Pemex, la gallina de los huevos de oro

  • Alejandro C. Manjarrez
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Llegará el día en que nuestros hijos, llenos de vergüenza,

recordarán que la honestidad más simple era calificada de coraje.

Yevgeny Yevtushenko

 

La abundancia de dinero, sea cual sea su origen, produce un efecto tan extraño como maravilloso. A los honestos (muy pocos por cierto) los convierte en patronos de fundaciones cuyo primer objetivo es “asociarse” con el fisco para dar la vuelta a las obligaciones tributarias. Y a los corruptos les borra de la memoria aquello que suele ser una piedra en el zapato o algo parecido a un nódulo en el cerebro. En este último caso están los políticos cuyas fortunas son a todas luces inexplicables, tanto como podría serlo su “buena fama pública” no obstante ser ellos producto-secuencia del cáncer social que se oficializó durante el régimen alemanista, cuando por primera vez el petróleo de exportación fue mañosamente manejado por manos privadas.

Retrocedo a esa época y resumo:

Siendo presidente de México, el poblano Manuel Ávila Camacho tuvo a bien enviar al Congreso de la Unión una iniciativa para que se permitiera a todo tipo de empresarios tener participación en el manejo y producción del petróleo. Le corrigió la plana a Lázaro Cárdenas cuya ley permitía los contratos con particulares para la exploración y explotación pagándoles con un porcentaje de lo que produjera su trabajo. Tal vez el presidente Ávila Camacho escuchó el consejo de su entonces secretario de Gobernación. Puede ser, porque no. O pudo haber sido influenciado por algún otro político o empresario extranjero interesados en algo superior al porcentaje resultado de su trabajo como, por ejemplo, el control de los derivados petroleros (gas, combustibles, energía, plantas de refinación, etcétera). El caso es que la mayoría de los diputados aprobó sin rechistar el cambio a la ley, empero, antes de que ésta fuera promulgada, Gilberto Bosques*, a la sazón diplomático, también de origen poblano, aconsejó al mandatario no hacerlo: “Pasará Usted a la historia como un traidor a los principios que inspiraron a Lázaro Cárdenas y todo lo que ello significa”, le dijo. Don Manuel entendió el mensaje y tuvo a bien congelar la promulgación de una ley que sin duda hubiese cambiado (para peor obvio) la historia política de este país. Estaba fresca la Expropiación Petrolera.

Miguel Alemán dejó la Secretaría de Gobernación para ascender a la Presidencia. Una vez sentado en la silla del águila encontró la forma de sacar provecho al petróleo sin violentar el estatuto jurídico: nombró a uno de sus cuates intermediario en la venta internacional del crudo. Gracias a ello y a otras concesiones jurídicamente coyunturales, se produjo la famosa comalada de millonarios. Además de esas “modestas” comisiones de intermediación (mínimo 10% de la venta del total energético exportado), los beneficios del oro negro se aplicaron al desarrollo de México operado por concesionarios y contratistas que, agradecidos por la preferencia e inspirándose en la sentencia “el que no salpica, se seca”, se mocharon con los de arriba. Supongo que los acontecimientos de esta etapa influyeron en el entonces joven Cuauhtémoc Cárdenas para que, décadas después de haber sido testigo, éste sentenciara que el Estado es el gran corruptor. Todo es posible.

Adolfo Ruiz Cortines llegó a la Presidencia y comprobó lo que ya sabía pero que tuvo que tragarse para seguir en la nómina del poder, ser elegible y suceder a su jefe Miguel Alemán. Una vez en el cargo le pesó el legado republicano. Puede ser que por ello decidiera cancelar la concesión petrolera que había regalado su antecesor al intermediario aquel que, al enterarse, amenazó a don Adolfo con el petate del muerto: “Le comunicaré al presidente Alemán esta injusticia”, espetó el afectado. El “viejo”, al fin veracruzano, le respondió molesto: “¡El presidente soy yo, pendejo!”** Al otro día don Adolfo enteró a sus asesores sobre la decisión que había tomado con la intención de incrementar el ingreso del gobierno (10% o más) derivado de la explotación y venta de petróleo. “¡Hay que hacerlo público! –Dijo entusiasmado un miembro del staff–. ¡La sociedad debe conocer su decisión, señor Presidente!”, agregó barbero y enfático. El viejo zorro le respondió que no porque en ese momento haría más daño el escándalo que el pecado. Supongo que pensaba en la respuesta-protesta de los integrantes de la comalada alemanista, varios de ellos con influencia en los medios de comunicación. Y ahí la dejó.

El comal de la República siguió con el proceso de incrementar los capitales privados millonarios. De López Mateos a Salinas de Gortari, pasando por los regímenes de Echeverría, López Portillo y De la Madrid, creció el número de beneficiarios del poder, inercia que cerró con broche de oro el de Agualeguas: implantó en el mundo lo que hoy se conoce como capitalismo de cuates. Gracias a ello algunos mexicanos salieron beneficiados y entraron a la lista de los hombres más ricos del orbe, según la revista Forbes. Carlos les había entregado las empresas paraestatales, desde el punto de vista financiero, las más productivas.

