• Seguridad

Cómo sobrevivir 2 mil 617 días en el Cereso de San Miguel

  • Alberto Melchor
Pedro está muy cerca de su libertad, ya con un recorrido de más de 2 mil días en la prisión, por lo que cometer un error es un lujo que no puede darse
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Despertar en San Miguel

Pedro se despierta a las 7 de la mañana todos los días, su rutina parece común: bañarse, limpiar, desayunar, trabajar, comer, volver a trabajar, cenar y dormir; pero desde hace seis años lo hace desde San Miguel, la prisión más grande de Puebla, dondelos lujos cuestan mucho y aprender a sobrevivir es un reto que nunca acaba.

El penal que apenas en marzo pasado cumplió 33 años de existencia, alberga en sus crujías un sinfín de historias lúgubres y escalofriantes como los pasillos donde diariamente Pedro realiza sus actividades. Y las tiene tan interiorizadas que lo han convertido en un autómata de aquellos personajes que con diez o veinte años de estancia se han encumbrado como los señores de San Miguel.

La vida en el penal empieza a las 7:30 de la mañana, hora en la que Pedro y sus compañeros deben estar vestidos y formadosfrente a las celdas esperando que los custodios lo nombren como parte del pase de lista.

No hay tiempo de despabilarse o sentarse en la orilla del catre a meditar sobre lo que depara el nuevo día. Pedro tiene quesalir corriendo para formarse por el agua, el primer eslabón de su farragosa rutina para purgar su sentencia de 2 mil 617 días de prisión.

Las cadenas de corrupción y jerarquías son inviolables y rigen la cotidianidad del penal, al grado de que todo tiene un precio, empezando por un bote con veinte litros de agua para la fajina de la celda y cuyo precio en el mercado negro es de dos pesosque, si logra pagarlos, le evitará a Pedro perder hasta dos horas de espera para obtener un poco de agua del pozo de la prisión. Limpiar el baño y los pisos es parte del trabajo diario, claro, si es que no tienes para pagarle a alguien para tomar tu turno en el rol de aseos semanal en la celda.

Actividades como estas, además, exhiben la falta de servicios básicos con las que debe de contar la población penitenciaria, como el del agua potable, “subrogado” de forma ilegal por un famoso presidiario conocido como “El Cachibombo”, quien no sólo se encarga de meter pipas para vender agua, sino que posee una paletería, una farmacia y la “administración” del sexoservicio.

Pero en nada de eso piensa Pedro. Como puede se despabila. Arranca un nuevo día de los 2,617 que debe de cumplir en la cárcel.

Paupérrimo menú penitenciario

Los más de 425 millones de pesos anuales que la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) reportó al cierre del 2016 para mantener las cárceles poblanas parecen exorbitantes si nos asomamos a “El Rancho” del penal de San Miguel.

Pedro debe de acudir tres veces al día a este sitio que, por mero formalismo, recibe el nombre de comedor pues presume de tener los alimentos preparados de la peor manera que alguien pueda imaginar.

Crudos y paupérrimos, así los describe Pedro, pero no le queda de otra. Tener una cocina en una celda para poder preparar su propia comida, puede significar un gasto de 100 pesos diarios, más los ingredientes, por el derecho de poseer una parrilla eléctrica y lujos como la carne.

La comida que Pedro recibe podrá no ser la mejor pero suele ser variada: para el desayuno hubo sopa de verdura; una torta medio vieja; y té de manzanilla sin azúcar. Reconoce que las porciones fueron suficientes, por lo que debe de aprovechar para comerla pues quizás en la comida su suerte no sea tan buena y reciba una mísera e insuficiente ración.

Sus presagios se cumplen y tras un desayuno, digamos, decente, llega la hora de la comida con un plato de caldo con algunos frijoles flotando y un vaso con agua de jamaica. Hubo soya, pero Pedro fue uno de los tantos que ya no alcanzó su porción de proteína.

