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Tres décadas después, la historia se repite en Tlaxcala

  • Jaime Oaxaca
Una tarde en la plaza Ranchero Aguilar en donde los matadores Juan Pablo Sánchez y Sergio Flores hicieron lo suyo, en medio de la suerte de Alberto Ortega
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Cuando sale el toro al ruedo, todo cambia, la corrida adquiere seriedad, autenticidad.

En Tlaxcala, el sábado pasado, salió un toro auténtico, fueron de Barralva de encaste español; los hubo buenos y malos, pero fueron toros. Verlos salir por la puerta de toriles provoca emoción.

El toreo es mucho más que el tercio de muleta. La lidia tuvo interés en todo momento, tuvimos suerte de varas, buenos pares de banderillas, otros a la trágala, “rejonearon a pie”, se aprecia que no es lo mismo salirle al novillo engordado que a cinqueños, con cornamentas bien desarrolladas.

Los pizarrones en que se anunciaron tenían escrita la fecha de nacencia de cada burel: uno de cuatro años, el resto de cinco. En la feria de noviembre del año pasado en Tlaxcala también se pusieron, fue evidente que algunas las inventaron. Recuerdo que hubo dos ganaderías que presentaron unas lagartijas vergonzosas. Deberían castigarlas cinco años de no regresar a dicha plaza, pero no, a la gente del toro le encanta darse coba.

Al segundo de la tarde lo picó Daniel Morales, quien fue ovacionado. Hubo palmas para el Güero de la Capilla en el cuarto. El quinto peleó en varas, bien picó Jorge Morales. El cierraplaza provocó un tumbo aparatoso a su cabalgadura, quien quedó debajo del caballo. El diestro Sergio Flores lidió al sexto, por eso repitió el varilarguero.

Durante los tercios de banderillas hubo de todo. Habrá que agradecerle al juez que exigió se colocaran tres pares. Así debería ser siempre.

El banderillero Fernando López se llevó la tarde. Se la jugó al colocar dos pares al segundo de la tarde “asomándose al balcón”, salió a saludar al tercio, dejó otro buen par al tercero; de paso, le picó la cresta a Roberto Huerta quien luego de rejonear, lo hizo con todas las de la ley. También el “Niño del Bar” clavó con solvencia.

Con el abre plaza, Juan Pablo Sánchez se vio bien, realizó doblones para iniciar el último tercio y una tanda por la izquierda, el toro descastado. Su segundo se rajó, valió que al final de la faena se dobló con él.

Sergio Flores se las vio con el segundo que terminó rajándose. El de Apizaco lo obligó a embestir, ese tipo de faenas parece que no son bonitas, tienen mérito, son riñonudas, toreras, peleando, emocionantes. El quinto no se la puso fácil, de embestida áspera, Sergio le tragó, el público ya no capta lo difícil de una faena, estaba impávido; el torero tuvo que pedir música y darse una vueltecita para alegrar el cotarro, es la nueva fiesta. Flores le mete la espada, una oreja era suficiente, aumenta la petición y se concede la segunda. Al nuevo público le gustan “los marcadores abundantes”.

Sergio lidió al sexto, el que hirió a Alberto Ortega. El primer espada pidió permiso para retirarse de la plaza. La lidia fue complicada, desordenada, además de provocar un tumbo, trajo de cabeza a los subalternos Diego Martínez y al Pol, vaya que sudaron tinta al parear. En el último tercio no se veía por dónde habría faena, pudo espantarle las moscas con dos trapazos y meterle la espada. El matador le echó valor, el burel huía, Sergio lo sometió. Estocada, tarda en doblar el cornúpeta, le otorgan la oreja.

El tercero fue el toro de la tarde, correspondió a Alberto Ortega. El castaño metió la cabeza abajo del estribo en la suerte de varas y peleó, les apretó en banderillas. En el último tercio embistió con fuerza; emotivo, embestía con los cuernos, no con el hocico, por cierto, no lo abrió durante la lidia. Su matador le dio algunos buenos muletazos. Francamente, un arrastre lento no hubiera estado fuera de cacho.

El cierra plaza, fue el que hirió al matador al esperarlo a porta gayola. En otro texto le narré lo sucedido.   

Lo que son las cosas.

En octubre de 1992, Alberto Ortega padre (Alberto Ortega Blancas) fue herido en el cuello, en aquella famosa corrida de Las Américas. El matador recibió una cornada en el ruedo de la plaza de Tlaxcala, estuvo en riesgo su vida.

32 años después, en el mismo ruedo, Alberto Ortega, hijo (Alberto Ortega García), resulta herido en el cuello, la cornada es grave y su vida está en peligro.

Tres décadas después la historia se repite. (AD)

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