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Estudiantes al grito de guerra: crónica de una marcha en Puebla

Después de medio siglo parece haberse dicho todo sobre Tlatelolco
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Jean Lenin Vásquez Corona

“En la soledad de mi cuarto, ante el televisor, se apodera de mi la misma piscología de masas que en medio de una manifestación”. Óscar de Borbolla, Filosofía para inconformes.

¿Cómo hablar del 2 de octubre sin caer en lugares comunes? El narrador de esta crónica se enfrenta a su computadora y al reto de responder esta pregunta, pues después de cincuenta años parece que todo se ha dicho sobre Tlatelolco en cada medio posible: poesía, ensayo, cuento, crónica, entrevista, documental, canciones, películas, fotografía, pintura, consignas… Por suerte, la condición de estudiante del narrador le permite vivir en un momento de efervescencia en cuanto a lo político se refiere; aunado, claro, a la naturaleza propia de sus propios estudios. Así, después de cincuenta años el narrador dedujo que el lugar no común para hablar del 2 de octubre es su misma visión en su misma circunstancia.

Martes 2 de octubre, 2018. Puebla. C.U. Desde la mañana una minoría del sector estudiantil ya se preparaba para la marcha. El día anterior se había logrado un conversatorio con mucho éxito en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la BUAP en el mismo tenor, y desde esa tarde algunos estudiantes organizados habían comenzado con la pinta de mantas con consignas de diverso tipo. Hasta aquellos compañeros que siempre se habían visto desinteresados por los temas de los “chairos” mostraron interés por ayudar, ya sea echando unas monedas al boteo o con su esfuerzo para pintar, dedicando valioso tiempo al hecho. La situación lo amerita: cincuenta años del hecho que comenzó a resquebrajar las formas más brutales de nuestro presidencialismo requiere una conmemoración a la memoria de “nuestros mártires democráticos”, en palabras de un ponente del día anterior en el conversatorio organizado por los mismos docentes de las licenciaturas en ciencias políticas y sociología.

Siguió avanzando la mañana. La vitalidad propia de la juventud, las ganas de gritar a viva voz arengas, consignas, proclamas, reclamos o simplemente reaccionar ante el mundo eran por demás obvias. En la Facultad de Economía, otro colectivo de estudiantes comenzó actividades con algunas canciones de rap y otras maneras de expresión, con la constante de ver al enemigo en la “Institución”, sea cual sea.

A mi vuelta a la Facultad de Derecho, había más gente arremolinada alrededor de las mantas, profesores legitimaban los esfuerzos intelectuales por mandar mensajes de rebeldía al tomarse el tiempo de aconsejar a los alumnos sobre qué mensaje dar. Otros tantos colaboramos en el “saloneo” para invitar a los compañeros a compartir nuestro estallar: hay juventud en el centro del ser y necesita expresarse, explotar y salir: imponer su vitalidad ante lo que ya está dicho y hecho.

Como el narrador tiene amistad con uno de los principales responsables de la marcha, pudo meterse hasta muy hondo en las tareas de logística, las cuales puedo calificar apenas inferiores a imposibles: coordinar tanta gente requiere un esfuerzo a distintos niveles, desde saber quiénes serán los responsables de cerrar las calles hasta dar las distintas recomendaciones en caso de agresión. Salimos del Colegio de Antropología Social al medio día, justo enfrente del estadio de Lobos BUAP. Integrantes del Sindicato Único de Trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla prestaron una camioneta que guio el recorrido, al narrador le tocó ver por ratos la panorámica, pero al mismo tiempo prestó sus servicios como avanzada para cerrar las calles, lo cual requiere de un gran esfuerzo físico.

El llamado a la marcha empezó a juntar gente por toda Ciudad Universitaria, las facultades más activas eran Economía y Derecho. Se integraban a la cola, con mucho gusto y sin pedir protagonismo. Éramos un colectivo y lo entendíamos. Caminamos por toda la 14 Sur hasta llegar a Bulevar 2 de octubre, justo a la altura del ISSTE de San Manuel. Ese lapso sirvió para organizar sobre la marcha al colectivo. Vi muchas caras conocidas y muchas me sorprendieron al estar ahí, de otros sabía de su inclinación por el activismo, siendo un hecho que este evento logró reunir a profesores también y a gente de la sociedad civil en cierto punto. De a poco el mar de gente perdió la cohesión del mensaje. Al bajar al bulevar 5 de mayo estudiantes de la preparatoria Emiliano Zapata de la UAP se sumaron. Algunos ya estábamos cansados, y en un intento de seguir colaborando redoblamos esfuerzos para seguir con las tareas de seguridad al cerrar las calles.  

Al llegar a la Fiscalía General del Estado, que suficientes razones teníamos para protestar ahí, nos detuvimos y el mismo grupo de anarquistas que habían hecho pintas en establecimientos grafitearon la fachada con mensajes hasta ciertamente legítimos y que de no haber sido quitados de inmediato por los trabajadores este narrador esta convencido de que hubieran levantado empatía en la ciudadanía. Si bien no se justifica el hecho de las pintas, creo que no dejaban de decir en algunas ocasiones verdades incómodas y transgresoras.

Continuamos el recorrido hasta el Centro Histórico, subimos por la 2 poniente desde el bulevar cinco de mayo. En ese momento, justo cuando subíamos rumbo a la 11 norte-sur, el narrador captó la magnitud del evento: éramos estudiantes que cincuenta años después de una masacre seguíamos teniendo razones igual de urgentes que las de ese entonces.

 Eran tan diversas las consignas que el dos de octubre parecía una excusa para salir e invadir el espacio público. Esta marcha ya no trataba de estudiantes de Tlatelolco, sólo eran una razón para juntar el colectivo: era acerca de feminismo e invasión del espacio público por parte de los particulares, sobre imposiciones y feminicidios, sobre derecho a la educación y seguridad, sobre ecología y derechos reproductivos, sobre los 43 y, a veces,  sobre el 68; era sobre una realidad social que entra en un proceso de convulsión del cambio que no logra empatar con la velocidad con la que cambian y reaccionan las instituciones, después de cinco décadas de dar el primer campanazo como sociedad organizada sin caudillo. Era rebeldía, pero no por destruir por más que se diga que una minoría encapuchada representaba a la gran mayoría con el rostro descubierto y orgulloso por su papel en la historia, era la rebeldía que reclamaba y actuará por el cambio. Cada uno de los asistentes sabía que su voz no era distinta a la del otro, ni su reclamo igual al del otro, pero la misma fuerza impulsora del cambio estaba en ellos.

Al llegar al zócalo alrededor de las cuatro de la tarde, proveniente de Reforma y la 11 sur se dieron mensajes y se dio por terminada la marcha.

El cansancio del narrador no le permitió quedarse a escuchar cada mensaje, pero sí la mayoría: reclamos por el capitalismo, consumismo, atropellos del Estado y desigualdad. El narrador, comiendo con su novia a los pocos minutos en una taquería del centro, entendió que no se trataba únicamente de decir algo que no se haya dicho cincuenta años después, nada se ha dicho en realidad: nuestros problemas son esencialmente iguales a los de Tlatelolco hace cincuenta años, con las variantes de las formas de cada situación.

No importa decir algo novedoso sobre el 68, importa entender que jamás se dejará de actuar por transformar y esta ciudad entendió que hay gente, estudiantes, sobre todo, que saben su papel en la historia.

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