• EN SU TINTA

La injusticia me llena el buche de piedritas: Beatriz Meyer, escritora

  • Juan Norberto Lerma
Cuando era niña, veía cosas, presencias no cotidianas, y esa capacidad energética o espiritual, la llevó a integrarse a los 14 años en una especie de secta llamada la Hermandad Blanca
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Desde los ocho años de edad, Beatriz Meyer se propuso ser escritora y en el transcurso de su carrera profesional ha publicado media docena de libros de cuentos y un par de novelas. Su cercanía con los libros de escritores universales, el dominio del lenguaje y la capacidad imaginativa que posee, la llevaron a contar historias, lo mismo breves que extensas.

La vida de Beatriz Meyer es tan rica en anécdotas como las historias que escribe. Cuando era niña, veía cosas, presencias no cotidianas, y esa capacidad energética o espiritual, la llevó a integrarse a los 14 años en una especie de secta llamada la Hermandad Blanca. En esa secta la entrenaron para realizar curaciones y ella se convenció de que los milagros existen, y de que sólo hace falta fe para concretarlos.

Originaria de la Ciudad de México, desde que era muy niña tuvo que aprender a sobrevivir en un ambiente salvaje y, gracias a su sentido de alerta, pudo evitar que un par de sujetos la secuestraran, y en otra ocasión tuvo que correr para evitar que un grupo de adolescentes le hiciera daño.

Una etapa de su vida que ensombreció su desarrollo fue cuando los médicos diagnosticaron que su hermana padecía esclerosis múltiple. La desgracia dividió a la familia, su madre se dedicó a trabajar y a cuidar a su hija enferma. Los otros cuatro hermanos enfrentaron solos y como pudieron el infortunio de su familia.

Las adversidades convirtieron a Beatriz Meyer en una mujer de carácter y recuerda con nostalgia y alegría los días en que fue una niña feliz. Afirma que aunque su padre estuvo ausente por temporadas, era un hombre divertido e imaginativo, y considera que es posible que ella haya heredado de él su capacidad para contar historias.

“Soy del sur de la Ciudad de México, ahí por San Ángel, en la zona de Las Águilas. Ahí nací y ahí me formé. Fueron mis años de estudiante de secundaria y de prepa. Fue una vida muy acelerada, que me dio una visión del mundo que tiene que ver con el espacio público como una especie de territorio a conquistar o del cual protegerse, porque era muy difícil”.

“Cuando fui estudiante, trabajé en algunas editoriales, era traductora, correctora de estilo, y en esos años también aprendí literalmente a sobrevivir. Y bueno, me parece que fue muy formativo. Hasta la fecha, muchas de las enseñanzas que me dejó la Ciudad de México las sigo aplicando. Por ejemplo, andar en la calle con precaución, no descuidarme, no estar hablando por teléfono. Cosas de esas que implican el sentido de dónde estás y de qué estás rodeado. Sí te haces una especie de animal muy cauteloso, estás muy consciente de que siempre estás en peligro”.

“Esa es una de las cosas que vi en la Ciudad de México, pero por otro lado, tuve acceso a información cultural, creo que fue muy rica en muchas posibilidades de apropiación de la cultura, del teatro, del cine. Por ejemplo, tuve los talleres de la casa Fernando Sosa, de Coyoacán, estudié ahí el diplomado de Creación Literaria de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), que se ha hecho un venero de escritores muy exitosos. Después, cuando me vine a Puebla, fue un contraste muy grande lo que yo encontré, porque me fui de inmediato a vivir a Cholula, llegué a estudiar en la UDLA, fue una paz y una aceptación casi inmediata de mi entorno hacia lo que yo hacía y hacia lo que yo estaba proponiendo”.

¿Crees que la vida en México era salvaje?

“Sí, totalmente. En mi adolescencia fue salvaje por muchas razones, creo que nos arriesgábamos mucho, que te vas de pinta y esas cosas, y una vez sufrí un intento de secuestro, por ejemplo”.

¿Cómo ocurrió ese intento de secuestro?

“Venía de la secundaria. Iba a la casa, mi mamá me había prohibido terminantemente irme caminando, tenía que tomar el camión de la escuela, pero me aburría. Ese día venía por Mixcoac, por la calle de Presa y me fui por Revolución, tomé la diagonal de Río Mixcoac, me fui hasta Sagredo, evadiendo el tránsito de las avenidas para irme más tranquila”.

