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A toro pasado en la primera de El Relicario, cómo sería la fiesta sin música ni tragos

  • Jaime Oaxaca
Si usted es observador habrá captado que la mayoría de los premios a los toreros sucede en su segundo toro, en la segunda parte de la lidia
.

En muy pocas ocasiones se dan dos orejas, el rabo o se concede un indulto durante los tres primeros toros. El jaleo empieza, dirían los aficionados al fútbol, en el segundo tiempo. 

¿Por qué? 

Sencillamente porque la bota, la chela la botella de tequesquite u otro menjurje, hacen su efecto en forma paulatina. En la segunda parte ya están entonaditos, con ganas de divertirse, son más generosos, 

Muchos toreros lo saben. Conocen al público, se aprovechan de los asistentes incautos, aquellos que no tienen mucho conocimiento taurino, son fácil presa de toreros que saben darles gusto. Lo que en algunas crónicas se dice, “realiza el toreo para arriba o para la galería”. 

Consiste en toreo de rodillas o simples rodillazos, molinetes, vueltecitas, arrojar la muleta, desplantes sin autenticidad, ver al público, sonreírle, dar pasitos de baile, entre otras fantochadas. 

Para rematar la faena hay que pedir al director de la banda de música “la de acá”, entonces se arma un jaleo fuerte, una pachanga en grado superlativo que termina creyéndose todo mundo. Están tan inmersos en el remolino que son incapaces de percibir que fueron víctima de una vacilada, de una faena inexistente, se sienten contagiados de algo que creen que sucedió. Eso sí, a los 10 minutos que salieron de la plaza se les olvidó la euforia que vivieron. 

Los toreros saben perfectamente que le dieron coba a la gente, justo de eso se trata; algunos muy ladinos especializados en torear al público. 

La música se utiliza como recurso. Haciendo historia, muchos recordarán que lo primero fue el “Corrido de Monterrey”, melodía que exigía un torero norteño, vaya que la cancioncita la sufrimos mucho tiempo al fin desapareció del mapa taurino. La tonadita, más lo carismático del torero, rindió toneladas de orejas. 

Ahora está de moda “La Pelea de Gallos”, a cualquier diestro de Aguas se la tocan y el público enloquece, entra al aro. Por cierto, “el paso doble” es del compositor de origen chileno, Juan S. Garrido. 

En Puebla lo vivimos el pasado viernes. En lugar de “La Pelea de Gallos”, acá tenemos “nuestro paso doble”, se llama “Qué Chula es Puebla”, de la autoría del puertorriqueño Rafael Hernández, ni más ni menos que el “Jibarito”. 

La interpretación tiene un ritmo contagioso, al público le encanta y gritan olé a todo lo que hagan los toreros. En el sexto, séptimo y octavo, los matadores la pidieron y rindió frutos. Hubo ovaciones, solicitud de orejas y hasta salidas a hombros. 

Brevemente le cuento un hecho curioso, el viernes hubo dos bandas de música en El Relicario, cada una se colocó al lado del palco del juez de plaza y alternaron durante los ocho toros. 

Regresando al tema, cada ciudad debe tener su cancioncita predilecta, que lo toreros “gentilmente” la piden a los músicos. Cuando menos la plaza México aún está libre de la molesta musiquita. 

Qué pasaría, ¿se ha preguntado usted?, en una faena sin música. 

Los toreros tendrían que torear al toro, no al público. 

La música la usan como distracción al que recurren porque muchas veces no saben qué hacer en el ruedo, porque no tiene recursos. La música evita que la gente capte su incapacidad. 

Observe usted que a varios diestros no les gusta el silencio. Quizá porque el público, sin distracción, es observador; se fijaría en el torero, si éste se pasa al toro más cerca o más lejos, dónde se coloca para citar. Podría captar si el toro tiene trapío o no; vería lo que sucede en el ruedo y si le quita usted la cerveza, entonces cuando solicitara las orejas sería por una faena auténtica, en caso de la petición de indulto, sería porque el toro lo merecía. 

Pero como los medios de comunicación sólo publican resultados, los toreros buscan los resultados al precio que sea, aunque ellos mismos defequen en la fiesta que tanto dicen amar.

Fotos Jaime Oaxaca

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