El termómetro y la medicina

  • Juan Martín López Calva
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Imagine el lector que tiene un familiar enfermo que presenta como uno de los síntomas la fiebre. Imagine que en este escenario llega un médico y le recomienda comprar el mejor termómetro en cuanto a precisión para tomar la temperatura y usarlo para ir apuntando los datos que presenta el paciente cada media hora.  El médico le asegura que con esto el paciente va a recuperar la salud y se sentirá excelente en unos días. ¿Estaría satisfecho con este tratamiento? ¿Puede un enfermo recuperar la salud tomándose la temperatura sistemáticamente con el mejor termómetro disponible? ¿No haría falta además un medicamento que ayude a bajar la fiebre y algún otro que ataque de raíz las causas de estos síntomas?

Esta imagen que escuché en una conferencia con una funcionaria del –antiguo- Instituto Nacional de Evaluación Educativa, cobra relevancia en estos momentos en los que mientras escribo estas líneas, se está votando y aprobando la ley reglamentaria del Servicio profesional docente como parte de las leyes secundarias de la reforma educativa.

Durante varias semanas y de manera muy repetitiva hemos visto y escuchado en los medios de comunicación el spot del Congreso mexicano en el que se dice que con la evaluación a los docentes tendremos una educación de calidad en el país. En los últimos días varios comunicadores líderes de opinión han insistido en que se debería aprobar esta ley del servicio profesional docente porque la evaluación es “el corazón de la reforma educativa”.

Es indudable que la evaluación es un elemento fundamental para contar con información relevante y lo más objetiva posible para la mejora de la calidad educativa. Sin embargo, como ya hemos dicho en este espacio, la evaluación es una condición necesaria pero no suficiente para mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje en nuestras escuelas y universidades.

Volviendo a la imagen del enfermo, el termómetro y la medición adecuada de la temperatura es necesaria para saber si hay fiebre y qué tanto ha subido la temperatura del paciente. Pero la medición de la temperatura sirve solamente para tener información que permita al médico tomar decisiones adecuadas para el tipo de tratamiento que hay que seguir, a partir de un diagnóstico que incluye sin duda lo que el termómetro aporta pero tiene que incorporar otros elementos derivados de la auscultación y el diálogo con el paciente y el criterio que depende de la preparación y la experiencia del médico tratante.

De la misma forma, la evaluación que se aplique a los estudiantes y a los docentes debe ser un proceso muy eficientemente diseñado, usando los mejores instrumentos cuanti y cualitativos, los métodos de procesamiento más adecuados y precisos al alcance y el mayor cuidado en su aplicación.

Pero esta evaluación no implica la mejora automática de la calidad educativa. Es simplemente una fuente muy importante de información que junto con otros elementos relacionados con la infraestructura, los recursos didácticos, la gestión escolar, las condiciones socioeconómicas y culturales de los educandos, etc. permitan a los actores de la educación en sus distintos niveles y roles, tomar las mejores decisiones para la mejora de los procesos de aprendizaje.

De manera que no basta con tener el mejor termómetro del mundo y aplicarlo sistemáticamente. Se tiene que contar con el criterio de decisión y los medicamentos y equipos adecuados para que a partir de la medición de la temperatura se pueda aplicar un tratamiento adecuado y eficaz.

Por otra parte, como hemos también señalado aquí y en otros foros, para que la evaluación funcione realmente como un instrumento para la toma de decisiones de mejora, deben establecerse y distinguirse claramente sus metas y a partir de ellas diseñar sus instrumentos.

Resulta indispensable y al parecer no está contemplado así en la ley reglamentaria aprobada, la separación de la evaluación docente con fines formativos

 -la que se diseña, aplica y procesa con el fin de mejorar el proceso educativo- de la evaluación con fines administrativos y laborales –la que se diseña, aplica y procesa con el fin de tomar decisiones de contratación, promoción y remoción de los docentes de sus plazas- puesto que la mezcla de ambos fines lleva inevitablemente a una distorsión del proceso.

Para la mejora de la calidad educativa son necesarios ambos tipos de evaluación, pero se requieren instrumentos, procesos e instancias independientes para realizar cada uno de ellos. El nuevo INEE debe dedicarse a la evaluación formativa y no puede, no debería ser el encargado de la evaluación administrativa y laboral para la que tendrían que crearse otras instancias y mecanismos.

Habrá que analizar con detalle la ley reglamentaria aprobada la noche de este domingo por los diputados y manifestarnos por una reglamentación que no se quede en una mera reforma laboral de carácter punitivo sino que a partir de la recuperación de la rectoría de la educación por parte del gobierno, se construyan las condiciones normativas para una auténtica e integral reforma educativa que transforme sin mezclar lo académico y lo administrativo y que no confunda el termómetro con la medicina.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).