“Llevaba yo mi uniforme, mi mochila, mis calcetas, era una niña. Iba caminando por una calle poco transitada con mi mochila en la espalda y de pronto escuché silbidos y voces que salían de un automóvil dorado. Vi a un par de señores bigotones que decían: ‘Oye, nena, mira, que te parece si te tomamos unas fotos. ¿No quiere ser modelo?’”. Yo, que soy verdaderamente de tamaño compacto, y me estaban diciendo que si quería ser modelo”.

“Me espanté y entré a una miscelánea. Dejé que se fueran, porque no intentaron bajarse. Seguí caminando, escuché el ruido de la campana de la basura, y de pronto oí un motor muy fuerte, un vehículo que venía muy rápido. Eran ellos. Recuerdo que el automóvil tenía placas de Tijuana. Se bajaron los dos y corrieron hacia mí. Entonces me volví hacia el otro lado y como varias mujeres estaban sacando sus bolsas de basura, vi a una que acababa de salir de una casota, que la empujo y que me meto. La señora de la casa se me quedó viendo así cómo: ‘¿Y ahora tú qué?’. La sirvienta dijo: ‘Oiga, señora. Preguntan por la muchacha’. La señora le respondió: ‘Cierra la puerta’. Eran los tipos. Estaban parados en la puerta. La muchacha cerró y la señora me metió y me preguntó: ‘¿Por qué te andan persiguiendo?’. Le respondí que no sabía, que esos señores me venían diciendo cosas en el camino y que me habían propuesto que subiera al coche. Ella dijo: ‘Qué barbaridad’. Llamaron a mi madre y me rescataron. Estuve frente a uno de esos momentos en los que se puede perder todo cuanto una es”.

¿Cuántos eran de familia?

“Cuatro hombres y dos mujeres. Mi hermana que ya falleció era médica, estudió medicina. Le dio esclerosis múltiple y estuvo muchos años postrada en silla de ruedas, en cama y falleció hace ya como 10 años. Pero fuimos 6 originalmente, 4 hombres, ya te imaginarás también eso”.

¿Tus hermanos te protegían?

“Me protegían, porque además siempre fui así, un cominito. Mi hermana era muy alta, como mis abuelas, y yo salí a la mamá de mi padre, que era muy chiquita, pero siempre me protegieron, porque además me dejaba proteger. Mi hermana no, ella era siempre muy autosuficiente y era más difícil. Era una mujer muy arisca, como muy dueña de su poder y en cambio yo no. Yo iba por la vida como más flexible, pero yo siento que ellos me veían como alguien muy frágil, como muy dada a meterme en líos, a meterme en problemas, porque no era confiada en el espacio público, pero sí en el espacio familiar, entre la gente adulta. Ellos me decían, pues, que no le sonriera a todo el mundo”.

“Porque parecía que estaba como coqueteando, aunque yo era una niña, y eso no lo pude entender, sino hasta mucho tiempo después, porque sí entiendo que ahora los códigos se nos revelan más rápido y de manera más clara a las mujeres. Antes no eran tan obvios”.

¿A dónde te ibas de pinta?

“Nos gustaba irnos al Centro Histórico, imagínate, a ver las ruinas y a caminar por ahí y ver la ropa y todo eso, a comer porquerías en las fonditas. Todas esas que nos prohíben en la casa. No éramos realmente de reventón. Nos íbamos a Chapultepec, no sé, a mí nunca me han gustado los zoológicos, pero a mis amigas sí, encantadas de ir a Chapultepec. Íbamos a alguna exposición por ahí en algún museo, nos íbamos también de pronto a Coyoacán. Ahí sí de plano nos íbamos a ligar”.

“En una ocasión unos tipos nos metieron una corretiza horrible en Las Águilas, en casa de una amiga. Nada más habíamos ido a comprar, no sé, chicles o algo así, a una miscelánea cercana, y esos cuates estaban ahí con el chemo. Las Águilas es una colonia que tiene una parte de gente que llegó a instalarse sin tener un terreno propio, invasores, y no tenían siquiera casas de lámina, son cuevas en donde habitaban, entonces muchos de ellos eran chavos”.

Animales.

“Pues casi si, de verás, muy salvajes. Digamos que uno iba por la zona urbanizada y buena de la colonia y de pronto se encontraba con esta otra zona que no habían fraccionado. Era realmente muy pobre y entonces yo creo que todos estos habitantes comenzaron a deambular por la colonia, supongo yo que para asaltar o también para ver qué sacaban por ahí. En esa ocasión que íbamos nosotras coincidió que estaba ese grupo de chicos, porque no eran muy grandes, y nos vieron y nos metieron una corretiza horrible y eso que íbamos en bola”.

