Elecciones 2013: ni ganarlo ni perderlo todo

  • Joel Paredes Olguín

Si se acepta la idea acerca de que la democracia es tan sólo un método que permite a ciertos grupos acceder a las esferas de gobierno y que otros las desalojen sin que ello implique ni derive en violencia ni derramamiento de sangre (Popper), habremos entonces de estar de acuerdo en que, una vez concluida la jornada electoral en catorce entidades del país (quince si se considera la elección extraordinaria para diputado local en el distrito XVII de Sonora), la institucionalidad democrática mexicana ha salido avante de la importante prueba a la que fue sometida, no solamente en lo que hace a procesar el desalojo y el acceso al poder de elites políticas diversas, sino porque se realizó en un clima de estabilidad social y acatamiento de reglas. Ello es especialmente significativo si se toma en cuenta que no en todas las entidades ni localidades en que hubo elecciones las condiciones para llevarlas a cabo parecían ser las idóneas.

Factores tales como la pobreza; la existencia de organizaciones del crimen organizado; la marginación; la existencia de conflictos sociales; los varios casos de violencia contra candidatos, líderes y simpatizantes partidistas; así como las elevadas tasas de criminalidad e inseguridad pública; etcétera, hacen que el contexto sociopolítico en que se organizaron los pasados comicios no necesariamente fueran el más halagüeño. Sin embargo las elecciones se llevaron a cabo sin que se hayan registrado eventos de clara y declarada violencia, y en un clima de normalidad democrática en el que si bien se registraron incidencias varias e irregularidades diversas, ninguna de estas circunstancias derivó mayores problemas.

Casi la mitad de las entidades país se vieron inmersas en sendos procesos electorales, en los que se disputaron miles de cargos públicos entre otros tantos miles de candidatos; participaron decenas de partidos políticos nacionales y con registro estatal, cientos de miles de ciudadanos habrán actuado como funcionarios de casillas, a las que acudieron a sufragar --más allá del obvio fenómeno del abstencionismo-- millones de ciudadanos debidamente acreditados; los respectivos organismos electorales de cada uno de los estados involucrados actuaron eficientemente en el marco de sus obligaciones y atribuciones y, sin dejar de lado las variadas pifias y eventuales errores técnicos, se puede dar por hecho su actuación profesional y apegada a la legalidad.

Puede ser que la democracia efectivamente sea tan sólo un método de renovación sin violencia de las elites políticas, pero así no fuera nada más que eso, tal característica le otorga a la democracia un elevado valor estratégico en la necesidad de propiciar la estabilidad política y la paz social indispensables para la vida comunitaria. Se puede estar de acuerdo en que la democracia puede no ser más que un simple método; pero tal virtud no es poca cosa si se toma en cuenta la trascendencia que para la vida en sociedad supone la realización metódica, sistemática y periódica de proceso electorales que aseguren la viabilidad y operatividad de las esferas de representación y de gobierno sin que tales ejercicios deriven en afectación de las otras esferas de una sociedad cualquiera.

Por lo demás, resulta evidente que la sola renovación de las elites en el gobierno implica importantes transformaciones en el ámbito de la política local y nacional, insoslayables a los ojos de cualquier observador medianamente atento. Si se los analiza desde una perspectiva nacional, los resultados de las elecciones del pasado domingo suponen una reconfiguración del poder político que incluye a los principales actores y liderazgos del país, ubicados tanto en el gobierno federal, como en las dirigencias nacionales de los partidos, en los gobiernos locales y en el seno de los grupos a los que se deben los respectivos candidatos y líderes.

No puede perderse de vista el calendario electoral de los próximos dos años, en los que habrá, en 2014, seis elecciones locales y quince más en 2015, amén del proceso electoral federal que en ese año habrá de renovar el Congreso. Desde esa perspectiva, las elecciones de este 2013 son solamente un preámbulo de una disputa mayor que habrá de continuarse e irse afinando en los próximos meses, pues los resultados del pasado domingo son solamente un elemento más en la definición de las estrategias de aquellos grupos políticos y actores que se perfilan desde ahora con intereses en el mediano plazo.

Sin duda que, como en cualquier ejercicio democrático, los saldos de las elecciones del siete de julio arrojan perdedores y ganadores, pero cabe recordar que una de las principales virtudes del método democrático es que nadie lo gana ni lo pierde todo: habrá que ver cómo se procesa la derrota por parte de quienes perdieron y con qué sentido se ejerce el poder por aquellos que resultaron triunfadores. A los integrantes de ambos bandos, así como a quienes se encargaron de la organización de los comicios, reconocimientos, felicitaciones y llamados a la mesura.

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