Entre uno y otro de esos momentos “luminosos”  escuchamos las frases que enmarcaron el éxito de la mayor parte de los millonarios aztecas, verbigracia:

Un político pobre es un pobre político (Hank González). La moral es un árbol que da moras o sirve para pura chingada (Gonzalo N. Santos). México es la dictadura perfecta, dijo el escritor Mario Vargas Llosa, y el poeta Yevgueni Yevtushenko completó la frase agregándole estas cuatro palabras: “mitigada por la corrupción”. En el ejercicio de la política hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia (Jesús Reyes Heroles). Soy soldado del PRI y del Presidente (Emilio Azcárraga Milmo). Qué toca hoy, ¿viajes o vieja? (Adolfo López Mateos). No les pago para que me peguen (José López Portillo refiriéndose a la prensa mexicana). Todo es política ficción (Carlos Salinas). Hay que cambiar de jinete no de caballo (Vicente Fox). Salinas se robó la mitad de la partida secreta (Luis Téllez, avalado por las revelaciones que Miguel de la Madrid hizo a Carmen Aristegui). Estoy en la plenitud del pinche poder (Fidel Herrera Beltrán). El chiste no está en mear sino en hacer espuma (La Güera Rodríguez Alcaine). Haiga sido como haiga sido (Felipe Calderón). Y la pronunciada por Luis Cabrera (también poblano) que sirve de moño a la creatividad basada en la corrupción: “No lo acuso de pendejo, sino de corrupto”.

Pemex, mina de riqueza

Aparte de sostener a la economía nacional (Pemex aporta el 40% de los ingresos del país, curiosamente el porcentaje que la federación entrega a los gobiernos estatales), el petróleo ha servido para abonar los terrenos donde se siembra la corrupción. Con este recurso natural se han promovido desde los convenios de desarrollo hasta la implementación de acciones que dan certeza a la gobernabilidad. Por ello no resulta aventurado decir que muchos ricos son los beneficiados de tal estabilidad monetaria basada en el “oro negro” que ha enriquecido y corrompido a más de diez.

De esa fuente sale parte del presupuesto destinado a la obra pública. Y desde luego los sueldos de maestros y las participaciones a estados y municipios, así como el gasto corriente del gobierno federal y las dietas de los legisladores y las prerrogativas a los partidos políticos y un largo etcétera que incluye las cuotas sindicales de donde echan mano líderes como Romero Deschamps y en su tiempo Elba Esther Gordillo, ambos producto del sindicalismo corrompido que apoyó campañas políticas estatales y presidenciales: Felipe Calderón es la muestra mejor documentada, “haiga sido como haiga sido”.

Impunidad vs honestidad

Debido a su obsolescencia administrativa y técnica, estatus motivado por la excesiva carga tributaria, la paraestatal es desde hace tiempo el objetivo del capital privado. Los dueños de dinero también buscan ser usufructuarios de la riqueza que produce el subsuelo de México. Ninguno de ellos, obvio, con las intenciones de la madre Teresa de Calcuta. Quieren su piscacha de poder económico. Si para ello es necesario corromper… pues corrompen. Saben que si quieren hacerse de esa parte del patrimonio nacional necesitan aliarse con los corruptos que se sienten salvadores de la patria. Y aquí, en esta condición humana, está el peligro para los promotores de las reformas constitucionales, objetivo del gobierno de Enrique Peña Nieto: se exponen a caer en el apartado ése donde, diría Andrés Manuel López Obrador, se encuentran los traidores a la Patria. Al tiempo.

“Conocí a un político (el único) que decía que era tonto porque no había robado… Se llamaba Ignacio García Téllez –dijo la periodista y escritora Elena Poniatowska (revista Réplica, 1999) –. Fue director del Seguro Social en época de Lázaro Cárdenas. Decían que era un pendejo. Toquemos madera para que haya muchos así”.

Elenita se refirió a la dificultad que significa encontrar a un político honesto. Y si acaso éstos existen es obvio que son como los garbanzos de a libra y que, además, deben esconderse muy bien para que evitar que los descubran y los corran.

La riqueza del diablo

Los que no se esconden son los corruptos cuyo capital les ha hecho visibles y paradójicamente merecedores del beneficio ése que se llama impunidad. Incluso, en ocasiones, tal condición de ilegalidad ha sido certificada por el poder Judicial donde –justifican los usías– les fue imposible encontrar pruebas sobre que el enriquecimiento inexplicable que proviene del erario público. Como verá el lector, este tipo de decisiones confirman lo dicho por Luis Cabrera, otro poblano: los malvados son corruptos, no pendejos.

Concluyo:

No hay duda que los malandrines apátridas están felices con la propuesta del PRI-Gobierno apoyado por el PAN (¿o será al revés?), intención que consiste en abrir Pemex a la inversión privada. Quieren compartir con los extranjeros los beneficios de la gallina de los huevos de oro, o sea el petróleo. Buenos unos y malos los otros defienden sus tesis con el argumento de que retomarán el concepto cardenista sobre la participación del capital privado en la industria petrolera, con una variante que no dicen: regresarían los nuevos socios de las empresas que en 1938 quedaron excluidas de los beneficios de los veneros que el diablo le escrituró a México. Lo curioso de esto que parece un asalto a la inteligencia, está en que la festinada privatización ha revelado qué políticos tienen cerebro propio y cuáles lo piden prestado.

Cosas del capitalismo de cuates. Y también de las fundaciones de amigos.

 

acmanjarrez@hotmail.com

@replicaalex

*Gilberto Bosques, entrevista, 1992

**Luis C. Manjarrez, entrevista, 1996

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Alejandro C. Manjarrez

Escritor y periodista. Autor de la columna Réplica y contrarréplica. Colaboró en la revista Impacto y en el periódico Excélsior. Fue articulista de Notimex. Fundador de la Revista Réplica.