Esa montaña...

  • Miguel Ángel Sánchez de Armas
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La noticia llegó de Katmandú el pasado 30 de mayo: “El alpinista mexicano David Liano González, de 33 años de edad, entró en la historia al convertirse en el primer hombre que conquista la cima del Everest por las dos caras de la montaña en una misma temporada, hazaña que logró el pasado 11 de mayo, desde su vertiente sur, y el 19, en el segundo ascenso desde la cara norte” (La Jornada).

La información no recoge declaraciones del alpinista (un joven de aspecto agradable que en la fotografía presume el certificado de la casa Guinness) y no encuentro en los diarios de los días siguientes noticia de que el presidente le felicitara, que alguna multitud se haya concentrado en el Ángel de la Independencia para ondear banderas y celebrar con cánticos la sin par gesta o que las televisoras -siempre a la caza de héroes ejemplares como el futbolista catarrín que fue baleado en horas de la madrugada en un antro de mala muerte- le hayan dedicado espacios a una empresa que es como la insignia de quienes creemos que no todo es adocenamiento y mediocridad en nuestro país.

Se atribuye a Simone de Beauvoir la conmovedora sentencia que explica la chatez y medianía tan extendidas en el espíritu humano: “Cuando alguien apunta a la luna, ¡hay imbéciles que sólo atinan a mirar el dedo!”

En 1922 en una conferencia en Nueva York, George Mallory se enfrentó a una turba de reporteros que exigían les explicara las verdaderas razones de su insistencia en llegar a la cúspide del Everest. Mallory estaba confundido y mortificado. Quizá por su temperamento inglés no lograba comprender la curiosidad gritonera de los gacetilleros. Dos veces había intentando conquistar a la montaña y dos veces las inclemencias del tiempo y las dificultades del terreno habían frustrado su propósito. Finalmente alzó la mano para pedir silencio. Recorrió con la mirada fría de sus ojos azules al auditorio y dijo sencillamente: “¡Por que está ahí!”

¡Por que está ahí! Con esa frase Mallory dio nombre al germen que dispara las grandes proezas. ¿Por qué llegar a la luna? ¿Por qué escribir esa novela? ¿Por qué buscar infatigablemente una nueva vacuna, un fármaco mejor, un combustible renovable? ¿Por qué enfrentarse al poder público o a las limitaciones personales para cambiar el estado de las cosas? ¿Por qué iniciar un doctorado cuando se está a tiro de piedra de la tercera edad? Éstas y un millón de preguntas más tienen su explicación en el apotegma de Mallory, quien, fiel a sí mismo, en 1924 subió por tercera vez a la montaña y perdió la vida. Su cadáver congelado fue hallado cerca de la cumbre 75 años después, en 1999. Nunca se supo si falleció antes de llegar a su meta o de regreso. Creo que no importa. Su ejemplo es lo que vale.

El 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery, capital del racista estado de Alabama, una costurera negra de 42 años, Rosa Parks, decidió no ceder su asiento en el autobús a un patán blanco como le ordenara el patán conductor de la unidad. No hay registro de sus palabras, pero me gusta pensar que dijo: “¡No... y háganle como quieran... que ya me tienen harta!” No habrá faltado quien aconsejara: “¡Señora, quítese, no sea tonta! Atrás están los lugares de los negros, no se arriesgue”. Pero Rosa Parks se mantuvo firme. Presto llegaron los gendarmes y echaron a un calabozo a la peligrosa mujer. Acto seguido fue enjuiciada por “desobediencia civil”. Y esta sencilla determinación detonó uno de los más grandes movimientos pro derechos civiles del siglo y convirtió a la costurera en un icono mundial.

Son muchos los bizarros ejemplos de gallardía y fortaleza a los que hoy se suma el de David Liano. Una chica llamada Gaby Brimmer pasó la vida en una silla de ruedas afectada de parálisis cerebral. Sólo podía mover el pie izquierdo y con esta gran capacidad, que todos los demás tenían por limitación, fue a la universidad, estudio literatura y se hizo poeta. Escribía señalando las letras en una tabla con el dedo del pie. Elena Poniatowska supo de ella y escribió un libro que la hizo conocida. Gaviota pudo dar conferencias y promover la causa de las personas con parálisis cerebral. Su vida fue llevada a la pantalla. Se creó un premio nacional de rehabilitación con su nombre y su ejemplo fue el motor para atender a muchos seres humanos antes condenados a vegetar en espera de la muerte.

