guadalajara.

Por todo lo anterior, creo que las nuevas autoridades tienen una área de oportunidad en el terreno de la justicia universitaria. Pienso que convendría poner a tiempo el reloj de la BUAP en materia de criterios de evaluación para la selección de las poróximas generaciones de estudiantes universitarios; es decir, en una distribución más justa y equitativa de las oportunidades educativas para hacer más vinculante el derecho a uan educación pública de calidad.

De lo contrario continuaremos desalmando a la universidad pública de Puebla. Será, como hasta ahora, la madrastra de los estudiantes pobres: DesAlmada mater.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Miguel Ángel Rodríguez

Doctor en Ciencia Política y fundador de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Investigador y filósofo político. Organizador del Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, espacio de intercambio y revisión del fenómeno migratorio.