Divisiones familiares

Beatriz Meyer creció dentro de una familia en la que le decían que su única obligación era estudiar y ella tuvo que esforzarse para obtener buenas calificaciones. Fueron años de competir con ella misma y con sus hermanos. En otra época de su vida, Beatriz Meyer cuidó durante dos años a su hermana que sufrió esclerosis múltiple, y aunque hizo cuanto estuvo a su alcance, su hermana murió.

¿Cómo fueron contigo tu papá y tu mamá?

“Era una familia autoritaria. Cómo te diré, muy hecha al trabajo, a la responsabilidad y a las obligaciones. Ellos nos decían: ‘Tu única obligación es estudiar, pues estudia’. Pero para llegar al promedio de 8 estaba medio cruel la exigencia y tuve en mi familia, digamos, tres cerebritos contra 3 que no lo fuimos tanto. Mi hermana era muy inteligente, muy brillante, y mi hermano mayor tenía un IQ de genio, entonces era así como siempre estarnos comparando. Yo y mi otro hermano éramos como el dolor de cabeza”.

Con esfuerzo y educación no hay IQ que valga.

“Eso es algo que siempre yo he dicho. Lo que pasa es que muchas veces los padres no se dan cuenta de que sus hijos tienen ciertos talentos y quieren meternos en un molde general, como el que te mete la escuela, y tienes que estudiar matemáticas y física, y tú lo único que quieres es leer literatura o historias. Hay cosas que uno puede hacer mejor que otros, es obvio. En mi familia hay más ingenieros y contadores y médicos que cualquier otra cosa. No hay artistas ni tampoco hay escritores, entonces creo que sí nos veían como bichos raros. Mi hermano, el que te digo, ahora es arqueólogo, y yo soy escritora, que me precio mucho de poder decirlo ya”.

¿Fuiste amiga de tu mamá?

“Claro que sí, nada más que la enfermedad de mi hermana creo que nos separó mucho. Normalmente en una familia una enfermedad crónico-degenerativa de mucho tiempo acaba por dividirla, por separar a los miembros, porque hay quienes se dedican a cuidar a la persona y hay quienes prefieren ni siquiera ver qué pasa”.

“Mi mamá se dedicó a dos cosas: Su principal misión en la vida fue trabajar y cuidar a mi hermana. Durante 2 años yo la cuide, pero es una enfermedad muy canija, la verdad es muy cruel, porque se van perdiendo facultades y de pronto un día ya no caminan, de pronto un día ya no ven, o ya no hablan, tienen crisis. Entonces, era correr al hospital, internarla y la rehabilitación, que nunca se le pudo dar del todo, porque por lo mismo, la rehabilitación puede inducir alguna regresión de lo que ya se había ganado. En fin, fue muy difícil, fueron unos años de estar luchando por entender lo que estaba pasando y tratar de hacer algo por alguien que no quería nada. Realmente los médicos son los peores pacientes que pueden existir, y un familiar médico enfermo es lo peor. Entonces, sí, fue muy triste, y bueno, ya no se podía hacer más”.

Una batalla que la marcó para siempre

Desde sus primeros años, Beatriz Meyer tuvo que estar en alerta para sobrevivir y una de las experiencias que formaron su carácter era el momento del desayuno o la cena, en el que tenía que pelear con sus hermanos para conseguir una pieza de pan. Beatriz Meyer tuvo una infancia feliz y los momentos en que estaba con su padre ponía atención para memorizar las historias que él contaba.

¿Y tu papá?

“Mi papá falleció cuando éramos muy chicos. Bueno, no éramos muy chicos, pero sí éramos adolescentes. Él no alcanzó a ver a mi hermana enferma. La convivencia con él fue muy buena, pero él era un tipo de padre más bien ausente, porque en esa época era el apoderado del Hipódromo de las Américas”.