Un caldo entre café y verdoso con trozos de salchicha, acompañado de un vaso de atole es la cena; “pudo ser peor… o mejor”, dice Pedro sobre sus alimentos que parecieran aún menos cuando apenas cubren una décima parte del recipiente de yogurtque usa como remedo de plato.

La operación de “El Rancho” también es una fuente de ingresos para algunos internos, sin embargo la responsabilidad de la preparación de los alimentos recae en las diez personas externas que son contratadas por el penal para el “rancho” de los presos.

¿Trabajo o explotación?

No hay muchos momentos de ocio para Pedro en la prisión. Ante la falta de finanzas sanas que le permitan costear con facilidad los gastos de la semana, se ve obligado a trabajar duro en la fabricación de ganchos plásticos para tendedero.

El trabajo en la prisión no queda exento del sistema capitalista neoliberal.

Entre los varios talleres que hay disponibles para que los reos puedan aprender un oficio y, de paso, obtener un poco de dinero se encuentra la fabricación de ganchos plásticos para tender ropa. Mientras que un paquete con 30 piezas se puede comprar en el mercado hasta en 25 pesosa Pedro le pagan 5 pesos por cada kilo de pinzas.

La realización de este trabajo también roba gran parte de su rutina en la prisión, pues él toma los turnos de 2 a 8 de la nochepara trabajar pero también los hay de 7 a 2 de la tarde y nocturnos, de 9 a 6 de la mañana. Algunos compañeros de Pedro toman dos turnos y otros más salen de los talleres pero no dejan de trabajar, pues esto que raya en la explotación, los orilla a llevarse piezas a sus celdas para seguir armando pinzas.

Su método de cobro nos remonta a las viejas tiendas de raya, pues tras una semana de trabajo reciben la remuneración por las pinzas elaboradas, momento en el que aprovechan para pagar alguna de las decenas de prebendas y gastos que deben de cubrir en la prisión.

El récord de Pedro son diez kilos de pinzas en una semana: algunos días trabajó uno o dos turnos, y también se llevó pinzas para armar en su celda; como recompensa recibió la fastuosa cantidad de 50 pesos.

Los vicios

Las celdas de San Miguel guardan entre sus colchones y hoyos en la pared drogas de todo tipo y para todos los bolsillos. Las drogas, o “el vicio” como lo llaman ellos, es tolerado por las autoridades pese a que impide claramente el principal objetivo de su encierro: la reinserción social.

Pedro consumía antes de ingresar y lo sigue haciendo ahora que está dentro. A casi seis años de convivir todos los días con las drogas, sabe que todo se puede conseguir adentro sin importar qué tan raro sea.

Por un peso los internos en San Miguel pueden comprar un pedazo de rollo humedecido con laca de Comex, mientras que las dosis de heroína en piedra las pueden encontrar desde los 5 hasta los 120 pesos, no por nada es el estupefaciente más popular en la población penitenciaria.

Aunque su posesión y distribución es tan ilegal afuera como adentro, las drogas están hasta en las tuberías de San Miguel. El vicio hallado en los operativos es mínimo en comparación con lo que entra y se vende todos los días en el penal. Pedro conoce como consumidor las disputas que genera el control de este negocio.

La gente de “El Lalo”, un líder Zeta capturado en 2016, es quien actualmente maneja este negocio y ha hecho que en los últimos meses las riñas aumenten en violencia, haciendo que Pedro cuide más su rutina, por dónde camina y por quién se hace acompañar.

El abandono en San Miguel

Todos conocemos un “Pedro”. Algún amigo de un amigo que por culpa de las drogas, el alcohol o la tan señalada “descomposición social”, ha cometido un delito, después otro y otro más, hasta que finalmente cayó preso por algo que está de moda en Puebla desde hace más de una década: el robo de autopartes.

