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Memoria de Mara: Escenas de un país que en su tragedia se reconstruye

  • Sergio Mastretta / Mundo Nuestro
A Mara Fernanda Castilla la enterraron en Veracruz el domingo. Recorro el lunes con una masa triste las calles de Puebla en su memoria. Resuena la voz estudiantil que repite apenas convencida “justicia para Mara”, pero que grita sin recato “ni una más”.
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A Mara Fernanda Castilla la enterraron en Veracruz el domingo. Recorro el lunes con una masa triste las calles de Puebla en su memoria. Resuena la voz estudiantil que repite apenas convencida “justicia para Mara”, pero que grita sin recato “ni una más”.

Mara está muerta. ¿Qué país es el que se reconstruye con esta tragedia?

Esperanza viene sola a protestar. Y su voz rompe conmigo el silencio de la marcha por Mara Fernanda Castilla Miranda: “¿Por qué, si queremos que ir solas, podemos acabar en el fondo de una barranca?”

Esperanza Domínguez camina sola por la Avenida Juárez a la que el Ayuntamiento aporrea por enésima vez en la historia. La falda blanca, larga, la blusa azul, la gorra de beisbolista, y su tristeza. Sola ha venido a protestar, me dice; sus hijas están trabajando. Porque ese es el reclamo que tiene, que las mujeres no puedan caminar solas por la calle un día cualquiera, sin una masa que la guarde de toda premura contra un mundo que las acecha. ¿Pero por qué?, insiste. Por el mal gobierno, por la falta de valores, por la ruptura de las familias. Porque no hay derechos en México, ella misma responde.

“¿Qué es lo que quieren todas estas muchachas que vienen a esta marcha? –me pregunta. Y se responde: “Igualdad. Y el derecho de caminar solas por la calle sin el miedo de que terminarán al fondo de una barranca.”

Dejo a Esperanza a la entrada del Paseo Bravo, sola con sus reflexiones, sola con un reclamo tan largo como la falda blanca que viste y refleja la posibilidad del mundo distinto que su nombre contiene.

Los reporteros y fotógrafos me recuerdan a las moscas. Aquí estoy a mediodía como una de ellas. El zumbido de los drones que grabarán la marcha me lo recuerda. Es el arranque, hay que tener la foto, la exclusiva. Como si fuera posible. Cuento de refilón tal vez unos cincuenta colegas trepados en cámaras y celulares a unas “redes sociales” que supongo escucharán ávidas lo que estas decenas de relatores cuentan segundo. Al otro lado de la línea los imagino atados a la consternación de sus jefes de redacción que se jalan los pelos al tanto de lo que sus competidores ya tienen hace un instante en el aire.

Saludos a algunos. Llevo treinta años y decenas de marchas por otros tantos asuntos amargos. ¿En la hora de las responsabilidades sobre la desgracia mexicana habrá oportunidad de sentar en el banquillo a este mar de ruido y palabrerío en el que nos ahogamos “los medios de comunicación”?

Los rectores se posesionan del espacio público. Para bien de todos nosotros. Adelante van los rectores de la Ibero Puebla y la UPAEP, Fernando Fernández Font y Emilio Baños Ardavín. Van en la segunda fila de la vanguardia de la manifestación. Los observo con sus guayaberas blancas, obligados por las circunstancias, poco a poco convertidos en cabeza de un movimiento civil de resistencia contra el colapso del Estado, un movimiento que ni siquiera es consciente de sí mismo, pero que en los discursos que estos dos rectores darán en unos minutos se perfilará con unos cimientos críticos y una fortaleza moral que hace tiempo han desaparecido de la política mexicana. El hecho es simplemente brutal: aquí los partidos políticos no tienen nada que hacer, y su ausencia es el reflejo del fracaso de la democracia en nuestro país.

Y lo resume Fernando Fernández Font en la denuncia de una autoridad cómplice del crimen organizado que en México conocemos como “los narcos”. Y la delinea Emilio Baños Ardavín en los puntos de un plan de seguridad que arranque con la declaratoria de alerta de género que los gobernantes poblanos han escamoteado durante los últimos cuatro años, cuando los asesinatos de mujeres se multiplicaron. Los dos discursos recuperan la plaza pública para la ciudadanía. Esa sí que es una gran noticia.

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