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Vivir 13 años con tu agresor por miedo, así la historia de Lau

  • Karen Meza
Fue manipulada para dejar su trabajo, para quedarse en su hogar y cumplir su rol de madre, así como de ama de casa
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Laura tenía 17 años cuando su novio la encerró bajo llave en su departamento para impedirle que siguiera sus estudios de nivel bachillerato. Ella nunca se dio cuenta que atentó contra su libertad, siguió su vida.

El grave episodio pasó inadvertido hasta que terminó la universidad y en el trabajo conoció al amor de su vida, o al menos eso creía.

Lau, como le dicen de cariño, dejó todo por su entonces pareja, de quien pide no revelar el nombre. Fue manipulada para dejar su trabajo, para quedarse en su hogar y cumplir su rol de madre, así como de ama de casa.

“Yo podría haber dicho: es que a mí no me pega. Bueno no me pegaba, pero sí me engañaba y me decía groserías o me jaloneaba, recuerdo que sí una ocasión me intentó ahorcar”, destaca al inicio de la conversación.

La violencia física, verbal, psicológica y económica fue un ciclo de 13 años de su vida que tuvo cuatro reinicios. Lau no dejaba a su pareja porque le tenía miedo y se sentía sola, sin el apoyo de su propia familia.

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, nos comparte su testimonio.

“Me sacrifiqué por mis hijos”

Mi historia duró 13 años, en cuatro ocasiones intenté salir de ahí, pero no pude hasta que fui a terapia y me armé de valor. Yo creo que siempre estuve en ese lugar, donde había un ejemplo de agresión, pero no, no me di cuenta, relata Lau.

La limitación económica y las bromas hirientes empezaron en la relación. La madre recuerda que siempre tuvo inseguridad de dejar a su marido y que, si lo hizo, era un esfuerzo por mantener a su familia.

“Sí, yo me sacrifiqué, me quedé por mis hijos, por el temor al qué dirán, para no ser ese fracaso como mujer, ya sabes, aguantarlo todo y soportarlo todo porque el amor todo lo perdona”, agrega.

Mientras más luchaba para alejarse su pareja, él fomentaba su inseguridad y le hacía comentarios despectivos como: “¿Y afuera qué vas a hacer?; conmigo lo tienes todo ¿qué harías?, si ya dejaste tu trabajo; ¿Quién te va a querer con dos hijos?, es mejor es que estés conmigo; y ¿Quién te va a querer si ya no estás joven?”

La violencia es como una telaraña, define Lau, su red te va atando de brazos, pies, los ojos, la boca, en resumen, te quita las herramientas para salir adelante.

Con su familia no hubo respaldo y lo mismo pasó con algunas amigas: “Le comenté a una mamá, compañera del colegio a mis hijos: fíjate que nos vamos a separar (mi esposo y yo). Me acuerdo que llorando me dijo: ¡Cuánto lo siento! Entonces yo sentí culpa, me dije, creo que cometí algo muy malo, porque yo la hice llorar”.

Del jalón al ahorcamiento

La anterior casa de Lau tiene las huellas de la violencia física que ejerció su ex pareja en su contra. Primero empezaron los jaloneos y después intentó asfixiarla.

Hubo un intento de ahorcamiento, estaba mi bebé conmigo y entonces, al momento de la agresión yo salí corriendo del auto y ya sabes después de vino el perdón, qué él no sabía lo que estaba haciendo porque estaba alcoholizado, porque estaba muy estresado”.

Precisamente en el momento que estuvo embarazada pasó episodios muy agresivos en la relación por la adicción al alcohol de su pareja. Ella sufrió ansiedad por esta situación.

“En esa casa todavía tenemos la evidencia (de la violencia física) en las puertas de los dos baños, de sus puños. Alguna una amiga me dijo que porque no cambié las puertas y yo le decía que era para no olvidar porque decidí salir, porque no me voy a regresar”.

Cuando sus hijos eran unos niños también fueron testigos de las sillas rotas o muebles de la casa que fueron dañados en los momentos de ira de su exesposo.

“Es muy complicado salir de ahí”

Lau se ha convertido en una súper fan de las terapias y las ha calificado como una canasta básica de la vida, porque salir de una relación tóxica es lo más complicado.

“Las mujeres no queremos darnos cuenta, no es por tontas sino porque así estamos educadas, por años, es complicado salir de ahí (…) no siempre tenemos a nuestro lado alguien que nos escuche que empatice, que nos entienda sin un juicio”.

El proceso terapéutico le llevó 2 años, pero parecía un camino más largo. “Al principio sentí mucha tristeza porque uno siente: no voy a poder, no voy a poder”.

Sin embargo, decidió salir adelante y ahora está enfocada en reorientar la educación de sus hijos, para que no vivan una situación de violencia, también tiene la misión de ayudar a otras mujeres que por miedo no han salido del ciclo de la violencia.

Recomendó a todas las mujeres que han sido víctimas a alzar la voz y hacerlo con el apoyo de una red de amigos, familiares y todas las personas cercanas que buscan su bienestar.

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