“Aprendimos a montar ahí en el hipódromo, pero también tenía a su cargo muchos negocios de esta familia, que era la dueña original del hipódromo. Él salía muchísimo, viajaba, y nunca estaba. Lo veíamos a veces en vacaciones, pero nos iban a depositar en casa de mi abuela. Mi abuelo tenía camiones cañeros y recogía la zafra del ingenio de Zacatepec. Ellos se fueron a vivir allá y nos iban a depositar a nosotros en ese hoyo del infierno. Supongo yo que mis padres se dedicaban a vivir un poco para ellos, porque éramos muchos. Mi papá era un tipo muy divertido, creo que si de alguien saqué esta capacidad, el gusto por las historias, fue de él, porque nos contaba, yo digo que inventaba, sus aventuras por la vida. Por ejemplo, nos platicaba de viajes que nunca hizo”.

¿Fuiste una niña feliz?

“Sí, yo creo que sí, en una buena medida. Claro, como siempre les he platicado, yo tenía que pelear por la concha que me tocaba. Éramos un montón en la familia y todo mundo se abalanzaba sobre las cosas que eran de uno, y yo con mi tamaño, pues siempre estaba en desventaja. Creo que sí fui muy feliz, muy querida por mis tíos, mis abuelos, y creo que también por mis hermanos. Digo, a su manera me siguen queriendo, y bueno, procurando en muchas cosas. Creo que fui muy afortunada, porque todo aquello que yo en cierto momento de la existencia pensé que me había arrebatado la enfermedad de mi hermana, en realidad fue una ganancia para mí. Es decir, yo tenía que entender que la vida no era toda fácil y que tenía que luchar por la mía, en lugar de estar lamentando que toda la atención de mi familia, mis abuelos, se había ido para allá”.

¿Lo sentiste en ese momento como una pérdida?

“Sí, claro, mi mamá ya no tenía tiempo para nadie más que para mi hermana y su trabajo. Creo que en el fondo es eso, que sientes que ya no te quieren, que ya no les importas, que cualquier logro, cualquier situación que quieras compartir con ellos ya no tiene importancia”.

¿Te consideras una mujer de carácter fuerte?

“Sí, cómo no. Soy muy reactiva, soy como mi papá. Mi papá era así, que si alguien le tocaba mal un claxonazo se bajaba, era muy peleonero. Sí, ahí donde me ves, por lo mismo, porque siempre tengo que pelear por esa concha de pan que no me dejan agarrar”.

¿Esa vivencia te marcó?

“Sí, me marcó. Además, en la vida, no sólo por mí configuración de mujer que viene de una familia autoritaria, pero que siempre se rebeló y que siempre quiso tener una opción para ella, y mucho después, también para las que me acompañan en el camino”.

Las primeras lecturas y los libros preferidos

El primer libro que contribuyó en la formación de Beatriz Meyer fue Mujercitas y posteriormente Cumbres Borrascosas, novela a la que considera como una fuente de inspiración de escritores célebres. Entre los personajes a los que admira se encuentran defensores de derechos civiles y partidarios de la integración racial y cultural.

¿Qué te hace enojar? ¿Por qué te peleas?

“Fíjate que, sobre todas las cosas, la injusticia. Eso me puede llenar el buche de piedritas. Me parece que hay muchas instancias de la vida que son injustas. Trabajé con mujeres en reclusión, les llevé talleres literarios para que escribieran su biografía y fue una batalla horrible para que me los aceptaran en la secretaría, porque la respuesta era: ‘¿Y para qué le vas a dar a esa gente algo que merecen los ciudadanos de bien?’”.

“Ahí fue donde entendí lo afortunada que soy y que somos muchas las que estamos en otra situación. Ahí viví de primera mano la injusticia que podemos padecer las mujeres, digo, no es que los hombres no la padezcan, por supuesto que sí. Y ya que estamos en ese tema, este creciente desdén por la vida de las mujeres y la violencia que se ha desatado en todos los ámbitos en contra de ellas es verdaderamente algo que a mí me sorprende y me enoja mucho. Eso me enfurece y es una de las cosas que me hacen querer pelear y he sufrido las consecuencias”.

Qué personajes admiras

“Bueno, muchos, Martin Luther King. De aquí, a Leona Vicario. Me parece una heroína que debería de salir de las sombras de donde la metió la historia y tener su lugar. Doña Josefa también, pero me parece que la que de veras debería estar es Leona Vicario. Incluso hubo revolucionarias. Todas las soldaderas me parecen extraordinarias, y dentro de ese grupo hubo incluso quien se disfrazó de hombre para poder participar en la lucha armada”.

Dime tres libros que sean tus favoritos.

