Tiempo de trotar, tiempo de convivir

  • Xavier Gutiérrez

Escuchamos con frecuencia que la gente aduce que no tiene tiempo o no tiene espacio, cuando lo real es que en el universo lo que más sobra  es tiempo y espacio precisamente. Pues de eso hablamos aquí.

Convengamos que la famosa rueda de la fortuna es un asunto o negocio mal planteado y peor ejecutado. Dio tumbos el proyecto desde su anuncio y ubicación y surge entre mares de opacidad que ahí están, indelebles. La mancha queda, y pendiente también la explicación.

Dejado eso ahí en suspenso, la obra intrínseca es un estupendo modelo de tecnología. Nos dimos un tiempo (de tiempo aquí se habla) y casi sin pretenderlo nos trepamos a ella. Al cabo de una “cola” de 25 minutos ya estábamos en una de las góndolas. Son 52 y tardan media hora en dar la vuelta.

Desde su altura de ochenta metros, la visión que se tiene de la ciudad es extraordinaria. Prácticamente  es el punto de fácil acceso más alto de la ciudad. El ángulo de observación es de 360 grados y a los pies queda una inmensa urbe que se pierde por todos los puntos cardinales del horizonte. Eso sin duda deja una preocupación ineludible: millones de seres demandantes diarios de agua, luz, limpieza, pavimento, empleo, alimentos y aire limpio.

Visto el paisaje con esos ojos, es evidente ahí la responsabilidad de las autoridades. Ya nos dirá más adelante CONEVAL  en qué medida se atienden los sueños y anhelos justos de esa población de más de 3 millones de metropolitanos. Por lo demás, buen servicio el del personal de la rueda, están organizados, son atentos y ojalá se supere el punto de la inseguridad que dejó una docena  de coches desvalijados los primeros días.

La rueda, por otro lado, es un buen remate si de trotar se trata. Muy temprano, robándole tiempo al tiempo, salí a trotar con mis hijos al despuntar el alba del domingo. Partimos del Jardín del Arte, (frente a  la Ibero),  un centro deportivo que no conocía y que es estupendo, un lujo local.  (Dicho sea de paso, es uno más de los atractivos a los que el gobierno ha dejado al margen de toda promoción, cuando bien podría ser un auténtico  imán, como parte de algo que yo llamaría “Puebla, paraíso para el atletismo”).

Sus pistas de fina arcilla roja, la  de tartán, sus zonas arboladas, su trazo mismo y organización, la convierten  en una isla encanto de los corredores o caminantes. De ahí parte eso que es una especie de corredor, puente, paseo (no le han puesto nombre, falla organizacional estética) a nivel de piso y aéreo, que con extensión de unos tres kilómetros lo lleva a uno hasta la vía Atlixcayotl, junto a “Mega comercial”.

Es un maravilloso  placer trotar ahí, con el Jardín del Arte y la rueda como extremos (conectados por este enorme paseo panorámico) una pista libre segura, con paisaje, un  banquete para el atletismo. Este y los  otros sitios modelo para trotar  o caminar (marginados de promoción también): el  paseo en la ribera del Atoyac,  la zona de los Fuertes, la Laguna de San Baltasar, el ecológico (con horrible pista  por negligencia  de su responsable), por citar los más conocidos, dan a Puebla una posición vanguardista en la materia, que no se promociona ni proyecta hábilmente.

(Quede ahí pues, este testimonio personal, de que es posible disfrutar de la vida sin grandes erogaciones)

Hablemos más del  tiempo, y de otro espacio. Desde hace más de veinte años, en  Atlixco, un grupo de tres docenas de amigos disfrutan su otoñal etapa de la vida en un  convivio sencillo, placentero y rebosante de amistad.  Cada jueves sin falta, se reúnen en el  hermoso  jardín de una casa que algunos conocen como “La Casa de las Bochas”, propiedad del médico veterinario Sergio Guzmán, para comer, cambiar impresiones, jugar  a las bochas y disfrutar de la vida sin protocolo alguno.

El doctor es un excelente anfitrión  y eje de la  amigable convocatoria. Cada uno se rota el turno de llevar la comida el jueves correspondiente y así le vuelve a tocar hasta dentro de unas treinta semanas. No es competencia, pero todos buscan quedar bien con platillos exquisitos y originales. El convivio es respetuoso, ajeno a credos y fobias y no emparentado necesariamente  con lo etílico.

Al cabo de la comida juegan a las bochas, una especie de billar en una canchita rectangular bien aplanada en el piso mismo. Las bochas son bolas o esferas de una especie de pasta o madera y el reto es aproximarse lo más posible  a una bola menor llamada “bolín”. Se juega en parejas y acumulan puntos quienes más cerca queden. La cancha es de unos doce o quince metros y la caminata de un extremo a otro sin prisa alguna es un ejercicio estimulante de la digestión.

Nadie está obligado a jugar pero sí todos a convivir con la amena plática, ejercicio que practican con maestría y puntualidad religiosa, cada semana. Un bonito ejemplo de aprovechar sana y sabrosamente eso que decíamos al principio: tiempo y espacio. (Saludo y agradezco a mi amigo Mariano Sánchez, quien me invitó a conocer este singular club atlixquense.)

xgt49@yahoo.com.mx

 

 

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.