Gaby murió el 3 de enero del 2000. En un poema había escrito: “Quiero morir en un día de invierno gris, feo y frío, / para no tener tentación de seguir viviendo. / Moriré en esa época del año, / porque de todo el mundo he recibido frío. / Quiero morir en invierno para que los niños hagan sobre mi tumba muñecos de nieve”.

Nonagenario, enfermo y agotado el cuerpo, ya cerca de la muerte, Winston Churchill se presentó en la ceremonia de graduación de Sandhurst, su alma mater, para dirigirse a la nueva generación de cadetes. Durante la ceremonia estuvo dormitando. Cuando llegó el momento de su discurso, ese hombre que fuera “amo y esclavo de la palabra” y uno de los ingleses más conocidos de todos los tiempos, hubo de ser auxiliado hasta el podio desde donde, encorvado pero con el mismo fuego de siempre en la mirada, pronunció su último y, me parece, el más extraordinario de sus discursos.

“¡Jóvenes!”, dijo: “¡Nunca se rindan!”

“¡Nunca!”

“¡Nunca!”

“¡Nunca!”

Consagrar JdO

De rodillas y con un cirio en cada mano doy gracias a la alcaldesa de Monterrey, doy gracias al gobernador de Chihuahua, doy gracias al alcalde de Guadalupe, doy gracias al gobernador de Durango y doy gracias a la corte celestial de políticos que tuvieron la sensacional idea de suplir sus deficiencias trasladándole la responsabilidad al Altísimo. En otras palabras, que dejaron en manos de Dios el trabajo para el que fueron electos. Como todo escritor sabe, hay momentos en que la página en blanco es un vacío siniestro y apocalíptico que provoca náuseas y el deseo urente de abandonar el oficio para refugiarse en la comodidad de la medianía y el adocenamiento. Mas a partir del ejemplo de tan santos mexicanos, mis problemas terminaron. Yo también consagraré mi trabajo y así los lectores de Juego de ojos no tendrán que padecer más mis limitaciones y torpezas, pues pienso exigir que la redacción corra a cargo, por lo menos, del Obispo de Hipona… o si éste se negase, de Santo Tomás Moro. ¡Amén!

Santiago Papasquiaro

Y ya que ando dando gracias, vaya una a Evodio Escalante por aclararme un misterio que atormentaba mi alma desde hace más de treinta años. Una tarde a mediados de los setenta, frente al lugar favorito de los clasemedieros de medio pelo que era el balcón del Sanborn’s de San Ángel, un muchacho de pelo largo, gabardina de la primera guerra, tenis y lentes a la John Lennon, detuvo su marcha por insurgentes, encaró a quienes estábamos ocupados en temas de considerable importancia como la pertinencia programática del diario del Che Guevara o el derecho de las novias a pagar sus propias consumiciones, y gritó con voz cristalina, el puño derecho en alto: “¡Chingue a su madre la burguesía!” … después de lo cual siguió su camino como si nada. Los aludidos, una fauna diversa lo más alejada del aquella clase social, nos quedamos mudos de asombro, pero luego celebramos con hartas cubas la ocurrencia. Nunca olvidé la imagen aquella. Recientemente reconocí al sujeto en unas fotos que Evodio publicó en su columna: ¡era Santiago Papasquiaro! Que Dios los bendiga a los dos.

Molcajete

Alguien debiera decirle a la señora CR (“C” de Cecilia y “R” de Romero) que las citas históricas tienen que documentarse. Su defensa de la alcaldesa regia las pintó a las dos de cuerpo entero. ¿Por qué no dijo que el desliz de la funcionaria fue “una línea en su currículum”, o mejor, al estilo JBT. (“J” de Juan, “B” de Bueno y “T” de Torio), que se trató de “un acto de Dios”? //  ¿Y el viaje a Marte? Bien, gracias.

 

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