“En principio, y no creas que es cosa menor, el que me hizo pensar que yo quería ser escritora fue Mujercitas, de Louisa May Alcott, que tiene un personaje muy sui generis, que se rebela contra la situación que está viviendo y quiere ser escritora. Yo la leí a los 8 años y dije: ‘Voy a ser escritora’. Luego vino Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Influyó en muchos autores, como Virginia Woolf y García Márquez, con su genealogía de nombres que vienen como en cascada y que se repiten. Y Cien Años de Soledad. Yo lo leí muy chica y me marcó. Es una de las obras que más he leído, unas 12 veces en mi vida”.

¿Y en el cine que te gusta?

“Pues me gusta muchísimo el cine de arte. Yo no desdeño ninguna propuesta gringa, como El Irlandés. Me pareció una cosa maravillosa. Siento que no todo mundo acaba de entenderla en su dimensión histórica, pero me parece un ajuste de cuentas con una época que guardó demasiados secretos que nos afectan, incluso a nosotros, como país. Más por su ocultamiento que por esa verdad que al final nos revela el director. Pero bueno, Battle Angel, de James Cameron, director del Titanic, me encantó. Me gusta toda la modificación del lenguaje de las imágenes a partir de la creación de personajes por computadora”.

¿Sabes bailar?

“Sí, me gusta mucho. No sé bailar salsa, no la acabo de entender, pero mi papá me enseñó a bailar danzón, cumbias, y yo fui muchos años al ballet, entonces me gusta todo el baile que es muy armónico. Yo no he tenido buenas parejas de baile, creo que ese es un punto que lamentablemente se da mucho debido a que a muchos hombres o les da pena o no aprenden, o te dicen: ‘Es que yo tengo dos pies izquierdos’. Yo creo que más bien es una falta de costumbre”.

La energía produce milagros

Actualmente, Beatriz Meyer trabaja en una novela autobiográfica en la que relatará la experiencia que vivió dentro de una secta dedicada a sanar personas. De los 14 a los 17 años, Beatriz Meyer formó parte de la Hermandad Blanca y está convencida de que los milagros existen. Años después de haber vivido esa experiencia, Beatriz Meyer no se siente desengañada de lo que ocurre en esas sectas y sólo lamenta que quienes no tienen facultades para canalizar la energía, pero sí tienen sentido del negocio, se aprovechen para explotar a las demás personas.

¿En qué estás trabajando actualmente?

“En una novela autobiográfica, de ficción autobiográfica. Ah, porque también estuve en una secta, se llamaba la Hermandad Blanca, que en el fondo no eran más que seguidores de teorías esotéricas, brujería, que tenían como misión sanar a la gente. Entonces ellos nos cooptaron a varios y nos dieron entrenamiento para poder hacer lo que en términos estrictos ahora se llama reiki, manejo de energías, y entre muchos adolescentes podíamos generar una respuesta benéfica orgánica”.

¿Tú lo comprobaste?

“Yo lo comprobé, me consta. A partir de ahí, sé que los milagros existen. O sea, sí se puede, pero una de las cosas con que yo me topé después, fue que con mi hermana no se pudo hacer nada y esa es también una de mis frustraciones. Lo que realmente salva a una persona es la fe que ella tenga en que se va a curar a través de lo que le hagan, quien quiera que sea”.

¿Estuviste en esa secta cuando eras adolescente?

“Tenía 14 años. En una charla que mi mamá tuvo con unas amigas, ellas llevaron como invitado a un señor que comenzó a platicar de sus actividades en la sierra, y contó que se dedicaba a sanar gente. Mi mamá le dijo que yo veía cosas y demás. El señor respondió: ‘Oye, y por qué no llevas a tu hija a una de las reuniones que vamos a tener. A lo mejor le interesa entender qué es lo que le está pasando’. Iba a estar presente una parapsicóloga y no sé qué. Mi mamá, entusiasmada por sus amigas, me llevó a mí y a mi hermano. Hubo un entrenamiento y un acondicionamiento mental para que pensáramos que estábamos dándole a los demás lo que nos dieron como don. Nos decían: ‘No podemos cobrar, tenemos que darlo, porque por eso nos lo dieron’. Como yo vengo de una familia que del lado de mi mamá hay médiums y esas cosas, por eso a ella se le hizo muy natural”.

¿Qué tipo de entrenamiento les daban?

“Ejercicio físico, respiraciones, lecturas, cátedras de esoterismo, de alta magia, de baja magia, todo lo que necesitábamos saber, pero sobre todo el acondicionamiento físico. Era algo que teníamos que hacer para poder justamente poder controlar la energía”.