“Fue la mala suerte”, o al menos eso es a lo que le atribuye Pedro su detención en las inmediaciones de Plaza Loreto hace ya casi 6 años, cuando bajo los influjos de algún “churro” de mota o algún otro enervante, desvalijó un automóvil seguramente para comprar más drogas, pues a pesar del paso de los años, sigue sin recordar con claridad quién o cómo es que lo azuzaron.

Pedro salía con Rosa cuando lo detuvieron, el amor no se extinguió pese a su captura y ella lo siguió visitando hasta finales del 2012.

Él no descarta que haya conocido a alguien más, “estaba en su derecho y yo lo entiendo”. Sin embargo cree que el principal motivo de que ella dejara de visitarlo en San Miguel fue su problema de adicciones, pues recuerda que al ingresar estuvo en una de sus peores rachas.

Rosa encontraba a Pedro con los pantalones rasgados, sucios, sin zapatos y con un hedor ocasionado por varios días de no bañarse. Él cree que eso fue lo que la llevó a perder el amor y el interés en él. Ya no sabe nada más de ella.

No obstante, Pedro no ha perdido el amor más puro y sincero, como lo aseguran los próceres de la poesía y la literatura romántica: el de una madre.

Las ocupaciones y limitaciones económicas que padece la familia de Pedro, como miles de habitantes en la ciudad de Puebla,le impide visitarlo al menos una vez a la semana, quizás han pasado hasta tres meses sin que ella acuda al penal para visitarlo.

Sabe que no solo es pagar el pasaje de dos camiones para llegar a la penitenciaría. La madre de Pedro no está exenta deltránsito corrupto que implica pasar los filtros de seguridad adaptados por los custodios para poder llevarse un dinero extra a sus casas.

De regla, la mamá de Pedro deberá pagar 20 pesos en el primer filtro para poder registrarse. Debe llevar “un Morelos” extra (billete de 50 pesos), por si el custodio considera que su blusa está muy escotada o no cumple con la colorimetría establecida en los rigurosos reglamentos del Cereso.

Hay días que su mamá ahorra para poder llevarle dos “cocas” o tres conchas, pero cuando llega con Pedro ya solo lleva una soda o dos conchas porque el celador consideró que “era mucha comida para la visita”, entonces o las tiraba o se las daba a él. Al nivel en el que está la crisis económica, tirar comida suena lo más descabellado.

A veces las hermanas de Pedro también van a visitarlo, y sin duda él es afortunado, pues en una población de más de mil internos, muchos llevan años sin ver a algún ser querido y se han hecho familia de quienes al igual que ellos, han sufrido el abandono de la sociedad.

La espera por salir

En lo que va del 2017 se han registrado dos suicidios en el interior del penal, sin considerar un tercero que fue asentado por las autoridades como tal, pero que para Pedro y muchos reos más se trató de algo más truculento que lanzarse al vacío a las 3 de la madrugada mientras trasladaban a la víctima a su celda después de “limpiar la cocina”.

Destaca que en el último caso reconocido por la Secretaría de Seguridad Pública con fecha del 13 de junio, el interno que decidió salir por la llamada “puerta falsa” purgaba una pena de dos años siete meses, la cual estaba a unas semanas de cumplir cuando decidió quitarse la vida.

Pedro está a un año de cumplir su sentencia, espera salir en 2018 “si Dios se lo permite”. Con la experiencia de haber aprendido a sobrevivir el clima de presión y corrupción en el penal, evita las riñas, los “accidentes” provocados o la siembra de alguna acusación que le impida sumar años a su estancia.

Pedro pudo salir en 2015, pero en su paso por la estancia de ingresos las malas amistades lo invitaron a vender droga hasta que, en un operativo arreglado, lo acusaron de tener droga. Se le procesó y terminó con una sentencia acumulada de más de 7 años.

Pero estando tan cerca de su libertad y con un recorrido de más de 2 mil días en la prisión, cometer un error es un lujo que no puede darse.

Por eso, al arrancar el día, como puede, se despabila.

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