La educación, el día del padre y el bien concreto.

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“El bien siempre es concreto pero las definiciones son abstractas”.

 

Bernard Lonergan.

I. El bien concreto.

Los pasados días jueves 13 y viernes 14 de junio se realizó en la Universidad Iberoamericana campus ciudad de México el “II Taller latinoamericano de Lonergan” cuyo tema central fue “El bien humano”.

Durante dos intensas jornadas estructuradas en paneles temáticos se abordó este tema que el filósofo, teólogo y economista jesuita del siglo XX aborda centralmente en el capítulo 2 de su libro Método en Teología. La frase que sirve de epígrafe a esta colaboración está tomada precisamente de ese capítulo. Se trata de la afirmación con la que Lonergan inicia su análisis del bien humano, una afirmación que es central para una adecuada comprensión del ser “estructuralmente moral” de los humanos y tiene implicaciones fundamentales para lo que llamamos educación en valores.

Porque asumir que el bien siempre es concreto y que las definiciones son abstractas, aceptar que si se intenta definir el bien se corre el riesgo de desorientar, conlleva un cambio de perspectiva acerca de lo que nuestra sociedad considera como el bien y lo bueno y sobre la idea de que existen valores absolutos, inmutables y perfectos que todos debemos descubrir y vivir.

En la ética de la realización humana de Lonergan, opuesta según sus propios términos a la “ética de la ley” que consiste en un conjunto de “debes hacer esto” y “no debes hacer aquello”, el valor es una noción trascendental, un dinamismo que nos mueve a la búsqueda del bien en cada situación concreta a partir del planteamiento de preguntas para la deliberación, preguntas por lo que es auténticamente humanizante, por lo que realmente “vale la pena” para la vida.

Este dinamismo en búsqueda del bien es siempre dialéctico pues no es lo más común movernos en la vida real dejándonos llevar por el deseo de realizar el bien sino que muchas veces dominan en nuestro modo de deliberar, valorar y decidir, los sesgos o aberraciones de nuestra consciencia individual egoísta, de nuestra pertenencia a un grupo o clase social, del ser hijos nuestra época movida por el interés práctico, inmediato y económico.

De manera que el bien humano es una historia individual y social de búsqueda de aquello que nos hace más humanos en lo personal y más humanidad en lo colectivo,  que se realiza siempre de manera parcial, limitada y en la tensión entre el progreso y la decadencia.

II. Día del padre: el bien abstracto.

Este domingo celebramos en México y en otros países el día del padre. Como suele suceder en este tipo de festejos creados y promovidos por la sociedad de consumo en que vivimos, los medios de comunicación masiva y las redes sociales se  saturan de mensajes alusivos en los que se exaltan las cualidades de los papás y se les presenta como seres que rayan en la perfección.

“Mi padre es el ángel que me dio la vida y me guió siempre”, “mi papá es el mejor ser humano del mundo” y otros muchos mensajes como estos inundaron las redes y los medios presentando una imagen abstracta de la paternidad, una idea de padre que puede existir sólo en la mente, en la imaginación de quienes por un día exaltan la figura de quien, humano al fin, muchas veces es criticado y severamente juzgado durante el resto del año.

Esta imagen del padre perfecto es un pálido ejemplo frente a lo que sucede cada diez de mayo en la celebración del día de las madres en el que estas frases, imágenes y conceptos de virtud absoluta y valores sin mancha llegan a extremos que se mueven entre lo místico y lo cursi.

No hace falta profundizar mucho para caer en la cuenta de que la idea del bien en nuestra sociedad es una idea abstracta, una idea de perfección en la que el bien es absoluto, incuestionable, sin mancha ni contradicción posible, en pocas palabras, inhumano.

Se trata de una imagen de bien que contrasta y se opone a la del mal que también es visto como algo absoluto, perfecto, cerrado, sin ningún matiz posible en el mundo en blanco y negro del maniqueísmo imperante en nuestro imaginario colectivo.

Un bien absoluto frente a un mal absoluto, ambos abstractos, ambos imposibles de constatar en la vida real que se desarrolla más bien en distintas escalas de grises, en un campo de imperfección, de limitación, de humanidad.

III. La educación para el bien concreto.

Educar para el bien perfecto y absoluto opuesto al mal también perfecto y absoluto es educar en la irrealidad, educar para la frustración o el cinismo.

Porque si educar en valores es pretender enseñar a los educandos que una ética de la ley en la que tienen que aprender una serie de comportamientos acordes a un “deber ser” abstracto, exento de contradicciones y de tensiones, entonces educar en valores es una tarea inútil.

Pues cuando el estudiante constata en su vida que la realidad es compleja, contrastante, llena de tensiones y contradicciones éticas, que no existe ese bien puro y perfecto, que el bien abstracto, por ser abstracto es imposible de realizar en los hechos, lo más probable es que deseche ese aprendizaje moral y viva de una manera cínica asumiendo que el bien es algo bonito pero utópico o que sea presa de la culpabilidad y la frustración al intentar constantemente esa perfección inalcanzable y al tratar de bloquear o negar las tensiones y contradicciones propias de la búsqueda del bien humano en toda persona sensible y conciente.

“El bien es concreto pero las definiciones son abstractas”. ¿Estamos tratando de educar en el bien concreto o enseñando definiciones abstractas?