Incógnita electoral

  • Víctor Reynoso

Una incógnita fundamental de las elecciones mexicanas es qué porcentaje de los votos son “de opinión” y qué tanto es el voto “de intercambio”. La respuesta aclararía muchas cosas, como la calidad de la democracia mexicana, las causas de triunfos y derrotas electorales, el peso de gobiernos, partidos y aparatos clientelares, el valor de nuestra opinión pública. La respuesta está lejos de ser clara, contrariamente a muchos imaginarios populares o leyendas urbanas, que atribuyen todo resultado electoral a negociaciones entre cúpulas.

El término voto de opinión engloba sufragios muy distintos desde otros puntos de vista. El voto duro, el volátil, el ideológico, el fanático, el emotivo irracional, y muchos otros, pueden considerarse de opinión en cuanto no están coaccionados o incentivados externamente: responden solo a lo que la persona “opina” sobre partidos, candidatos, gobiernos, circunstancias. El voto nulo y la abstención activa son votos de opinión, tanto como el voto del creyente irracional. Lo son tanto el del ciudadano informado y con capacidad de discernimiento como el del fanático que filtra la poca información que tiene con sus prejuicios.

El sufragio de intercambio es el definido por nuestra legislación como “compra o coacción del voto”. Es el resultado de incentivos inmediatos, sean positivos (dinero, despensas, bienes materiales) o negativos (amenazas de perder ciertos derechos o privilegios). En el sentido de libertad negativa es un voto no libre. (Para la libertad positiva un voto de opinión orientado por prejuicios o emociones irracionales también podría ser no libre, pero dejemos de lado este asunto por ahora).

En México es obvio que ambos tipos de votos existen. Pero creo que nadie tiene siquiera una aproximación sensata a qué proporción representa cada uno. Ni a nivel nacional ni en las elecciones estatales o municipales. Un lugar común, que tuvo o tiene cierto sustento, dice que el voto de opinión es propio de las zonas urbanas, mientras que de intercambio de las rurales. Puede ser todavía válido, con muchas excepciones: hay vastas zonas urbanas donde predomina el voto  comprado o coaccionado. Y hay zonas rurales donde las opiniones deciden ya los resultados electorales.

La proclividad de algunas personas a creer en las teorías del complot abona a favor del voto de intercambio: todo es resultado de las cúpulas, de los que contralan aparatos electorales y pueden decidir quién gana aquí y quién gana allá. Hay quien diga, por ejemplo, que la elección del 2006 la decidió una señora muy influyente que durante la jornada electoral se dedicó a llamar por teléfono a sus amigos gobernadores para que operaran a favor de su candidato.

Una visión muy ingenua, que tiene su correlato en otra: creer que todo ocurre según las opiniones de los ciudadanos. Es claro que hay compra y coacción del voto. Algo muy difícil de demostrar, jurídica y políticamente. Pero podríamos tener una aproximación, que yo no conozco. Contamos ya con estudios de sociología electoral muy valiosos, pero ninguno, hasta donde sé, pretende una aproximación cuantitativa a estos dos tipos de votos.

Lo ideal en una democracia es que todo el voto sea de opinión. Pero la perfección es rara en la vida social y política. La democracia aguanta algún porcentaje de voto de intercambio. Más si se da en un contexto de cierta vigilancia y rendición de cuentas, que limita de alguna manera la manipulación en grandes niveles. Más si hay una competencia electoral, donde los partidos pueden vigilar y denunciar al adversario. O incluso competir con él por las clientelas.

Insistiendo: en la cantidad y calidad del voto en México tenemos una incógnita. Aclararla le haría una gran bien a nuestra democracia.

Profesor investigador de la Universidad de las Américas Puebla

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Víctor Reynoso

El profesor universitario en la Universidad de las Américas - Puebla. Es licenciado en sociología por la UNAM y doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México.