El poder, el dinero y el sexo

  • José Alarcón Hernández

En mis conversaciones con alguna frecuencia afirmo –no recuerdo donde lo escuche o lo leí- que las sociedades humanas, incluido sus dirigentes, se han regido y se desenvuelven por tres ejes: el poder, el dinero y el sexo.

Así es, así ha sido y así será, hecha la salvedad de sus contrarios, el no poder, el no dinero y el no sexo.

Estos tres hilos conductores se corresponden plenamente con las cualidades y los defectos de las personas y de los grupos.

En otros términos caracterizan buenos y malos gobiernos, la riqueza y la pobreza, la sexualidad correcta y la depravación.

En dos palabras: la obscuridad y la claridad o la santidad y la maldad.

Esos tres sustantivos son aplicables, explicables y comprobables en los hechos de todos los grupos humanos, de toda la historia, de oriente y de occidente, del norte y del sur.

La riqueza y la pobreza encuentran su sustento en uno de esos ejes, la cultura y la incultura también en uno de ellos, como la procreación y el control de la natalidad.

En otras palabras, con esos principios se explica la cultura de la muerte o la cultura de la vida.

Las dictaduras son el uso abusivo del poder.

La pobreza es el resultado de la injusta distribución del dinero.

La depravación humana es la expresión del ejercicio indebido de la sexualidad.

El poder siempre ha servido para explotar, subyugar o esclavizar.

El dinero casi siempre ha sido instrumento para dominar.

Y el sexo, la sexualidad, ha servido para exterminar y pocas veces para exaltar.

Para comprobar lo que afirmamos es prudente repasar la historia: las conquistas y las guerras.

O bien el pensamiento y las acciones de filósofos excepcionales o de politólogos connotados, o personas como Francisco de Asís o la Madre Teresa de Calcuta.

A propósito de estos temas de la política y el poder es oportuno recordar que en estas fechas se celebran quinientos años de la publicación de “El Príncipe” de Maquiavelo.

En una edición reciente de esta obra, que por cierto me obsequio don Guillermo Jiménez Morales, Giuliano Procacci, en la introducción explica: “El Príncipe de Nicolás Maquiavelo es, sin duda, un clásico en el sentido más literal del término, pero también uno de los libros más desconocidos y malentendidos de la historia de la literatura mundial. Baste pensar en el sentido negativo que en todas las lenguas se da al sustantivo “maquiavelismo” y al adjetivo “maquiavélico”. Con ellos usualmente se pretende designar un uso de poder político carente de prejuicios y de escrúpulos, en el que cualquier medio, incluso el más cruel, es considerado válido en la medida en que asegure la consecución de un determinado fin. No ha existido hombre poderoso en la tierra, de Carlos V a Catalina de Médicis, a Luis XIV, a Napoleón, hasta los dictadores de la época contemporánea, del que críticos y adversarios no hayan dicho que leían secretamente El Príncipe, con el fin de obtener consejo e inspiración para su conducta política”

Es necesario e indispensable que los que ejercen y aplicarán pronto el poder,  lean y entiendan las enseñanzas de Maquiavelo.

Ahora adelanto que el poder es para servir, el dinero para ejercer la justicia y el sexo, la sexualidad, para la procreación y no para el exterminio del ser humano.

En la vida cotidiana los tres ejes se intercomunican, cada uno depende de los otros.

Para argumentar mi afirmación, ahora traigo algunas afirmaciones de Mahatma Gandhi: el hombre se destruye con:

“la política sin principios”: el poder

“la riqueza sin trabajo”: el dinero.

“la inteligencia sin la sabiduría”: el poder.

“los negocios sin la moral”: el dinero.

“la ciencia sin humanidad”: el sexo.

“la religión sin fe”: el poder y el dinero.

“un amor vago sin el sacrificio de sí mismo”: el sexo.

Esos tres ejes se concretan en la actuación de las personas. Juan XXIII elaboró un decálogo que ahora le comparto: “Sólo por hoy”:

“Trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todo de una vez”

“Tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo”

“Seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también”

“Me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos”.

“Dedicaré 10 minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma”.

“Haré una buena acción y no lo diré a nadie”.

“Haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere”.

“Me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión”.

“Creeré firmemente –aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo”.

“No tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad”.

Esos tres ejes comienzan y terminan en las personas y en las sociedades.

Estimado lector tengo dos correos electrónicos a través de los cuales recibiré sus comentarios: vivereparvo45@yahoo.com.mx y/o vivereparvo45@hotmail.com

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José Alarcón Hernández

Lic. en economía, con mención honorífica. Diputado Local dos veces y diputado federal dos ocasiones. Subsecretario de Educación Superior de la Entidad y Subsecretario de gobernación del Estado. Autor de 8 libros publicados por la Editorial Porrúa. Delegado de la SEP Federal en el Estado. Actualmente Presidente del Colegio de Puebla. A.C.