“Fue una experiencia interesante, intensa, definitiva, pero mi mamá de pronto un día empezó, ya sabes, los chismes. Le habían prestado una casa a este movimiento. Uno estaba en su rollo y ni cuenta nos dábamos de nada. De pronto, alguien por ahí comentó: ‘Oye, ¿tú sabes que Miguel cobra?’. Ella dijo: ‘Cómo que cobra, si esto es gratuito’. Le dijeron: ‘¿Y cómo va a pagar la casa y cómo paga sus viajes al Estado de México?’”.

“En cierto momento, mi mamá empezó a expresar sus dudas y entonces él le dijo: ‘¿Sabes qué? Voy a mandar a tu hija a Acapulco, porque quiero que entrene a un grupo de chicos’. Y ahí fue donde dijo mi mamá: ‘¿Vas a mandar a mi hija a dónde?’. Él le contestó: ‘Ella se tiene que ir a Acapulco, porque aquí ya cumplió su parte. Tiene que ir allá a explorar su posibilidad de enseñar a otros’. Mi mamá dijo: ‘No, si ella está en la escuela’. Él le respondió: ‘Su misión es esa y se va a ir’. Mi padre aún vivía y mi mamá, que nunca fue así como muy dejada, dijo: ‘Me va a matar. ¿Le voy a dejar que se lleve a mi hija? Está loco’. Total, que al final se dio cuenta de que este señor cobraba y cobraba una lanota por cada supuesta curación, por cada supuesta consulta, por todo”.

¿Estás desengañada de esas capacidades que podría tener el ser humano?

“No, yo estoy convencida de que es una realidad, pero los que no tienen poder, pero sí tienen sentido del negocio, se aprovechan de eso. Yo sí creo que hay una fuerza muy importante en cada persona, lo que pasa es que estamos dispersos, pero si lográramos concentrar la atención en lo que queremos modificar del entorno, de nuestra salud, de la salud de otros, se puede. Sí se puede, claro que se puede”.

¿Cuál es el mayor logro en tu vida?

“Creo que todavía no llega. Tengo muchas metas, unas que son más como parte de un sueño y otras que son parte de una posibilidad real. Quiero tener una obra consolidada, incursioné en la novela porque son las inquietudes del momento y del mercado, pero sí quisiera ser la cuentista que me define como escritora. Quiero ser cuentista más que nada y quiero tener una obra cuentística sólida. La otra meta es tener en Puebla una universidad de Creación Literaria donde se dé la licenciatura en Creación Literaria”.

Eres popular en los talleres de literatura.

“Sí, pero justo por eso hay muchas personas a las que les he estorbado, porque también andan buscando su posicionamiento, sus territorios y dicen: ‘Esta vieja me estorba, quítate’”.

¿Eres consecuente en los talleres de literatura?

“Sí, lo que yo digo siempre es que todo el mundo puede escribir, todos somos narradores, todos podemos, si nos aplicamos, tener una obra que consideremos digna, pero sobre todo, que puede decirle algo a un lector. Con un lector que tengas, ya la hiciste. Creo que eso lo ha entendido mucha gente que no tiene las ambiciones de llegar a ser el Nobel, ni que lo publiquen en Random House. Hay gente que quiere escribir porque le gusta la idea de expresar o de dejar un legado, o de entenderse a sí mismo, o de entender las circunstancias adversas que enfrentó y que logró superar y todavía no sabe cómo. Hay muchas posibilidades en esto”.

¿Elegiste bien tu profesión?

“Me parece que elegí bien mi profesión y oficio, porque yo lo veo así, como un oficio, creo que en la escritura las mujeres tenemos todavía un gran camino que recorrer, y aunque hay mujeres que han abierto brecha, todavía tenemos que hacer mucho para que nos acepten, para que acepten nuestra obra, nuestros temas, y para poder ofrecer algo que realmente sea digno de un cambio. Porque necesitamos que la literatura mexicana cambie, es decir, que se vuelva de nuevo tan propositiva como lo fue en el Siglo 20. Actualmente tenemos una literatura comodina, aburguesada, entre cojines todo el tiempo. Creo que nos están ganando las propuestas en otros países de habla hispana, ellas están verdaderamente puestas en ese camino de encontrar una corriente que identifique la literatura hispanoamericana, que la signifique de otra manera. Nos hace falta pensar más en lo que vamos a poder hacer en beneficio de las generaciones que nos preceden, porque estamos en zonas de confort”.

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