• Cultura

El Trino del diablo, o la búsqueda por la perfección

  • Fernando Gabriel García Teruel
La Sonata para violín en sol menor fue para el músico italiano Giuseppe Tartini su mejor composición, sin alcanzar la maestría del diablo
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Si bien no soy un conocedor ni he salido del conservatorio, tengo -como creo casi todo humano- un gran amor por la música. Mis intentos fallidos por tocar el piano o por entonar sin éxito en el karaoke navideño no excluyen mi pasión por (casi) todos los géneros musicales ni mi gusto por descubrir nuevas canciones de todos los orígenes posibles. Esta obsesión auditiva, tal vez sea novedad para amigos y parientes, pero es algo que cual cómplices, el algoritmo de YouTube y yo tenemos claro.

En aquella complicidad, no sé si basado en mi curiosidad teológica o musical, el algoritmo me arrojó una asertiva propuesta en días recientes. Con la imagen de un demonio tocando el violín ante un somnoliente empijamado, mi página de inicio de YouTube me invitó a darle play a una sonata que me era hasta entonces desconocida, la “Sonata para violín en sol menor” de Giuseppe Tartini, mejor conocida como “El trino del diablo”.

Ofrezco una disculpa a los verdaderos conocedores musicales pues lo que aquí he de narrar no es más que un pobre conocimiento académico mezclado con un rico placer por escuchar

La sonata comienza despacio, una mezcla de movimientos suaves y agudos que generan un melancólico sentimiento de alivio. Las notas dobles mantienen alerta al oyente, para interrumpir la calma con unas notas mucho más rápidas y marcadas, trayendo un poco de alegría que no deja de ser melancólica.

Sube y baja, va y viene como si de una experiencia psicodélica se tratara, marea, pero invita. Sigue transformándose y llega a un tono mucho más dramático y sostenido, subiendo lentamente para bajar arrojando un sentimiento de sobriedad y salvación.

Todo parece darle paso a unos contrapunteos y una variación exquisita de notas que cautivan, atormentan y regocijan como sólo el mismo diablo podría hacerlo. Los contrapunteos regresan para anunciar una trascendental calma que se rompe con lo que parecen movimientos drásticos y sostenidos, variaciones vibrantes que mi mente no concibe imaginar cómo podrían originarse en un violín, pero mi corazón y oído no paran de disfrutar hasta su no deseado final. El virtuosismo requerido para tocar esta sonata en sol menor me es apenas imaginable.

Por más complacido que deja a mi espíritu, Tartini nunca estuvo satisfecho con la pieza. Cuenta la historia que mientras el violinista dormía, el diablo le hizo visita y, en lo que parece un pacto faustiano, se ofreció como sirviente. Tartini sin la menor duda, le arrojó su violín para ver si podía tocar.

¡Cuán grande fue mi asombro al oír una sonata tan maravillosa y tan hermosa, interpretada con tanto arte e inteligencia, como nunca había pensado ni en mis más intrépidos sueños! Me sentí extasiado, transportado, encantado: mi respiración falló, y desperté.

Tartini narra en el libro de Lalande, “Viaje de un francés en Italia”, que al despertar intentó fallidamente recrear aquella perfecta sonata que el diablo le había ofrecido durante el sueño.

El violinista italiano murió sin estar satisfecho con la que en vida reconoció como su mejor composición, pero que nunca logró alcanzar la maestría del diablo. ¿Cuán bella pudo haber sido la sonata en las hábiles manos del diablo? La duda nos deja mucho que pensar y más que imaginar.

Creo que este fenómeno, al que de ahora en adelante llamaré “el diablo de Tartini, es algo que nos atormenta a todos los artistas. La realidad nunca alcanza a la idea. En nuestra mente, se tiene un dibujo, pintura, canción, poema, fotografía, etc., y al intentar plasmarla, al querer darle vida, se convierte en una pobre imitación de aquella idea.

Siento la sin-sorpresa mirada de Platón al escribir estas palabras, pero es verdad, todos somos víctimas del diablo de Tartini que nos recuerda lo imperfectos inhábiles que somos con las manos comparado con la habilidad de la imaginación.

Si bien, nunca escucharemos lo que Tartini oyó en aquella macabra visita, eso no evita que disfrutemos de su imperfecta sonata. Y así, de la misma manera, espero podamos disfrutar de esas ideas inalcanzadas. Que el diablo no nos desanime para seguir creando representaciones que, aunque se queden cortas, son muy grandes en sí.

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